Libros

ENTRE PALABRAS: ‘El sentido de un final’, de Julian Barnes


El sentido de un final, libro de Julian Barnes, Anagrama

Título: El sentido de un final

Autor: Julian Barnes

Editorial: Anagrama, 2013

Ciudad: Barcelona

Páginas: 192

ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | El escritor inglés Julian Barnes (Leicester, 1946) se formó en la Universidad de Oxford, en Magdalen College. Tras colaborar como articulista en medios como el New Stateman, el Sunday Times, The Observer y el New Yorker, fue editor literario y crítico cinematográfico. Actualmente, Barnes dedica todo su tiempo a la creación literaria.

Preseleccionado hasta tres veces para el prestigioso Booker Prize –en 1984 con El loro de Flaubert, en 1998 con Inglaterra, Inglaterra y en 2005 con Arthur & George−, Barnes ganó por fin el galardón en 2011 con El sentido de un final (The sense of an ending), curioso título que, desde el principio, llama la atención y que está tomado de un libro de Frank Kermode, dedicado al estudio de la teoría literaria de la ficción. Kermode, ya desaparecido, fue uno de los críticos literarios británicos más influyentes de los últimos años.

Memoria docente

Si juntásemos dos características como son la lacónica impasibilidad (de esa que usan los que ‘gastan flema’) y la curiosa mezcla que resulta de la frialdad y el pesimismo, tendríamos un buen esbozo del protagonista. No se trata de un pesimista, desde luego, puesto que el pesimista es, de todas todas, incapaz de de tener una buena y cabal capacidad de observación.

A nuestro protagonista le asiste, como voz del narrador, una realmente buena memoria docente: esa que, al ponerse a recordar, trae la propia enseñanza de los hechos, de los gestos y que, además, no redunda en sus lagunas, sino que las admite sin más, honestamente, desapegada de todo acento dogmático: “¿Fue este diálogo textual? Casi con toda seguridad, no. No obstante, es el mejor recuerdo que tengo del mismo”, afirma sin problema al final de uno de los pasajes.

Esto hace muy interesante un relato que comienza cuando los protagonistas, jóvenes imberbes, aún no han comenzado sus vidas. Tres amigos más uno, Adrian Finn, que se unirá después como compañero de estudios y de camaradería al trío inicial.

Julian Barnes, escritor y novelistaEl protagonista, Tony Webster, narra, ya desde su retiro, la historia de esos principios dando cuenta de devaneos filosóficos propios de adolescentes y de deseos hormonales cargados de impulso, mirándose a sí mismo y a los otros camaradas con la condescendencia que el paso de los años tiene, muy irónicamente, con las propias torpezas y alardes de la juventud. La clave central se desplazará posteriormente a la curiosa relación entre Tony y Adrian a raíz de un supuesto triángulo amoroso que viene a complicar la relación de un modo un tanto oscuro y enigmático por vía de una epístola misteriosa (o no tanto).

Rearmar el pasado

Una de las lecciones de la obra es la del peso de la ficción en nuestras vidas. Ficción que nos vamos creando desde la subjetividad, que a menudo es ‘subjetividad impaciente’: otro modo de llamar a la mentira con la que uno se engaña a sí mismo, y esto, si me apuran, no por el hecho de querer llevar siempre la razón, sino más bien por el precio que la razón ha de pagar por su propio paréntesis (sí: una epojé de mal calado). Lo cual no quiere decir que falte análisis y capacidad de observación: las frases de Barnes son precisas –pulidas sería la palabra− y parecen estar escogidas con un control del lenguaje que hace la lectura sumamente interesante.

Eso sí, quien quiera encontrar en El sentido de un final un relato de las peripecias de un grupo de amigos desde su época de estudiantes, un relato claro y diáfano de hechos y diálogos, no lo encontrará. No es que sea de lectura difícil. No. Su mayor mérito consiste en todas las sugerencias que entraña la propia trama, casi policiaca me atrevería a decir, con pistas, cambios de tensión, respuestas cuya pregunta resulta ser otra y que aparecen varias páginas más allá…

Ese guiño a la sugerencia es muy útil para mantener fresca la lectura, ya lo creo, a la vez que la hace atenta sin llegar a lo arduo, cuando, desde luego, hay en ella mucho de ensayo psicológico y filosófico; pues, como ya afirmaba en su día Michito Kakutami reseñando esta obra en The New York Times, Julian Barnes “analiza las formas en que la gente distorsiona o adapta el pasado en un esfuerzo por desmitificar su propia vida”.

En definitiva, al reconstruir la historia de la propia vida, Tony se halla ante una idea tan esencial como es la de asumir el presente a la luz del propio pasado, con el riesgo de autoengaño que todo eso conlleva y, por tanto, de reto ante la ficción cotidiana, la anécdota o la elucubración que transgrede la realidad de aquello que realmente nos esté sucediendo.

En el nº 2.845 de Vida Nueva.

Actualizado
23/05/2013 | 09:28
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