Tribuna

La eclesiología del Pueblo de Dios

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Uno de los aspectos más novedosos en la actual recepción del ‘sensus fidei’, en el proceso sinodal, radica en la recuperación y profundización de la dimensión pneumatológica. Escuchar al Pueblo de Dios es escuchar verdaderamente lo que el Espíritu le dice a la Iglesia.



Si no tuviéramos la certeza de que el Espíritu habla a la Iglesia, y lo hace en virtud de la unción bautismal, la consulta al Pueblo de Dios se reduciría a una encuesta, con todos los riesgos de manipulación de la opinión pública, propio de los sistemas políticos. Del Espíritu Santo depende la concordancia en la fe de todo el Pueblo de Dios. La totalidad de los fieles, que tiene la unción del Espíritu Santo (cf. 1 Jn 2, 20 y 27), no puede equivocarse cuando cree. Asimismo, el Espíritu Santo no tiene distinción de ningún tipo para manifestarse.

De ahí que el ‘sensus fidei fidelium’ no es un mero ejercicio, función o puesta en práctica de una operación de la inteligencia de la fe, sino que es una dinámica comunitaria y espiritual que vincula a todos los sujetos eclesiales entre sí y los configura como totalidad orgánica y corresponsable, a partir de lo que el Espíritu va manifestando a través y al Pueblo de Dios –’sensus totius populi’–, y no a algunos.

Podemos decir que el estado actual de la cuestión eclesiológica se encuentra ante el desafío de lograr una más completa recepción de las implicaciones de la teología del ‘sensus fidei fidelium’ en una Iglesia sinodal, en la que todo el Pueblo de Dios es considerado sujeto activo de la vida y la misión de la Iglesia.

Aún más, al considerar la escucha recíproca como elemento constitutivo de una Iglesia sinodal, ‘Lumen gentium’ 12 ofrece el marco más apropiado para comprender el modo como se manifiesta “la unción del Espíritu Santo”, porque a partir de la escucha se activan una serie de dinámicas comunicativas que median lo que el Espíritu dice a las Iglesias, como lo son, entre otras, consultar, dialogar, discernir en común, tomar consejos, elaborar decisiones y rendir cuentas. Dichas dinámicas crean el ambiente propicio para generar procesos de conversión que se activan con la interacción personal y horizontal entre los distintos sujetos eclesiales.

‘Eclesiogénesis’

Karl Rahner sostenía que “la autoridad formal de un cargo oficial no dispensa al que lo ejerce de la obligación de procurarse eficazmente el consentimiento de quienes son afectados por una decisión”. Ciertamente, los procesos eclesiales se han de construir y expresar el ‘sensus ecclesiae totius populi’ y no solo el ‘sensus ecclesiae’ de la jerarquía. Es precisamente a nivel de los procesos decisionales y la construcción de consensos, donde se juega nuestra capacidad de imaginar y construir un nuevo modelo eclesial institucional para la Iglesia sinodal del tercer milenio.

La recepción actual de la eclesiología del Pueblo de Dios nos sitúa ante un momento de ‘eclesiogénesis’, el cual estimula a construir el “nosotros eclesial, en el que cada ‘yo’, estando revestido de Cristo (cf. Gal 2, 20), vive y camina con los hermanos y las hermanas como sujeto responsable y activo en la única misión del Pueblo de Dios”, como ha planteado la Comisión Teológica Internacional.

El momento sinodal que vivimos pide generar un nuevo modo eclesial de proceder que tenga siempre “su punto de partida y también su punto de llegada en el Pueblo de Dios” (EC, 7). Quedan abiertos, nuevos caminos para seguir profundizando la recepción de la centralidad de la eclesiología del Pueblo de Dios propuesta por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio del papa Francisco.