Tribuna

Defensoras de la Tierra: Wanjara y Wanjira Maathai (Kenia)

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En la urgencia de la batalla por salvar su tierra de los efectos devastadores del cambio climático, la activista keniana Wanjira Maathai ha entendido que la mejor arma son los pasos concretos, aquello que se puede hacer aquí y ahora. Sobre todo, si la solución viene de personas que viven a diario las consecuencias de los trastornos ambientales. Un ejemplo son los diques de arena que bien conocen los agricultores en Kenia y que contienen las aguas de los ríos en las estaciones secas.



O la cooperación internacional en la región sudamericana del Gran Chaco, que se extiende por Bolivia, Paraguay y Argentina, donde una red impulsada por asociaciones de mujeres, campesinos e instituciones locales ha conseguido crear un sistema de alarma ante las crecidas del río Pilcomayo, cada año más nefastas, dando la posibilidad de contener los daños y ahorrar en reconstrucciones posteriores.

El pragmatismo es una de las muchas cualidades aprendidas de su madre, Wanjara Maathai, la primera mujer africana galardonada con el Premio Nobel de la Paz por su compromiso con el desarrollo sostenible en 2004. Fallecida en 2011, Wanjara dio ejemplo en la década de 1970 al fundar el Green Belt Movement que solo en Kenia propició la plantación de 50 millones de árboles. “Hago pequeñas cosas como plantar árboles”, asegura indicando así que se pueden lograr cosas importantes partiendo de pequeñas acciones. Esa frase se ha convertido en uno de sus eslóganes más famosos.

Wanjira era aún una niña cuando acompañó a su madre en las primeras acciones del movimiento; juntas cavaron hoyos para plantar semillas que después produjeron flores. Su madre, Wanjara, le explicaba que no se trataba solo de la belleza del paisaje, sino que ese gesto también significaba devolver a las madres el poder de garantizar un futuro para sus hijos: “Son las mujeres las que físicamente plantan árboles precisamente para reivindicar la capacidad de gestionar el entorno natural y procurar de esa forma el alimento para su familia”, explica ahora Wanjira, para quien aún hoy son las mujeres las que llevan sobre sus hombros el cuidado amoroso de todo lo que rodea a los seres humanos.

Wanjara Y Wanjira Maathai

Aunque un legado tan pesado es difícil de llevar, Wanjira Maathai supo encontrar su propia voz: “No vivo a la sombra de mi madre, me sumerjo en su luz”, dice. Es presidenta de la Fundación dedicada a Wanjara Maathai, y ahora se ha convertido en vicepresidenta regional del World Resources Institute, una organización con sede en Nairobi que colabora con gobiernos, empresas e instituciones para encontrar las mejores prácticas que puedan frenar el cambio climático que, sobre todo en las regiones africanas más pobres, está dando lugar a graves fenómenos como huracanes, inundaciones, sequías o hambrunas.

Solo debido a la falta de agua, el número de subsaharianos desnutridos ha aumentado en un 50 por ciento en los últimos años; mientras que Mozambique y Zimbabue se encuentran entre los países del mundo más perjudicados por el calentamiento global, donde siete de cada diez personas corren el riesgo de perderlo todo. Queda poco tiempo para actuar.

Iniciativas reales

Una de las iniciativas de WRI es la reforestación y recuperación de 100 millones de hectáreas de tierra degradada y saqueada de 30 países africanos a través de la African Forest Landscape Restoration Initiative. Wanjari deja que los hechos hablen, pero no escatima críticas al establishment occidental. En eso también se parece a su madre, que en los años setenta no tuvo miedo de salir a la calle para pedir más democracia y no tuvo miedo de ser detenida.

Hoy la lucha social y ambiental se ha trasladado al mundo digital. “Europa y Estados Unidos deberían dejar de reservar dinero para ayudar a los países afectados por el cambio climático y comenzar a proponer acciones”, escribió para Thomson Reuters. Las acciones son lo que la activista llama “soluciones locales” decididas y encabezadas por comunidades que conocen su territorio mejor que nadie.

La Clean Cooking Alliance, de la que Wanjira Maathai es animadora en el continente africano, promueve, por ejemplo, el uso de energías renovables en las cocinas de las familias más pobres, donde se quema queroseno, carbón y leña, liberando contaminación y gases tóxicos. Ya no son teorías. La revolución ya ha comenzado.

Oídos sordos

“Debemos aumentar la resiliencia climática”, insiste Wanjira Maathai, “y por ello debemos reconocer el valor de la experiencia de las personas que experimentan estos cambios, dar voz a sus prioridades, coordinar instituciones locales y benefactores internacionales y apoyar financieramente a estas mismas comunidades”. La necesidad de canalizar las inversiones occidentales para frenar el peligro del apocalipsis planetario ha acercado a Wanjira Maathai a las voces de jóvenes como la de Vanessa Nakate, Greta Thunberg y Sheela Patel, para quienes el planeta asiste a una nueva fractura entre el Norte y el Sur y países menos y más ricos. Lo llaman injusticia climática, a la que los gobiernos fuertes hacen oídos sordos.

En respuesta a un tuit del secretario general de la ONU, Antònio Guterres, en el que aseguraba que la población mundial clama por un cambio de rumbo sobre el clima mientras los poderosos parecen ocupados en otra cosa, Maathai fue incendiaria: “El asalto al planeta avanza irremediablemente. ¿Cómo acusaremos a los responsables de sus fechorías? Falta un sistema que castigue a los responsables”.

Poner coto a este poder y frenar los delitos ambientales es, una vez más, la principal tarea de las mujeres, las primeras en sufrir la degradación ambiental y las primeras en comprender que la tierra no es solo una madre, sino también una hija a la que cuidar. “No es una cuestión ética”, explica Wanjira Maathai: “No queremos implicar a las mujeres solo porque es lo correcto. Tenemos datos y evidencias que apuntan claramente a que, si las mujeres son las que toman las decisiones, esto tendrá un efecto positivo en la salvaguardia del planeta”.

Las visitas a los bosques

Tal y como crecen los hijos al abrigo de sus madres, la Fundación que promueve la enseñanza de Wanjara Maathai está repleta de iniciativas para que las nuevas generaciones tomen conciencia como las visitas a los bosques. Allí pueden aprender a sentir la bondad del vínculo con la naturaleza primero con los sentidos que con el intelecto. Otros de estos jóvenes se sientan en la junta directiva, hablan en conferencias y pronto aprenden a conjugar su experiencia ambiental con el compromiso político, sin rendir cuentas a nadie. Porque el tiempo que nos queda es muy poco.

*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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