Tribuna

Vigencia parcial de la religión

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No todas las religiones han tenido un contenido moral. Muchas  simplemente consideran que los fieles deben aplacar, mediante ofrendas, a unos dioses que podrían actuar de forma colérica. Pero ello no implica que sus seguidores  tengan que realizar comportamiento alguno favorable a las demás personas. A diferencia de ellas, el cristianismo atesora preceptos fuertemente éticos. Lo mismo sucede con otras religiones.



El Antiguo Testamento (Levítico 19,18) establece: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La norma es hermosa, aunque resulte demasiado estricta para el ser humano. Somos totalmente incapaces de lograrlo, ya que no resulta acorde con nuestra programación biológica el colocar a todos los demás a nuestro mismo nivel. Tal vez por ello, repita ese precepto, aunque con algunos matices, el Nuevo Testamento (San Juan 13, 34): “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros” (el “como a ti mismo” no figura ya aquí). Otras muchas recomendaciones señalan esa misma dirección. Pese a las limitaciones que tenemos, conviene recordarlo, de forma que contribuya, al menos, a paliar nuestros defectos. De hecho, los mejores momentos históricos de las diversas confesiones cristianas, son aquellos en los que más han logrado aproximarse a ese nivel de bondad.

Pero hay que tener en cuenta que la Biblia está compuesta por una multitud de libros, pertenecientes a épocas distintas y que presentan además aspectos contradictorios. En frontal oposición con lo anterior, el Deuteronomio, al tratar del hijo indócil (21, 18-20) señala que sus padres “… le llevarán afuera donde los ancianos de su ciudad. Ese hijo nuestro es rebelde y díscolo, y no nos escucha, es un libertino y un borracho. Entonces todos sus conciudadanos le apedrearán hasta que muera. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti, y todo Israel, al saberlo, temerá”. Felizmente, no consta que en dos milenios de cristianismo se haya aplicado. Poco más adelante, al regular el adulterio y la fornicación, establece también, en algún caso, la pena de muerte para ambos amantes (22,22). Este tipo de penas –contempladas en sus respectivos textos sagrados– tampoco las aplican los judíos. Algo similar sucede con la inmensa mayoría de los musulmanes.

Amor al prójimo

Pocos cristianos conocen la existencia de esos párrafos y de hecho, nunca los he oído leer en una iglesia. Se interpreta que hacen referencia a la descripción de una sociedad antigua, que castiga de forma absolutamente desproporcionada los pecados. Resultaba necesario hacer esa interpretación racional (que por otra parte evita contradicciones con los principios básicos: en este caso el amor al prójimo). Es algo que también se realiza en las demás confesiones.

Por todo ello resulta imprescindible la libertad religiosa. A fin de que se puedan interpretar los textos y, a su vez, los distintos credos puedan ser compatibles entre sí. Además ahora  una parte de la población ni siquiera es creyente o, incluso siéndolo en determinada medida, considera que las religiones constituyen una explicación antigua del mundo, que ya está superada. Esto no implica ninguna tragedia. Es algo que sucede continuamente con el conocimiento. Sin duda alguna, gran parte de nuestra concepción del mundo también quedará anticuada y dejará de estar en vigor en breve. En este proceso, la libertad es imprescindible. La tradición debe ser siempre conocida. Pero también  evaluada, para saber qué partes de ella pueden servir  para los tiempos presentes.

Personalmente no soy creyente. Pero eso no significa que la herencia religiosa haya perdido para mí toda su vigencia. Por una parte y desde un punto de vista meramente cultural, es necesario conocer esas creencias que han moldeado el mundo durante siglos e incluso milenios. Se trata de preservar la parte positiva de esa rica historia. Por otra, hay que recordar aquellos aspectos que pueden mantener su vigor, por seguir siendo útiles. Especialmente el precepto de amar al prójimo (en la medida en que podemos los seres humanos ordinarios). Se trata de hacer las cosas bien. Es lo importante. Si no son cumplidos esos mandatos y algunos fieles se limitan a los ritos, esto (incluso desde un punto de vista  estrictamente religioso) no vale para nada.

Existe una minoría de cristianos que, durante siglos, ha tratado de llevar a la práctica esas normas sobre la bondad (aunque solo sea en la medida de sus escasas fuerzas). Así, además de templos, se construyeron escuelas, hospitales o albergues para los ancianos. Trataron también de ayudar a los pobres. O, simplemente, de mejorar día a día su propia conducta. Algo similar sucede en las demás religiones con sus seguidores.

Es muy importante que los integrantes de esa minoría que están dotados de un nivel de altruismo mayor que el de la media de la población, sepan que personas como ellas han existido siempre a lo largo de la historia. Hay que mantener el recuerdo de todos los que vivieron en el pasado, evitando repetir sus errores y tomando ejemplo de sus aciertos. No son buenos ni la ruptura no meditada ni el olvido. La mejor ética y estética vigentes, deben tener continuidad (“Si Dios quiere”, que dirían algunos). Por ello, en mi entorno doméstico, me parece interesante mantener algunos símbolos religiosos a la vista. El principal de ellos es la cruz. Una sencilla, lisa, como la original. Sin barroquismos ni adornos. Que evoque la esencia de esa idea, su mejor faceta.


Andoni Esparza Leibar. Doctor en Filosofía