La Iglesia de Nicaragua teme un posible fraude electoral

Daniel Ortega presidente de Nicaragua en elecciones presidenciales 2011

Los obispos denuncian el caudillismo y la corrupción instaladas en el sistema político

Daniel Ortega presidente de Nicaragua en elecciones presidenciales 2011

El presidente nicaragüense Daniel Ortega, en 2011

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Ante las próximas elecciones municipales, que se celebrarán en toda Nicaragua este 4 de noviembre, los obispos expresan de un modo nítido sus dudas sobre la legitimidad del proceso electoral: “La experiencia de las últimas elecciones municipales del 2008 y las nacionales del 2011, en las cuales hubo serias denuncias de actos fraudulentos y graves irregularidades, ha creado en un gran sector de la población una profunda desconfianza en las autoridades del Consejo Supremo Electoral, que siguen siendo las mismas (…), y frente a una ley electoral que no se ha renovado debidamente al servicio de la democracia. Esto ha provocado una gran apatía hacia las próximas elecciones, que muchos consideran decididas de antemano y de las cuales opinan no solo que es inútil participar en ellas, sino que hacerlo sería legitimar un organismo electoral fraudulento y convertirse en cómplices de otro grave atropello a la democracia y a la voluntad popular”.

Esta dura denuncia de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, desarrollada a lo largo de un mensaje específico para la cita electoral, deja entrever sus recelos hacia el presidente de la República, el líder del Frente Sandinista, Daniel Ortega. Aun sin nombrarlo en ningún momento, el tono y el contenido de la misiva es similar al que emplearon en las elecciones presidenciales de hace justo un año, cuando Ortega revalidó su mandato, e incluso solicitaron la presencia de observadores internacionales.

“La vida política del país –lamentan los prelados– está hoy dominada por un estilo de ejercer la autoridad en modo autocrático y abusivo, que se manifiesta a través de la concentración de poder y el deseo desmedido de conservarlo y perpetuarse en él, la manipulación de la ley y de las instituciones y la destrucción de los principios fundamentales que constituyen las bases del Estado de Derecho: la subordinación del poder a la ley, la supremacía de la Constitución, la jerarquía de la norma jurídica y la separación e independencia de los poderes del Estado, entre otros”.

Así, basando su denuncia en el Evangelio, argumentan que Jesús “condena este modo de concebir y ejercer la autoridad en la sociedad, pues genera un ambiente permanente de enfrentamiento por la búsqueda del poder o por mantenerlo a toda costa, dando lugar al autoritarismo, al caudillismo, a la manipulación de las conciencias, a la corrupción, la injusticia, la ilegalidad y la violencia”.

Siguiendo con la Palabra de Dios, defienden que, por contra, para Jesús, “la única autoridad legítima es la que se pone al servicio de los demás, la que sacrifica sus propios intereses por el de los otros, la que no busca la propia grandeza o la acumulación de riquezas, sino el bienestar de los demás”.

Críticas a la oposición

Sin embargo, las críticas episcopales no se concentran únicamente en el poder gobernante, sino que se extienden a otras fuerzas políticas que forman parte de un mismo sistema de descomposición, en este caso, por la falta de consenso y la ausencia de miras hacia los derechos ciudadanos: “Igualmente, los partidos políticos de oposición, que aspiran a llegar al poder, se debaten en luchas internas y descalificaciones recíprocas, que no tienen su origen precisamente en motivaciones democráticas, sino en la búsqueda de mayores espacios de poder y en ambiciones personales. Estos partidos no han logrado interpretar el sentir de la población, no renuevan a sus líderes y no ofrecen estrategias políticas alternativas claras que conduzcan a la elaboración de un proyecto de nación, en lo referente a la educación, la política social y la economía, entre otros temas relevantes”.

En definitiva, “tanto en el ejercicio del poder como en la lucha por conseguirlo, se constata una gran incapacidad para concebir y practicar la política en función del bien común de la sociedad”.

Pese a este difícil contexto, los obispos invitan a todos los agentes sociales “a comprometerse en la reconstrucción del tejido social del país, que se encuentra fragmentado y polarizado, éticamente débil de valores y carente de objetivos comunes”. “Podemos tener una patria mejor. No perdamos la esperanza”, concluyen con optimismo.

En el nº 2.821 de Vida Nueva.

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