Tribuna

Nuevas Formas de Vida Consagrada: gobierno de comunión

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La eclesiología de la comunión penetra hasta la raíz más profunda del estado de la Vida Consagrada de tal modo que se puede llegar a afirmar que se trata de una consagración en la comunión y en virtud de su propia vocación es llamada a ser en la Iglesia y en el mundo signo profético de la comunión (Cf. ‘Signum fraternitatis’ VC 41).



En este contexto, las nuevas “Familias eclesiales de vida consagrada” se presentan conformadas en una estructura única desde la pluriformidad y complementariedad de vocaciones y ministerios existentes en la Iglesia; y se comprenden a sí mismas como expresión de la comunión misionera de la primera comunidad cristiana en su misión evangelizadora (Cf. Constituciones de la “Fraternidad Misionera Verbum Dei”, 6).

La sinodalidad “manifiesta y realiza, en lo concreto, el estar en comunión, caminando juntos” (Comisión Teológica Internacional, La Sinodalidad en la Vida y en la Misión de la Iglesia, 3), además de ser un marco adecuado para resaltar la configuración del gobierno de comunión propio de las “Familias Eclesiales de vida consagrada”, las cuales, desde su origen, han buscado hacer de la comunión fraterna un espacio teologal en sus dimensiones esenciales: consagración, misión, espiritualidad y en el institucional, que es el más visible.

Estas nuevas realidades eclesiales son peculiares por su estilo de vida fraterna, su relación de comunión espiritual y apostólica, y por su espíritu de familia, tanto en las comunidades o equipos apostólicos, como entre las diversas ramas o núcleos que forman la institución y las diversas realidades que la componen: célibes, sacerdotes y laicos. Se mantiene siempre viva la idea de la igualdad de todos sus miembros en cuanto bautizados, la participación en un mismo carisma y el ejercicio de una misma misión, unidos en una única forma institucional.

Fidelidad al espíritu de comunión

Por lo tanto, para quien ejerce el go­bierno es tarea prioritaria promover y posibilitar la fidelidad al espíritu de comunión, fomentar la plasmación de la consagración y vivencia de los valores evangélicos, salvaguardar, potenciar y promocionar la unidad en la diversidad y la fidelidad al carisma en toda su integridad.

El estilo de autoridad queda configurado como un “gobierno de comunión”, como identidad propia cuya finalidad es el servicio en función de la unión y cohesión de la institución. El elemento que está en la base, de la propia identidad y razón de ser es el de la ‘communio’, que se da en la corresponsabilidad, coparticipación, ayuda recíproca, contribución activa y responsable al bien común, y en la consciencia de una igualdad fundamental en dignidad y en acción, en virtud de la cual todos, según su propio estado, cooperan en el mismo carisma y misión.

Por ello, un gobierno de comunión no se entiende solo en función de crear una estructura que organiza de forma operativa la unidad o la representación de sus miembros ni de generar cauces en el cumplimiento de la voluntad de Dios o realización de una misión común.

El buen ejercicio de la función de un “gobierno de comunión” comporta el pleno respeto a la ‘consagración, participación y misión’ de cada estado de vida (sacerdotal, matrimonial y celibial), y se fundamenta en principios básicos como son: el discernimiento, el diálogo, el respeto a la identidad propia de cada estado de vida, la corresponsabilidad, la unidad y la diversidad en la toma de decisiones, clarificación de los cargos y competencia, obligación de obediencia y la praxis de la subsidiaridad.

A modo de ejemplo encontramos en las Constituciones de la Fraternidad Misionera Verbum la comprensión de la autoridad como un servicio (186), ejercido con espíritu fraterno, en función del carisma, ayudando a que cada miembro lo viva desde los distintos servicios que desarrolla la comunidad eclesial, potenciando la vida de consagración, comunión y misión.

El servicio de la autoridad es una actividad de carácter primariamente espiritual, cuya pedagogía propia y principio dinamizador nacen de la calidad de la unión con Dios y seguimiento de Cristo de cada una de las personas llamadas a llevar a cabo las tareas de gobierno. Por consiguiente, el gobierno de comunión se entiende como una gracia y se acepta desde la fe. Es ante todo servicio, ministerio, diaco­nía y se ordena en función de una auténtica comunión, edificación del cuerpo de Cristo expresado en presentar una comunidad fraterna en Cristo (cf. c. 619).

Corresponsabilidad

El espíritu fraterno implica que antes de tomar decisiones se generen mecanismos de consulta y participación (congresos, asambleas, ‘simposium’, seminarios, consejos de gobierno y apostólicos, etc.), para hacer posible que “todos juntos” sean responsables de la misión que Dios les confía. Dentro de un verdadero espíritu de sinodalidad, el gobierno se empeñará en lograr que cada miembro o instancia asuma corresponsablemente la misión y tome las decisiones que le corresponden de acuerdo con sus respectivos ámbitos de competencia.

En el gobierno de comunión, el espíritu de unión, obediencia y praxis de la subsidiariedad van de la mano. Todas las instancias de gobierno impulsan la configuración, consolidación y expansión del instituto, buscando siempre la corresponsabilidad y comunión entre todos. Es prioritario el promo­ver y posibili­tar la fidelidad al Espíritu fomentando la plasmación del carisma a través de una obedien­cia pronta, activa, respon­sable, en una escucha y diálogo atentos, buscando la voluntad de Dios en comunidad.

Sueño misionero

Asimismo, es primordial que sea la misión el elemento que dinamice y configure el caminar juntos como institución de vida consagrada, universal y misionera y al servicio de la misión de la Iglesia con la mayor eficacia posible. Para el gobierno de comunión, es una convicción fundante el hecho de que la misión no es tarea de un grupo de élite, sino que ha sido confiada por el Espíritu Santo a todo bautizado.

En “caminar juntos” para algunas familias eclesiales de vida consagrada es el modo propio de evangelizar y se expresa con el término de “eclesialidad”. En el Verbum Dei por ejemplo sus miembros viven la misma espiritualidad y la misma misión de predicar a todos los hombres el Evangelio sin distinción de raza, sexo, lengua o nación (cf. Mt 28, 20), empeñándose a llevar las persona al encuentro con Jesucristo vivo, de modo que sean y formen como discípulos misioneros suyos para que nuestros pueblos [todos los pueblos] en Él tengan vida. Se comparte así el “sueño misionero de llegar a todos” (EG 31).

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