Esperanza

En ocasiones lo laboral puede convertirse en un depredador que deja sin aliento a lo personal, insaciable cuando es capaz de apoderarse de cuantos minutos correspondían a la familia o al disfrute propio. Y llega la desesperación. Y con ella la desesperanza.

En esos momentos nuestra esperanza cabe en el bolsillo de un pantalón. Reducimos nuestras expectativas vitales a aquellas metas que podemos alcanzar dentro de los parámetros de lo posible. Aquellos que gozan de optimismo son capaces de soñar con algo más y, sin embargo, no caer en depresión cuando ven que su imaginario dista mucho de la realidad en la que viven. Pero para el común de los mortales la frustración puede convertirse en una constante cuando ese bolsillo que en teoría custodia a los anhelos tiene algún agujero. Será difícil remendarlo con una aguja hecha a la medida de nuestra finitud. Esperar, de verdad, conlleva desprendimiento.

No cabe esperar cuando uno quiere medir los tiempos y plazos. Esperar implica abrirse a los límites que establece cualquier prórroga, estar dispuesto a que el adviento vital en que nos encontramos dure algo más que de Cristo Rey a la Navidad. Esperar se complica aún más cuando uno descubre que conlleva dejarse hacer. Nadie espera para que las cosas sigan igual. Esperamos para que algo o alguien nos cambie. Para que ese Alguien nos interpele de tal manera que nos haga dar vueltas de campana sobre nuestra propia pequeñez para ensancharnos. Estar dispuesto a esperar de esta manera exige un cambio radical de actitud; estar abiertos a toda novedad que de aquella que nos lleva de la mano: la esperanza.

José Beltrán

Director de Vida Nueva España

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