Tribuna

“¡Que han hecho obispo al hijo de la Jorja!”

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No es cuestión de jugarse el cuello, pero a buen seguro que en alguna esquina de esas en las que se pillan los constipados de entretiempo en Villanueva de Alcardete, alguna vecina estará comentando con ese retintín de haber sido la primera en enterarse: “¡Que han hecho obispo al hijo de la Jorja!”. Sí, aquel que se marchó del pueblo poco después de escuchar en su casa que habían asesinado a un obispo en El Salvador.



La muerte de Romero le descolocó hasta tal punto a José María que se plantó en Madrid para hablar con Tarancón. Al contarle de las estrecheces de su casa para llegar a fin de mes, el cardenal le permitió alternar el seminario con un trabajillo para poder ayudar a los suyos. De la mano de Juan Martín Velasco se forjó el cura Avendaño,  que desembarcaría en Leganés, en esas periferias de las que tanto habla Bergoglio y que el recién estrenado obispo auxiliar de Getafe se ha pateado como pocos.

Desenmarañar nudos

A medida que en la diócesis madrileña se confiaba en él para desenmarañar los nudos de otros con responsabilidades, alguien le recomendó que no dijera con tanta naturalidad que era de familia de agricultores sin títulos, porque no se estilaba para adquirir galones curiales. Lo único que dejó por el camino fueron sus barbas, pero no su dignidad ni sus raíces, unos cimientos santos. Porque la Jorja va camino de los altares, como icono de todas las madres y abuelas de la posguerra que no se detuvieron en batallas campales sino en sacar a los suyos adelante a golpe de cariño, amor y confianza en Dios.

Hubo un tiempo en el que a Avendaño algunos le comparaban con Alfredo Landa, con cierta sorna por su estatura y con desdén al asimilarle a un cómico setentero. Incultos ellos que no sabían que, más allá del landismo, al ganador de tres Goyas el cine español le debe, como poco, su maestría en ‘Los santos inocentes’ y ‘El bosque animado’. Ahí sí, el tesón y la calidad interpretativa de Landa es la fidelidad y la calidez evangélica de Avendaño.

Los rebaños de empobrecidos

Como el actor, él también sufrió que le encasillaran durante unos años y no le dieran juego, porque no se estilaba oler a oveja. Porque los rebaños de los empobrecidos no se perfuman. Y sacar la cara por ellos, incomoda. Hasta que alguien reconoció en él a un pastor y le levantó el veto.

Y es que la altura de José María no se mide de arriba hacia abajo, sino en horizontal a ras de suelo. Con esos hombres y mujeres  de Basida con los que pasa cada Nochebuena, como signo de otras tantas horas en los que los acompaña en lo oculto. Con esos migrantes a los que ha sacado de tantos apuros y por los que ha complicado la vida a los políticos para que se mojaran por los últimos. Con los descartados del psiquiátrico de Ciempozuelos. Con los curas mayores olvidados. Hummes le soltó a Bergoglio en la Sixtina al terminar el recuento de votos que no se olvidara de los pobres. Al manchego getafense no hay que recordárselo. Porque se sabe pobre y se conoce a cada pobre por su nombre. Y no como figura retórica de pobreza espiritual. Se deja los cuartos y se desgasta la vida por ellos.

Pero no le tomen por un hombre obsesionado por la acción. Para Avendaño todo nace y termina a los pies del sagrario. Con ese Jesús que es caridad y humildad, como su lema episcopal, que no deja de ser su fuente de vida cotidiana y su pincel de acuarelas. Getafe estrena obispo auxiliar. Y como diría Cándido, “mejor no cabe”.