Tribuna

Por doña Sarita y por nosotros

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Una voz que no cesa…

“Con fe cristiana sabemos que en este momento la hostia de trigo se convierte en el cuerpo del Señor que se ofreció por la redención del mundo y que en ese cáliz el vino se transforma en la sangre que fue precio de la salvación. Que este cuerpo inmolado y esta Sangre Sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar cosechas de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por Doña Sarita y por nosotros (breve silencio interrumpido por el estruendo de un disparo… otro silencio, quizás el asombro… gritos).



Estas líneas nos ubican en el último minuto terrenal que vivió Monseñor Oscar Romero, mártir de Cristo. Monseñor Romero representa para la Iglesia, en especial para la latinoamericana, una voz que no cesa de señalar con firmeza moral las múltiples injusticias que los más pobres vivieron y viven en este mundo. Una firmeza dentro de la cual resplandece la violencia del amor, esa violencia que nos desnudó Cristo clavado a una cruz. Violencia que nos solicita vencer nuestros egoísmos para que no sigan existiendo desigualdades tan crueles entre nosotros.

Palabras que retumban

Las palabras de Monseñor Romero que no eran sus palabras retumban en cada rincón de la llamada nuestra América. La palabra de Monseñor Romero llueve sobre nosotros para decirnos que no nos asustemos ni perdamos la fe ni la esperanza, ya que sus palabras son las palabras del Evangelio. Nos dice, con esa afable sonrisa que se abre como abrazo de amigo, que cuanto más llenos de angustias y de problemas, “cuanto más insolubles parecen los caminos de la vida, mirar hacia las alturas y oír la gran noticia: ¡Os ha nacido un Salvador!” debe significar una invitación clara a no desanimarnos, ya que las realidades humanas no hacen imposible la realización de los proyectos de Dios.

La agonía, el dolor y el sufrimiento son tan sólo la anunciación de la resurrección. Agonía, dolor y sufrimiento que deben tener un sentido, una razón de ser que nos den sentido. Quizás el sentido sea terminar de comprender que todas las costumbres que no están de acuerdo con el Evangelio hay que erradicarlas del corazón, sólo así se puede salvar el hombre. Si queremos salvar al hombre, si nos queremos salvar, debemos salvarnos de lo salvaje para caminar seguros hacia lo humano y de allí caminar seguros hacia lo divino. ¿Qué es lo salvaje?, ya lo hemos dicho, todas las costumbres que contradigan el corazón del Evangelio. “Hay que salvar no el alma a la hora de morir el hombre, dice Mons. Romero, hay que salvar al hombre ya viviendo en la historia”.

El corazón del Evangelio

El corazón del Evangelio es el amor, de hecho, es el Amor, con mayúscula, fuente de todo amor. Un amor que es una invitación permanente a no permitir que el odio haga nido en nuestro interior para que la serpiente del rencor no alcance a arrastrar su escamosa piel sobre nuestros corazones, pues ella sólo busca interrumpir la danza amorosa de los latidos. “No dejen que se anide en el corazón de ustedes la serpiente del rencor, que no hay desgracia más grande que la de un corazón rencoroso, ni siquiera contra los que torturaron a sus hijos, ni siquiera contra las manos criminales que los tienen desaparecidos. No odien”.

Hablar del amor de Cristo es muy fácil, no se requiere mucho dominio de nada. Hablar del amor de Cristo nos hace pasar como hombres y mujeres correctos, a veces hasta intachables. ¿Cómo dudar de ellos? Por ello, hablar del amor de Cristo no desde las palabras, sino desde las acciones es una tarea cuesta arriba, ya que casi siempre, nos pone en el lado contrario, a nadar contracorriente, a ser incómodos y a volvernos blanco fácil para la burla, el desprecio y la violencia.

Unámonos pues, por doña Sarita y por nosotros. Por nosotros y por Monseñor Romero que nos brindó desde su vida un profundo testimonio de la apertura al amor de Cristo, un profundo testimonio de mirar al otro con los ojos de María que tuvo al Evangelio en su vientre, en su cuerpo, haciéndolo parte concreta de la historia. Paz y Bien.


Por Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela