Como conté en mi anterior artículo, limitada como estoy hasta el extremo de no poder mover mis brazos fracturados, he tenido el privilegio de ser acompañada por muchas personas, con cariño y generosidad.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- PODCAST: Sinodalidad a pie de calle
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Durante este proceso, la capacidad de observación y mi sensibilidad, agudizada por el dolor del cuerpo y del alma, me han ayudado a distinguir muchos más matices en el modo en el que empatizamos con los demás, construyendo un verdadero alfabeto de comunicación y asertividad que podemos usar para mejorar en nuestro modo de vincularnos cuando otro sufre.
- Los autorreferentes: son aquellos que, al contactar con el dolor ajeno, solo pueden recurrir a sus propias experiencias de sufrimiento y convierten el encuentro en un relato eterno de sus dolencias y pesares. Si bien se agradece el tiempo regalado, se extraña y duele la falta de delicadeza de salir de sí mismos para acompañar y contener el momento que uno padece.
- Los aprendices: son aquellos que inicialmente se presentan torpes, descolocados y sin herramientas para acompañar el dolor. Sin embargo, a poco andar su inteligencia y necesidad de estar y ser “útiles”, los impulsa a desarrollar nuevas musculaturas, ritmos, cuidados y formas de relacionarse que no solo alivian, si no que se agradecen por el esfuerzo que les ha implicado.
- Los aptos por naturaleza: son aquellos que, con su sola presencia, mirada, ternura, gestos y el modo de tratarte, son capaces de apapacharte, entenderte, cuidarte, hacerte sentir valioso, alegrarte y hasta aliviar el sufrimiento del cuerpo y del alma, porque su empatía es tan profunda y bella que permiten experimentar la comunión, el amor incondicional y el regalo maravilloso de la amistad.
- Los light: son aquellos que genuinamente se detienen a expresarte su preocupación cariño y generosidad. Sin embargo, su ritmo de vida es tan vertiginoso y su agenda tan copada de actividades, que sientes que eres un checklist más y que no tienen tiempo ni profundo interés en ti. Para bien o para mal, es en estas circunstancias cuando se ve con quién cuentas en realidad.
- Los fatalistas: son aquellos que, sin darse cuenta, aprovechan una situación difícil para confirmar y plasmar su propia desesperanza, amargura y dolor, a su alrededor. Su energía y modo de relación debemos evitarlo a toda costa dada nuestra vulnerabilidad, ya que son verdaderos vampiros emocionales que no nos ayudarán a cenar y tampoco los podremos consolar debido a nuestra fragilidad.
- Los chistosos: son aquellos que optan por el buen humor, las bromas, la liviandad y un modo de relación irónico y la risa para que puedas sobrellevar el mal momento que estás pasando. Si bien se agradece este tipo de compañía, es muy importante dosificar cuánto, cómo y con qué hacer chistes para manejarse dentro de los límites del cuidado, buen trato y prevenir la crueldad o la agresividad.
- Los crueles positivistas: son aquellos que implícita o explícitamente te culpan por lo que estás viviendo. Disfrazados de consejos y frases “sabias”, te sobrecargan con la sensación de que, por acción u omisión, eres el responsable de estar pasándolo mal. Este tipo de “empatía” se asocia tóxicamente con el pensamiento positivo, en el que cualquier signo de debilidad, tristeza o vulnerabilidad, es visto como un fracaso, como algo negativo, y no como una oportunidad.
- Los que ejercen la conmiseración: son aquellos que, sin darse cuenta, se sitúan en una posición superior a la tuya, expresando con sus palabras y gestos que a ellos jamás les pasaría lo mismo, por lo que a acentúan el dolor, vergüenza y soledad. Hay que estar atentos a discernir a este tipo de personas, ya que aparecen ser compasivos y amorosos; sin embargo, su discurso vertical provoca mucho mal.
Vínculo con los demás
Lo complejo de la empatía es que no solo se experimenta en el vínculo con los demás, sino que todas estas voces también nos hablan en nuestro diálogo interior, acompañándonos o torturándonos de acuerdo con cuál ocupe el mayor volumen en la ecuación. A veces nos cuidamos como si el mismo Dios nos habilitara, “Tú en mí y yo en Ti”, pero también sucumbimos al demonio interior que nos flagela, haciéndonos sentir una carga, inútiles y culpables de lo que nos pasó.
Sin embargo, nada ni nadie nos puede arrebatar nuestra vocación mayor: amar a todos y a todo como Jesús también lo vivió en su crucifixión. Fue justamente en el momento de extremo sufrimiento, limitación, despojo y abandono, cuando más amo. Que eso oriente y fortalezca nuestra pequeña o gran cruz de dolor.