Tribuna

Educar para una razón poética

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Desde el reconocimiento de su obra en la segunda mitad del siglo XX, la importancia de la obra de María Zambrano ha venido creciendo vertiginosamente.



Su obra ha sido ampliamente estudiada por el universo académico vinculado a la Filosofía, aunque no resulta obligatorio mencionar que es, además una de las mejores plumas del siglo XX, por ello resulta ser la primera mujer en obtener el Premio Cervantes de Literatura en 1988. Destaco de su magnífica obra Filosofía y Poesía (1939), donde aborda la relación entre el pensamiento filosófico y la poesía a lo largo de la historia cultural de Occidente, cuyo origen sitúa en Grecia.

A partir de la reprobación platónica de los poetas en La República, filosofía y poesía fluyen apartadas como formas de racionalidad y de discurso análogos cuyo fondo magmático es similar, pero con distintos itinerarios, proyectos y caminos.

María Zambrano apuesta por una voluntad de conciliación entre pensamiento y poesía, el hallazgo de un logos mediador que armonice la palabra filosófica con la palabra poética, y que encuentra en el propio estilo literario de la autora un vehículo perfecto de expresión. Precisamente, los tiempos aciagos que transcurren exigen, o parecen exigir, la posibilidad de plantearnos una educación que tenga como columna vertebral un razonar poético.

Un razonar poético

Cuando pienso en razonar poético, a pesar de hacerlo a partir de una idea formulada por María Zambrano, no dejo de reconocer y de valorar lo que Nietzsche nos brinda desde su filosofar a martillazos, según el cual nos enmarca en una invitación arriesgada, pero seductora: vivir es inventar. Una vida que contemple un estado de ensueño que llene de sentido a la propia vida. Tendríamos que destacar también a otro español, José Ortega y Gasset para quien la escisión entre vida y razón restaba notablemente peso a la existencia, puesto que el tema de nuestro es precisamente la vida.

María Zambrano le habla al hombre de esta hora invitándolo a que se plantee la necesidad de un saber sobre el alma, como hiciera en 1934, transformando la razón vital orteguiana en razón poética. Muchas voces aseveran que los poetas hacen filosofía por medio de sus poemas, es más, que en la poesía podemos hallar más filosofía, así como un tipo de verdades distintas y más profundas, que en muchas obras estrictamente filosóficas, es decir, que en ensayos, artículos y tratados filosóficos.

En este sentido, Wordsworth afirma en el prólogo a sus Baladas Líricas, de algún modo siguiendo a Aristóteles, que “la poesía es la más filosófica de todas las formas de escritura […] su objeto es la verdad, no individual y local, sino general y operativa; no dependiendo de la evidencia externa, sino revivida en el corazón por la pasión”. Otro gran poeta norteamericano y amigo del anterior, Samuel Coleridge, pensaba de manera similar, pues consideraba que uno no podía “ser un gran poeta sin ser al mismo tiempo un profundo filósofo”, implicando que el gran poeta construye un pensamiento orgánico a través de su poesía.

La luz del razonar poético

Una Educación forjada a la luz de un razonar poético brindaría unidad compuesta de instantes fugaces que le acercan a cierta musicalidad, cierta sensibilidad que la conducen a ir más profundamente, hasta la raíz del conocimiento. Un razonar poético le abre al pensamiento la posibilidad de palabras transidas desde la sangre para escribir con sangre lo que se piensa desde el cuerpo. Una razonar poético le abre el corazón al pensamiento para que este se abra a la vida y disuelva su alma entre las pasiones, los intersticios de la cotidianidad, para llenar de sentido y sensibilidad el acto siempre lejano del pensar.

Poesía y razón se completan y requieren una a otra, insiste Zambrano. Por eso defendió la idea de entender lo que se siente, sin anularlo, sin dejar de sentirlo; por “una inteligencia que rescata a lo más alejado de ella”, pues hay que “ir llevando el sentir a la inteligencia”. De tal forma que la razón poética de Nietzsche, esa que labraba interpretaciones librescas y daba rienda suelta a la imaginación, esa loca que incita a vivir creativamente, ofrecía un mayor conocimiento de nosotros mismos (aunque no total), del hombre íntegro, que el que ofrece el soberbio racionalismo moderno, tal como esperaba la propia Zambrano. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela