Eugenio Trías: “Necesitamos la espiritualidad”

Se publican en dos sintetizadores tomos sus ‘Creaciones filosóficas’

Eugenio-Trías(Juan Carlos Rodríguez) Eugenio Trías (Barcelona, 1942) es filósofo, un pensador que se caracteriza indiscutiblemente por un extremado rigor, la densidad de su rica escritura y la independencia de criterio respecto a las escuelas teóricas tradicionales. Su intensa trayectoria, con 33 libros desde su primera obra, La filosofía y su sombra (1969), encuentra ahora con la publicación de Creaciones filosóficas (Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg) una reformulación, más que reedición, en donde se intuye su verdadero calado y su propuesta sistemática. “Los que la conocen, podrán verla de otra manera, y los que no, podrán acceder a ella”, explica Trías. Una obra en la que tiene una presencia indisociable la defensa de “la religión o la relación del hombre con lo sagrado”.

De hecho, uno de sus libros fundamentales, La edad del espíritu (1994), examina precisamente cómo lo espiritual ha sido, desde tiempos ignotos, una necesidad del ser humano. “De algún modo, es sobre lo espiritual en donde ahora pienso que está el eje de toda mi obra”, señala, apuntando el rastro indeleble que en él ha dejado este libro, a la vez sistemático e histórico: “Trata de la conjunción de tipologías formales que definen aspectos de lo religioso, y proyecta un juego de categorías así trazado sobre el relato de algunas de las más relevantes formas de creencia religiosa, desde la antigüedad hasta el presente”.

Un texto escrito, como recuerda, en un momento, principio de la década de los 90, “en el que intuí, y ahora veo que con bastante razón, que se estaba produciendo una inflexión sobre estos temas. Lo religioso, entonces, volvía a tener una presencia fundamental en nuestra sociedad. Ya preví también un auge no muy santo, como es el integrismo o el fundamentalismo, cuyos extravíos sigo mirando con inquietud y preocupación”. Lo dice, al hilo de la actualidad, por la polémica acerca de la prohibición de minaretes en Suiza, y recuerda, a propósito, que “lo peor de las religiones es su conexión con ciertas formas obsoletas de política, y lo que ocurre si se toman con literalidad sus libros sagrados, irrumpe así en su aspecto más obsceno, produciendo incluso reacciones de terror. El islam y otras tradiciones deben tomar el ejemplo de otras teologías, como el cristianismo, en el que, especialmente los protestantes pero también los católicos, han sabido ser pioneros en una confesionalidad autocrítica”. En cualquier caso, el filósofo sigue hablando claro: “Yo no abogo, como hace Huntington, por un choque de civilizaciones, sino por una convergencia en ámbitos en donde las religiones tienen mucho en común, como en la mística, que une a la tradición cristiana, musulmana y judía”.

La espiritualidad, ese vínculo irrenunciable entre el hombre y lo sagrado, es, quizás, “la pieza clave de todo este mecanismo”, que es la extensa obra filosófica de Eugenio Trías, que cabalga con igual destreza sobre la ética, la política, las artes, la arquitectura, la música, la condición humana, la historia y, por supuesto, sobre la religión; todo ello en torno a una pregunta básica: ¿Qué es el hombre? “La verdad, como la filosofía, es sinfónica”, señala, justificando la amplitud de su pensamiento, de su interpretación filosófica, a la vez que su búsqueda de la verdad desde múltiples ángulos. “Yo siempre he defendido la necesidad de una espiritualidad, incluso de la confesionalidad, pero ejercida de modo responsable. No estoy en la línea de Poncio Pilatos. Lo que yo quería proponer en La edad del espíritu sigo manteniéndolo hoy en día: es la idea de hacer ver la necesidad de una espiritualidad entre la confesionalidad acrítica y un ateísmo o agnosticismo ignorante. Creo, por tanto, en una confesionalidad responsable. Y quiero pensar que, en este sentido, la obra tuvo muchos lectores, pese a que muchos han querido ver en ella algo que no es, por ejemplo, un libro de esoterismo espiritual. Creo, en cualquier caso, que hoy sigue habiendo un decidido interés por lo religioso, en contraste a la ausencia o crisis de valores”.

El atributo de la pasión

Eugenio-Trías-2De hecho, en La consumación simbólica, capítulo decisivo del libro, cobra gran importancia su idea vigente del vínculo amoroso-pasional entre un Dios humanizado y un ser humano en máxima cercanía a la divinidad. Es un concepto anidado ya en Trías desde hace mucho tiempo, desde el Tratado de la pasión (1978), en el que, partiendo de Spinoza, propugna un Dios que tiene en la pasión su principal atributo y que, a partir de ahí, crea o construye. “Esta idea es singular, y puedo afirmar que jamás la he abandonado. Está presente, sobre todo, a partir del giro espiritual que doy a mi obra desde La edad del espíritu. Es mi manera de entender un Dios que padece y sufre. Posiblemente, entre todos mis libros, es el que más cerca se halla de una cosmovisión cristiana; de un cristianismo quizás poco ortodoxo, pero asumible desde sus principales premisas”, afirma. Él se refiere a una pasión entendida, por tanto, no como ceguera, sino, principalmente, como “fuente de acción”.

La edad del espíritu constituye, así, “una reflexión sobre lo sagrado, y sobre la expresión de lo sagrado a través del simbolismo o relato ritualizado y ceremonial de éste y del lugar que le corresponde”. Se trata de un libro “quizás complejo”, que, a la vez que pone a prueba las ideas acerca del límite, del símbolo y del espíritu que ha ido cultivando con los años, también toma la historia “como ámbito de comprobación de un progreso en la vida espiritual”. La principal tesis del libro viene a ser la siguiente, según el propio autor: si el recorrido histórico muestra una época en la que el simbolismo religioso cubre plenamente el imaginario social, cultural e histórico –cosa que en Occidente sucede hasta el otoño de la Edad Media–, y, frente a ello, la explosión de todo lo contrario –desde la Ilustración a la posmodernidad–, en lo que se ha llamado la edad de la razón, la propuesta es por una edad del espíritu, un término medio, en el que sea posible la conjugación de simbolismo y razón.

“Mi filosofía sé que se halla en las antípodas de otras propuestas posmodernas. A diferencia del método deconstructivo, opto por la recreación de conceptos imprescindibles, que no tienen relevo ni sustitución que los permita refutar”, manifiesta. Porque, como afirma en el prólogo del primer volumen de Creaciones filosóficas, “por mucha que sea la suspicacia que el término espiritualidad suscite en medios agnósticos, no se me ocurre llamar de otro modo a aquello que se descubre como una plusvalía de sentido en ciertas manifestaciones personales, místicas, gnósticas, pero también artísticas, literarias, musicales o en nuevos modos de acercarse a lo religioso a partir de la experiencia propia, o de una filosofía que aspira a promover una inflexión en valores, conceptos y formas de vida. No es que la filosofía deba aspirar a transformar el mundo, pero la espiritualidad sí puede contribuir a que la crisis, o lo crítico, sea habitable”. Porque “la historia es, sobre todo, historia simbólica o historia espiritual”. El segundo volumen se completa con el desarrollo de la ya consabida Teoría del límite, su aportación teórica a la Historia de la Filosofía, en la que examina cómo ha sido el hombre capaz de habitar y crecer, de cultivar y producir, en la frontera, en el límite, ante lo desconocido, el motor del universo. Y si ello ha sido posible, singularmente se ha debido a que era y es un hombre espiritual.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.687 de Vida Nueva.

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