Tribuna

Jesucristo, Nietzsche y los niños

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Hermann Hesse es uno de los escritores que mayor impacto me causaron durante mis inicios como lector. Su impacto se transformó en presencia permanente a la que retorno de vez en cuando. Gran parte de su obra está tejida por los hilos de la memoria que buscan siempre en los entresijos de su infancia un espacio fresco para la fuerza creativa.



¿Por qué la narrativa de Hesse con harta frecuencia se lanza a los brazos de la infancia para emerger? ¿Qué busca Hesse en su infancia? ¿Qué nos invita a buscar a través de su poética de la memoria? Quizás la respuesta se encuentre en algunas ideas que irresponsablemente expondré apoyándome en dos pensamientos totalmente opuestos: Jesucristo y Friedrich Nietzsche. Ambos dedican a la niñez palabras que pueden brindarnos alternativas para encarar nuestra realidad, nuestro tiempo.

Jesucristo

Hay dos versículos que tomo del Evangelio según San Mateo para destacar en esta reflexión. “…Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. (Mt 18:3). “Pero Jesús dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mt 19, 14) Qué ve Jesús en los niños para brindarles tan alta distinción. Leer sin mayor profundidad los evangelios, particularmente Mateo, evidencia la predilección que sintió Jesús por los niños, puesto que, además de lo antes expresado, los niños son los únicos de cuya boca sale la alabanza que agrada a Dios (Cfr. Mt 21, 16)

Parece que Jesucristo nos muestra a la niñez como momento de inocencia, de pureza, de máximo brillo espiritual que abre las puertas a una percepción mucho más sensible de la realidad. El niño ve todo lo que le rodea sin las dilaciones y giros con que las vemos los adultos. La mirada del niño está desnuda sin tapujos, sin atajos, sin temores, con total y absoluta apertura, es mas, hasta con cierta irresponsabilidad que quiebra los fundamentos de nuestra racionalidad. Quizás por esta razón hay una predilección por los niños: no hay allí los vicios propios de quienes piensan demasiado y siente muy poco.

Nietzsche

Por su parte, en los discursos de Zaratustra, Nietzsche nos hace referencia a las tres transformaciones del espíritu: el espíritu se convierte en camello, después el camello en león y el león, finalmente, en niño. En el caso de Nietzsche, se trata del camino que debe atravesar el ser humano de forma metafórica para poder llegar a cambiar su antigua moral por nuevos valores propios. El camello representaría la carga de la participación en una moral tradicional. El león es la fase según la cual el espíritu se enfrenta a esa moral tradicional. Cuando el león se vuelve libre de toda atadura entonces alcanza la etapa del niño afirmando su sí mismo y su voluntad de poder.

“El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí” afirma Nietzsche. Ser inocente consiste en no estar afectado o dañado por las consecuencias nefastas de la cultura nihilista, por ejemplo: el resentimiento, el espíritu de venganza, la culpa, entre otras cosas, que son características del camello y también, en cierta medida, del león.

Conclusión

El niño, lo comprendieron Jesucristo y Nietzsche cada uno a su manera, tiene en su interior, no sólo una verdadera apertura emancipadora de la imaginación, sino que no teme usarla. Una imaginación creativa capaz de desestructurar la unilinealidad tanto del tiempo como del espacio. Su acceso a la realidad rompe la propia realidad, al menos como se tiene concebida, abriéndose a diversas posibilidades.

El niño es poseedor de un espíritu que puede estar en permanente creación de algo nuevo, ya que no se encuentra contaminado todavía por la cultura, en nuestro caso, nihilista. Precisamente, por esta razón, Hesse vuelve con frecuencia a la reconciliación con su alma infantil que busca, como es su caso, en la memoria. Sólo los niños tienen la mirada transparente que se requiere para reconocer la puerta que lleva al reino de los cielos. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela