Van der Weyden y la perfección estética

El Museo del Prado dedica una histórica exposición al pintor flamenco

‘El Descendimiento’

‘El Descendimiento’

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Rogier van der Weyden (Tournai, h. 1399-Bruselas, 1464) fue uno de los más grandes pintores de la historia. “Es uno de los artistas más audaces e influyentes de todos los tiempos”, le define Miguel Zugaza, director del Museo del Prado. “Solo tres obras pueden atribuírsele. Y las tres forman parte de la presente exposición en el Museo del Prado. Nunca antes se habían visto juntas y ni siquiera las vio así el propio artista”, explica Lorne Campbell, el mayor especialista en el pintor flamenco y comisario de la primera muestra que se le dedica en España. “Es un acontecimiento histórico artístico de primer orden”, describe Zugaza.

No había mejor escenario para esta excepcional exposición que la pinacoteca madrileña, que custodia El Descendimiento, absoluta obra maestra del pintor afincado en Bruselas y una de las más famosas de todo el Prado, creada en el culmen de su carrera –antes de 1443– para la iglesia de Nuestra Señora Extramuros de Lovaina.

Felipe II, “el más ferviente de todos los admiradores que Van der Weyden tuvo en la península”, según Campbell, la trajo a España para su capilla-oratorio del Pardo, en donde ya colgaba con la inmensidad de su desconsuelo en 1564. “Para mí –afirmaba–, es la pintura más bella del mundo”.

El pretexto para la exposición –abierta hasta el 28 de junio– ha sido la exquisita restauración en los talleres de la pinacoteca madrileña de la otra gran joya de Van der Weyden en España: el Calvario, obra propiedad de Patrimonio Nacional, esencial de las colecciones de pintura del monasterio de San Lorenzo de El Escorial desde que en 1574 lo llevara allí el propio Felipe II, quien lo colgó junto al Descendimiento –trasladado en 1566–, aunque este último ingresó en el Prado en 1939.

“La presencia de Van der Weyden en la corte española se reforzó gracias a la devoción por el pintor de Felipe II, quien en 1555 logró adquirir el Calvario, la última de sus obras, que había sido donada por el propio artista a la Cartuja de Scheut, cerca de Bruselas”, añade Zugaza.

'El Calvario'

‘El Calvario’

La tabla, pintada entre 1457 y 1464, luce ahora iluminada, pulcra y fascinante, espléndida en cada detalle: “Aunque Cristo está muerto, con la cabeza baja y los ojos cerrados, llora: una lágrima resbala del ojo derecho, y dos del izquierdo –la enseña Campbell–. Es tanto una imagen como un cuerpo humano; es a un tiempo un cadáver y un hombre vivo que llora”.

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En el nº 2.937 de Vida Nueva.

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