Tribuna

¿Por qué unas vidas valen más que otras?

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No sé por dónde empezar. Quizás ayude ir al principio. A que me llamaron Valle cuando nací en Sevilla, hace 33 años. El resto de los elementos no sé cómo se fueron sucediendo; muchas experiencias, muchas personas, muchos lugares… y la Palabra de Dios en todo ello. Hasta que llegué a las tres patas de lo que me hace ser quien soy: religiosa de Jesús-María, médico y misionera. Y el orden de los factores no altera el producto.



Todo eso me trajo a Haití. El deseo de seguir a Jesús, más allá de mis fronteras, de mi lugar de confort, junto a los más expuestos, sirviendo desde la medicina y a todo lo que con creatividad se llegue.

Un país que “engancha”

Haití. ¿Qué tendrá este país que “engancha”? Porque en el reino de la razón sería un lugar a evitar. La naturaleza que no deja de azotar con terremotos y huracanes; y la desertización que hemos provocado con la tala masiva. Bandas que provocan caos, generando miedo con violencia y secuestros. La corrupción extrema en sus dirigentes… Pero a esa realidad le gana la de millones de haitianos acogedores, esperanzados, fuertes, siempre dispuestos a volverse a poner en pie. Ellos y un Dios que no se desentiende, que hace experimentar su Providencia en lo más pequeño y cotidiano.

Esto es lo que veo cuando salgo con el equipo de la clínica móvil por la zona de Jean Rabel. Soy una afortunada. Tengo un trabajo difícil en muchos momentos, pero precioso. Cada día salimos a un poblado distinto de los 14 que actualmente visitamos a través de caminos que nada tienen que envidiar a una “montaña rusa”. Allí hacemos nuestro pequeño despliegue, bajando de la clínica móvil medicamentos, material para la consulta, camilla… Y mientras unos ponen orden y van dando la formación, otros toman constantes, otra se va a hacer las revisiones de los niños con malnutrición, yo paso consulta, damos los medicamentos…

Valle Chías, rjm, misionera en Haití

Falta de medios

Durante cinco o seis horas se juntan ahí ancianos, niños acompañados por su madre, hermana mayor (que a veces no tiene más de diez años) o abuela; embarazadas, algún que otro joven… A veces veo casos graves, que duelen. Porque nosotros no tenemos tantos medios, el hospital de esta zona deja mucho que desear y muchas personas temen ir a Puerto Príncipe (unas ocho horas de camino para 260 kilómetros y los problemas de las bandas armadas).

Algunas personas me preguntan por la situación del Covid aquí. No es nuestro principal problema. ¿Casos probables? Muchos. Pero no tenemos posibilidad de testar, el aislamiento es un lujo que no se pueden permitir y, la vacunación, algo anecdótico. En esta zona las vacunas llegaron escasas, tarde y se está haciendo mal. Haber nacido en ciertos lugares del planeta ya es duro de por sí, y seguimos añadiendo elementos a la brecha. Muchas veces rompo a llorar sabiendo que existen tratamientos o posibilidad de prevención de algunas patologías, pero que para ellos no están disponibles. ¿Por qué valen unas vidas más que otras?

Historias de vida

Y, en relación a todo y a nada de esto, una experiencia. Muchas veces llegan personas a la consulta, generalmente mujeres, que me fascinan. Una mujer de 80 años, doblada como la mujer del Evangelio; otra de 95 años, tan arrugadita y esos dedos de las manos cada uno en una dirección; la mujer con su niño albino al que no deja de besar; Darline, con su pierna nueva; la mujer completamente ciega capaz de llegar con su palo… y tantas más.

Estar con ellas invita a descalzarse, son terreno sagrado. Mientras les escucho, mi cabeza piensa: “Eres maravillosa”. A veces me siento muy mediocre en mi trabajo, por no poder aliviar o sanar más a estas personas, por no poder darles mejor solución. Sin embargo, siento que Dios me dice también a mí: “Eres maravillosa… Yo te he enviado, yo te sostengo, yo os sostengo, no me desentiendo”.

Ellos, y Él en ellos. Esto es para mí Haití.

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