Tribuna

Sinodalidad: luz entre las sombras

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Durante la Primera Asamblea Eclesial, la teóloga Emilce Cuda tradujo a un lenguaje popular lo que significa sinodalidad: “O nos unimos o nos hundimos”, dijo recordando una expresión del Papa Francisco.  En efecto, la imagen de una barca azotada por la tempestad expresa adecuadamente lo que ha sido la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe, celebrada del 21 al 28 de noviembre de forma presencial en México y virtual desde los diferentes países de la región.



Imaginemos el panorama: Es de noche. Llueve. Hay relámpagos. La barca se balancea. El agua amenaza hundirla… Nadie con un poco de criterio puede negar que el proceso de la Asamblea Eclesial ha estado atravesado de sombras desde el comienzo. Veamos algunas:

  • El proceso de escucha no logró la amplia participación que se esperaba.
  • La comunicación falló en muchos niveles, comenzando porque en algunos casos los mismos obispos no sabían o entendían la importancia y dinámica de la Asamblea Eclesial.
  • Los procesos de selección de los asambleístas no fueron claros en todos los casos. Algunas veces, no hubo si quiera seguimiento de si las personas seleccionadas participaron realmente o no.
  • El tiempo anduvo siempre ajustado… Lo cual, en algunos casos, generó dificultades y conflictos.
  • El pecado humano también se hizo sentir: a través de la desconfianza, la incoherencia, la auto referencialidad y la tentación del propio reconocimiento por encima de los demás.

Un tiempo de gracia

Una barca enfrentada a estas sombras verdaderamente amenaza hundirse…  Sin embargo, es posible afirmar que la Asamblea Eclesial ha sido realmente un kairós, es decir un tiempo de gracia. ¿Por qué? ¿Cómo es esto posible?

Veamos algunos ejemplos:

  • La posibilidad del encuentro, presencial y virtual, ha permitido fortalecer vínculos de comunión entre los asambleístas de América Latina y El Caribe. En una Iglesia profundamente dolida por las distancias que impuso la pandemia del Covid 19, esto ha sido un gran signo de alegría y esperanza.
  • La participación conjunta de laicos, obispos, religiosas, sacerdotes, diáconos, vírgenes consagradas, cardenales, etc. es, sin duda, otro gran signo sinodal que brilló intensamente durante esta asamblea. En efecto, esta es la novedad que ha distinguido la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y de El Caribe de cualquier otro acontecimiento de la Iglesia en el mundo. Si tan sólo aprendimos que sí es posible caminar juntos, ya ganamos muchísimo.
  • Con las limitaciones propias de toda experiencia nueva, el proceso de escucha permitió la inclusión de personas que nunca habían sido consultadas. Quisiera destacar a los jóvenes entre ellos; quienes, estando inmersos en el mundo virtual, encontraron en la plataforma utilizada un medio viable para expresar sus inquietudes, iniciativas, dolores y esperanzas.
  • La Asamblea Eclesial ha servido de “laboratorio” o “entrenamiento” para otros procesos sinodales que ya están en marcha o que vendrán. Tal es el caso, por ejemplo, del Sínodo sobre Sinodalidad que se realizará en Roma en 2023. Cada uno de estos procesos sirven como catalizadores para impulsar iniciativas y oportunidades que quizá estuvieron ahí por mucho tiempo, pero esperaban este tiempo de gracia para manifestarse.
  • Los gestos de ternura, la cálida acogida, la solidaridad fraterna, el compartir sincero y la denuncia profética de los dolores de nuestro pueblo, se convirtieron durante este proceso en fuente de luz brillando en medio de las tinieblas. Cual la tenue luz del Adviento que brilla desde el vientre de la Virgen María; la Iglesia Latinoamericana y Caribeña resplandeció desde el Santuario del Tepeyac al consagrar el Continente a Dios a los pies de María, la Guadalupana.

¿Qué podemos esperar ahora? ¿Cuáles son los desafíos metodológicos que nos deja esta experiencia inédita? No me voy a referir aquí a los doce desafíos pastorales que surgieron como resultado de estos días de discernimiento. Para ello, ha habido oportunidad en otros artículos. Sintetizo solamente algunas propuestas que considero podrían ayudarnos a modular las expectativas que proyectemos sobre días, meses y años que están por venir.

  • Se requiere creatividad para articular el proceso de la Asamblea Eclesial con el Sínodo de la Sinodalidad. Mortal sería que el segundo se convierta en competencia del primero, o bien, que se mantengan como acontecimientos paralelos. El pueblo de Dios se motiva cuando comprende la articulación que existe entre la creación de las redes territoriales en la Iglesia, el magisterio del Papa Francisco, los sínodos recientes sobre los jóvenes, la familia y la Amazonía, la Asamblea Eclesial, la Plataforma de Acción Laudato si’, el Sínodo sobre Sinodalidad, etc. Pero es necesario evidenciarlo, pues para la gran mayoría estos siguen siendo asuntos desconocidos.
  • Diversificar las estrategias comunicativas y las plataformas utilizadas para dirigirse al pueblo de Dios. Esta fue una sugerencia que dio Ligia Elena Matamoros, representante de la Pastoral Juvenil Latinoamericana. La Iglesia es sumamente amplia y diversa; no basta con utilizar una sola forma de comunicación o con difundir un mismo contenido en diferentes plataformas. Necesitamos encarnar la comunicación de la Iglesia. Los grandes avances realizados hasta el momento en las comunicaciones eclesiales dejan ver nuevos desafíos que es preciso atender.
  • Gestos simbólicos orientados a resultados. Jesús no sanaba enfermos con una intención meramente terapéutica; ni tampoco les imponía las manos de forma solamente simbólica. Los gestos de Jesús para con los sordos, paralíticos, mudos y endemoniados, tienen una inmensa fuerza simbólica y efectiva a la vez. ¡Eso es lo que necesitamos! No son grandes obras, pero sí signos concretos que hablen de la coherencia del amor. ¡Cómo me habría gustado que una pequeña representación de asambleístas hubiera ido, por ejemplo, al Lago de Guadalupe a rezar con la Creación y recoger basura, en un gesto concreto de ser Iglesia en salida!

Del pasado al futuro

Concluyo estableciendo una comparación histórica entre la Primera Conferencia del Episcopado en Río de Janeiro en 1955 y la presente Asamblea Eclesial. La conferencia de Río se llevó a cabo antes del Concilio Vaticano II (1962-1965) y sentó un precedente para que luego se llevaran a cabo la Conferencia de Medellín (1968) y todas las que le han seguido hasta Aparecida (2007).

De igual modo, la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe se ha adelantado de algún modo a la Iglesia Universal que celebrará el Sínodo de la Sinodalidad en 2023. Podemos esperar, que la experiencia adquirida nos ayude a impulsar un proceso de escucha más amplio en esta ocasión y cabría soñar con una gran efusión de luz en una eventual Segunda Asamblea Eclesial para el jubileo guadalupano en 2031. ¡La llama de la Sinodalidad ha sido encendida! Solo cuando hay luz se observan las sombras.