Tribuna

Se busca humanos “practicantes”

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De cuando en cuando, sobre todo cuando se acerca la época del chequeo anual de la vista, recuerdo cómo llegaron los lentes a mi vida. No fue sino hasta que tuve que adelantarme a la primera fila de la clase durante un examen para poder alcanzar leer las preguntas que el profesor había proyectado en la pizarra que me di cuenta de que necesitaba visitar al oftalmólogo. En el resto de actividades diarias no había notado ninguna dificultad particular para ver. Sin embargo, una vez que me entregaron los lentes y me percaté de que en lo que normalmente veía como una masa verde en la entrada de mi casa ahora era capaz de distinguir las hojas del césped, me di cuenta de que probablemente hacía mucho que necesitaba alguna ayuda para mis ojos. El proceso había sido tan gradual que había sido incapaz de notar el paso de ver césped a ‘ver’ aquella masa borrosa.



Creo que al corazón le puede pasar –de hecho, le suele pasar– lo mismo que a mis ojos: lo que en un primer momento nos impresiona y puede llevarnos bien a alegrarnos y dar gracias, bien a dolernos y compadecernos, con el tiempo se va haciendo algo normal, deja de llamar nuestra atención y pasa a ser parte del ‘paisaje natural’ en el que nos movemos en el día a día.

Cuando nos acostumbramos a que cada uno se preocupa solo de lo propio –a que “cada quien baila con su propio pañuelo”, como se suele oír en mi tierra–, no es muy difícil dar un paso más y convertirnos en el sacerdote o en el levita que pasan de largo en el camino de Jerusalén a Jericó de la vida. Ojalá no nos falten nunca hechos que nos hagan detener nuestra marcha inercial y revisitar nuestro corazón. En esos momentos, para los ojos del corazón no hay mejor oftalmólogo que las páginas del evangelio, que transmiten la Vida de Cristo y se siguen haciendo vida en tantas personas.

Somos analfabetos en acompañar

Para mí, uno de estos hechos ocurrió hace algunas semanas. Mientras leía los titulares del día, me topé con uno que me llamó la atención sobremanera, creo que porque me parecía increíble que fuera cierto. “Quizás lo he leído mal”, me dije. Lo volví a leer y nada: seguían allí todas las palabras, tal como la primera vez. El titular informaba de la muerte de un fotógrafo en las calles parisinas, congelado a causa de una caída y –todo sea dicho– de la desatención de los transeúntes. Medio minuto después me enteré de que se trataba de René Robert, un reconocido fotógrafo suizo. Lo más increíble de todo era que, de hecho, esta lamentable noticia había alcanzado un lugar destacado en las portadas de los diarios, pero, según afirmaba el mismo artículo, se trataba de uno de los alrededor de 500 casos que se dan anualmente en Francia. Cuántos más en otros países…

La noticia hizo incluso más eco en mí porque recién acababa de regresar de estar con tres hermanos más en Madrid haciendo un voluntariado en un centro de integración social gracias a las buenas gestiones de ARCORES, la red solidaria internacional de nuestra familia religiosa. A pesar de que René Robert no encajara en el perfil de persona promedio que encuentra la muerte en las calles de las grandes ciudades, para mí el rostro de ese titular podía ser el de muchas de las personas que había conocido días atrás. Además, lo más impactante de todo era que, como reconocía con una sinceridad bárbara la autora de un artículo que leí en esos días en otro portal de noticias, seguramente no nos sería muy difícil imaginarnos como una más de los cientos de personas que pasaron esa noche junto a René Robert y no le prestaron atención. Y es que, como dice el papa Francisco en ‘Fratelli Tutti’, “hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente” (FT 64).

Una escapada de Francisco a la óptica

Muchas veces queremos ver a la humanidad como en un regular y continuo camino siempre hacia adelante, pero no nos damos cuenta de que con frecuencia nos dejamos atrás lo que nos hace propiamente humanos. Hoy, como siempre, sigue siendo necesario que no seamos solo humanos de denominación, sino verdaderos humanos “practicantes”: practicantes de la misericordia, del encuentro, de la escucha, de la compasión, del hacerse cargo de los demás, de la mirada con profundidad…

Han pasado ya muchos años desde el encuentro de Jesús con aquel maestro de la ley del que Lucas dice que quería poner a prueba al Maestro, y aún seguimos preguntándonos quién es nuestro prójimo en vez de dejarnos interpelar por la realidad y hacernos prójimos. Que podamos escuchar la voz de Jesús, que sigue diciendo hoy a todo hombre y mujer: “Anda y haz tú lo mismo”.