Tribuna

Construir la paz desde la Iglesia hoy

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Con frecuencia me encuentro con preguntas de agentes de pastoral sobre por qué la Iglesia está llamada a ser mediadora y constructora de paz y cómo se hace eso desde un lugar concreto en la Iglesia.



Una forma que se me ocurre es imaginar el papel que juega una madre cuando sus hijos se pelean. La madre, lejos de intentar ser juez, por el amor que profesa a sus hijos y por el bienestar de ambos, de lo que menos se ocupa es de participar en el litigio para darle la razón a una de las partes y condenar a la otra.

Por el contrario, lo que naturalmente hace una madre es mostrar que el daño que provoca una ruptura lastima a ambas partes y los lleva a reconocer que, por encima del enojo; hay que tener siempre conciencia del vínculo de sangre fraterno entre los hermanos. Y solo por eso, amerita hacer todo lo humanamente posible para recomponer la relación y seguir adelante.

Tomando como referencia este ejemplo tan cercano a nuestra experiencia familiar, la Iglesia como Madre y Maestra tiene en lo más profundo de su naturaleza evangélica y misional la preocupación del igual bienestar y la convivencia sana entre todo el género humano, y de este con la Casa común.

Por eso es que a lo largo de la historia y en toda la tierra hemos visto cómo la Iglesia, sin un conocimiento técnico o especializado, siempre ha reaccionado ante el surgimiento de conflictos y violencias como una madre que corre a sanar las heridas causadas en las víctimas para hacerlas suyas, a restaurar las relaciones rotas y a establecer nuevas realidades que cimientan la paz sobre la base de la justicia.

Pero la Iglesia Institución debe asegurarse que la Iglesia-Pueblo de Dios asuma esta misma actitud y compromiso para que cada bautizado viva la dimensión sacerdotal de su bautismo, haciéndose mediación para restaurar las relaciones humanas para hacer posible la convivencia pacífica y las relaciones sociales, culturales, políticas, económicas y ecológicas para que la paz perdure como fruto de la justicia.

Sociedades polarizadas

Nuestras sociedades en América Latina y el Caribe están sumamente polarizadas, con su tejido social roto por las desigualdades, la criminalidad organizada y las múltiples formas de violencia. Un primer reto que tenemos es el de mantener vigente la capacidad de soñar colectivamente y trabajar por la sociedad que queremos; y un segundo reto es reunir, animar y cuidar ese anhelo colectivo, haciéndolo horizonte y a la vez camino de transformación; porque desde la fe, la paz es la promesa del Reino y, como bautizados, estamos llamados a construirla, convencidos de que es un bien común que nos implica trabajar para fortalecer relaciones fraternas y solidarias y por la transformación de las armas en herramientas de trabajo que hagan posible el buen vivir para todos los hijos e hijas de Dios (Cf. Isaías 11, 6-9 y 2, 2-5).

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