Tribuna

Una mística del detalle

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Andre Malraux (1901 – 1976) fue uno de los novelistas más importantes del Siglo XX. Escribió una de las novelas claves para comprender nuestro tiempo, se trata de La Condición Humana (1933).



Malraux, como espíritu sensible y abierto a la experiencia de la vida, afirmó que el siglo XXI sería espiritual o no sería. Karl Rahner, teólogo alemán, también hizo una afirmación parecida, sólo que referida estrictamente al cristiano: “El cristiano del siglo XXI será místico o no será”. Espiritual o místico quizás estamos hablando de lo mismo, pero de ¿qué estamos hablando? No sé Malraux o Rahner, pero yo sí quiero hacer mi aporte al respecto.

Raimon Panikkar sostiene de manera categórica que el hombre es esencialmente místico y que, por lo tanto, la mística no es un privilegio de unos cuantos escogidos. Lo que puede ocurrir que no permite que vivamos plenamente ese misticismo es que no vivimos a plenitud, ya que nuestra experiencia como seres humanos no es completa debido a que vivimos distraídos, afianzados en la superficie. Los hombres, todos los hombres, antes de ser seres racionales somos espíritus encarnados. La Modernidad nos mostró que hay que saber vivir y, lógicamente nos dio el recetario para tal fin, pero realmente vivir la vida no es pensarla, tampoco sentirla: la vida tan sólo se vive, y se vive en los detalles que hacen de cada momento una ocasión para la belleza.

Vivir es poesía

La Modernidad nos ha puesto frente a un obstáculo que ha teñido de sombras, a veces más espesas, otras más claras, la experiencia de la vida. El centro de nuestra vida es el hacer, a expensas del ser y, claro está, del vivir. Jesucristo, que fue el hombre pleno, ya nos lo advertía cuando nos invitaba, no sólo a navegar hacia la otra orilla, sino a contemplar las aves del cielo y los lirios del campo (Mt 6, 25 – 31). Sin embargo, la experiencia mística es todo lo contrario a lo que nos venden: ella es fruto del ser antes que del hacer. No se trata de rechazar el hacer, esto es importante, pero en su santo lugar.

La mística es una experiencia humana integral, una dimensión antropológica por medie de la cual cada ser humano percibe las tres dimensiones de la realidad: sensible, inteligible y espiritual. La mística es tener los sentidos despiertos, los sentidos que nos permiten ver la armonía que, a su vez, es fuente de la belleza. Esa belleza que se desnuda ante la mirada enamorada, como recoge el Rg Veda que describe a esa novia engalanada que se entrega al esposo y que, no por casualidad, ofrece los mismo fruto que la amada al amado en El Cantar de los Cantares. Vivir es poesía, pues la poesía es la dulzura que mantiene despiertos a los sentidos que irrumpe alegre para demoler certezas y nos abre el corazón al asombro constante, a la sorpresa, a la incertidumbre.

Una mística del detalle

Estamos claros, pues la historia nos lo ha mostrado, la capacidad para hacer el mal es un hecho universal propio de la humanidad entera. Francois Cheng, escritor chino, afirma que la belleza y el mal constituyen dos extremos del universo vivo. Vivimos un tiempo en el cual nos alimentamos de la confusión de los valores. Producto de ello, hemos creído que para poder  ser exitoso (hacer) resulta vital ser cínicos, sarcásticos o despreocupados, lo cual ha ahondado la herida. Sin embargo, Laozi nos habla de ser barrancos del mundo, esto es asumir una postura de acogida y no de conquista es lo que nos permitirá salir del atolladero. Resulta vital apostar por un mínimo del bondad para que la existencia en este mundo pueda perdurar, es decir edificar una antropología a partir de una mística del detalle.

¿Qué es una mística del detalle? Es San Francisco de Asís frente al lobo de Gubbio, es decir, indagar en un verdadero espíritu de reconocimiento, aquel que no trata al otro como ser peligroso que nos pone en riesgo, sino asumir el riesgo de ver en el otro al hermano: al hermano lobo. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela