La catedral de Europa

(Armand Puig i Tàrrech – Decano de la Facultad de Teología de Cataluña) Benedicto XVI ha pasado por Santiago y Barcelona y ha dejado una estela profunda y cordial. En un viaje intenso, el Santo Padre se ha presentado como heraldo del Evangelio de la paz y de la concordia, pero también de la belleza y de la fe.

En una sociedad distraída e indiferente, poco atenta a los valores espirituales, atraída por el materialismo e inmersa en la crisis, el Papa ha proclamado con la suave firmeza del pastor-teólogo la primacía de Dios. De hecho, como afirmó en Santiago, ésta es la aportación mayor de la Iglesia a la construcción de Europa: Dios es amigo del hombre, garantiza su libertad y su dignidad, y lo atrae como Verdad. Por esta razón, el hombre, si se abre a Dios, encuentra al hermano. El gusto por la fraternidad brota de la luz divina. El amor a Dios y el amor al hombre se entrecruzan en una Europa que ha pasado por la modernidad, pero que tiene ante sí la tarea de construir el hombre espiritual. Sin peregrinaje interior no hay experiencia de Dios. Sin amor al prójimo herido, al pobre que necesita defensor, no hay vida según el Evangelio.

El mensaje de este Papa es articulado y de una claridad absoluta. Hay que reubicar el cristianismo en una Europa que es, a la vez, hija de la revelación cristiana y de la modernidad. Entre ambas no debe haber choque (scontro), sino diálogo (incontro). Y este diálogo se forja mediante la unión de la conciencia humana y cristiana. Las dicotomías y desencuentros no conducen a ninguna parte. Europa necesita construir puentes entre las diversas sensibilidades de sus hijos y dotarse de grandes símbolos espirituales que señalen su camino y su futuro. No casualmente, el Papa definió la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona como “signo visible del Dios invisible”.

Así pues, el cristianismo mantiene intacta su capacidad de crear iconos que alimenten los anhelos espirituales de una humanidad que busca a Dios y le transmitan la fuerza sin par del Evangelio de Jesús resucitado. La Sagrada Familia es un espacio que contiene una gran fuerza interior, la cual es inmediatamente percibida por quien cruza sus puertas, sea creyente o no. En la Europa de inicios del siglo XX, Antoni Gaudí había proyectado un sueño que hasta hoy se mantiene intacto y que, según se avanza en su realización, más se convierte en una epifanía. La Sagrada Familia es una epifanía de la belleza, una afirmación luminosa de la santidad de Dios, una traducción plástica del misterio cristiano, un canto de alabanza al Dios creador y encarnado. Es decididamente cristiana y católica, y a la vez ecuménica y dialogal con quien no cree. Su punto de arranque conceptual y simbólico es la nueva Jerusalén, la ciudad de Dios y de los hombres, como se expresa en el gran texto profético del NT: el Apocalipsis. En la Sagrada Familia se entrecruzan la humanidad, la Palabra que es Jesucristo y la Iglesia, servidora del Evangelio. En palabras del Papa, “Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre”. No hay lucha ni enemistad entre Creador y creatura. Jesucristo, el Cordero místico, ha unido para siempre el cielo y la tierra.

En su homilía afirmó que la “belleza de las cosas” nos lleva a “Dios como Belleza”, per pulchra ad Pulchrum. Esto es verdad en la belleza de las piedras materiales, pero también en la santidad de los creyentes, reunidos en el nombre de la Trinidad Santa, que participan en la celebración litúrgica. El 7 de noviembre, la belleza rezumaba por todas partes, gracias especialmente al riquísimo rito de dedicación de iglesias. La arquitectura estaba, como quiso Gaudí, al servicio de la fe profesada y celebrada: la asamblea respiraba al unísono, en unión de corazones y voces, a mayor gloria de Dios. Gaudí había explicado muchas veces lo que sucedería en este momento, pero, por aquel entonces, sólo estaban completadas una parte del ábside y una de las doce torres de los apóstoles. A partir de ahora, la Sagrada Familia, fruto del esfuerzo de todo un pueblo, será el marco excepcional de la liturgia de la Iglesia, llamada a reproducir la liturgia celestial. En Barcelona, el papa Benedicto ha dedicado la catedral de Europa.

En el nº 2.729 de Vida Nueva.

Número Especial de Vida Nueva

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