Tribuna

Etsi Deus no daretur

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‘Etsi Deus no daretur’ significa “aunque Dios no existiera”. Durante muchos años creí que esta expresión se debía al teólogo y pastor, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), cuya experiencia durante la sombra de nazismo en Europa lo condujo a desarrollar una teología que se levantó desde las tinieblas y creció en la noche.



Una teología forjada desde su propia existencia que parecía haber establecido un “diálogo obstinado y lleno de confianza con un Dios que se oculta mientras, en apariencia, el único en escuchar es el diablo y la muerte se agazapa en la puerta de la celda”, así lo resalta Christian Feldmann en su libro “Tendríamos que haber gritado” (2007). Un diálogo que, de alguna manera, parece abrazar toda la fuerza espiritual desbordada en la obra de Dostoyeski. Sin embargo, la frase no la desnudó a la historia Bonhoeffer, sino el  jurista, escritor, poeta y teólogo holandés, Hugo Grocio.

Grocio (1583-1645), considerado por muchos padre del Derecho Internacional, desarrolló esta frase con la finalidad aparente de justificar a un mundo que parece mas lógico con la mentalidad moderna ‘vivir como si Dios no existiera’. Cuando revisamos al detalle nuestra vida de ciudadanos modernos podemos notar con claridad cómo vivimos como si Dios no existiera, incluyendo aquellos que ‘creemos que creemos’. No se trata de ‘negar’ la existencia de Dios o de, como resaltara Nietzsche, matarlo, sino de establecer inconscientemente una especie de ateísmo práctico.

Aunque Dios no existiera

El papa Benedicto XVI afirmó durante la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura en 2008 que “cada vez más la fórmula ‘etsi Deus non daretur’ se convierte en un modo de vivir, cuyo origen es una especie de “soberbia” de la razón –realidad también creada y amada por Dios– la cual se considera a sí misma suficiente y se cierra a la contemplación y a la búsqueda de una Verdad que la supera”. Señalamiento que ya cuestionaba intuitivamente Antonio Rosmini al percibir cómo luz de la razón, enaltecida, pero empobrecida por la Ilustración, comenzaba a sustituir radicalmente a la luz de la fe, la luz de Dios. Aquí se comienza a forjar la argumentación del llamado ‘silencio de Dios’.

Un silencio que resaltan como ensordecedor dentro del marco racional que germina en los campos de exterminio nazis, particularmente en Auschwitz. Silencio que busca negar a Dios, sino comprender qué Dios pudo haber permitido todo aquel horror. Frente al holocausto, medita Elie Wiesel, Dios ha callado: “Silencio. Total. Absoluto. Los asesinos matan. Los asesinos ríen. Y Dios sigue callado”. Silencio que se sintió espeso como aquella noche del alba bebida por la tarde, al mediodía y en la mañana bebida de noche, como cantara Celan. ¿Dónde está la bondad de Dios frente al sufrimiento del hombre? Entonces no buscó la respuesta en la cruz, sino que vuelto una bestia salvaje, el ave de rapiña nietzscheano, comenzó a tejer con los hilos de sus vacíos espirituales el entramado del siglo XX. El ser humano parecía mostrarse como una pasión inútil, al menos así lo describió Sartre. Dejó de ser el lobo del hombre para transformarse en el infierno del hombre, como si Dios no existiera.

Dios no hace silencio

 ¿Cómo amar a un Dios que permite que los niños mueran de hambre o víctimas de la violencia generada por los mismos hombres? Pregunta que nos recuerda a Iván Karamazov, personaje de la poderosa novela de Dostoievski caracterizado por su viscoso racionalismo ateo, quien no se niega a aceptar a Dios, es el mundo que Él creó el que ni acepta ni puede aceptar. ¿Dónde está Dios? Es una pregunta que brota de la imposibilidad de conciliar el propio e inesperado sufrimiento padecido con la conciencia clara de una presunción de inocencia.

Dios está hablándonos permanentemente. Dios nunca deja de decir y su Palabra nos acompañará hasta el final de los tiempos. El problema, a mi juicio, parece centrarse en los idiotas morales que hacen mucho ruido, hablan mucho, dicen demasiado, levantando tanto la voz que terminan relegando a la Palabra del Señor al plano de la privacidad más íntima que, al desconectarse de la dinámica social, se vuelve anodina, se transforma más es un balbuceo de nuestro ego que en un fiel reflejo de su amor. Dios habla eternamente en la cruz, máxima representación del amor. Sólo ella es capaz de sacarnos del mas profundo abismo. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela