Tribuna

Claves para entender la petición de beatificación de Carmen Hernández 

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Carmen era una mujer con tres fidelidades: Jesucristo, la Iglesia y el Camino. Su contumaz clarividencia la impelía a llevar adelante contra viento y marea una serie de lugares teológicos de los que estaba enamorada: importancia del acontecimiento pascual como centro de toda la teología y su relación inextricable con la eucaristía; el “hoy” como modo de vida de un pueblo en éxodo permanente que solo debe buscar dejarse llevar por la voluntad de Dios; la mujer como fuente de la vida y ostentadora de valores únicos e irrenunciables en los tiempos en los que su feminidad viene a menos por influencia de una mímesis rivalizante con el varón; el amor al pueblo de Israel y a sus Sagradas Escrituras como fuente de inspiración e intelección del auténtico modo de ser cristiano; la celebración de la Palabra en comunidad como espacio para la Escucha de la voz de Dios; la celebración de la confesión/penitencia como una fiesta del perdón individual/comunitario; el aprender a escuchar a Dios en la historia como el Deuteronomio prescribe a Israel; la importancia de la iniciación cristiana para adultos que hayan o no recibido el bautismo.  



El hilo conductor de su vida es El Cantar de los Cantares, porque ella cuenta en sus diarios como un día en unos ejercicios espirituales en su juventud el Amado llamó a su puerta y ella se la abrió. Tuvo un sueño místico estando en Leyre, en unos ejercicios ignacianos en Javier, en el que se estremeció como la amada del Cantar y ya no pudo descansar hasta volver con Él al lecho de amor, la alcoba del desposorio. Toda su vida es una búsqueda del Amado viviendo de esta presencia, de este acontecimiento, que la hacía ser fuerte ante la tentación de desistir, ante el dolor de Su ausencia, ante la cruz de cada día. Ante las burlas de los adversarios y el hazme reír de los que no han conocido a ese Amante tan especial la experiencia de la nostalgia la sostendrá toda su vida.  

Llama la atención en sus diarios la referencia constante a la nostalgia, tremenda desolación, experiencia de vacío, noche oscura de toda una vida tras el rayo de luz experimentado, anhelo de que se repita ese acontecimiento místico. Para para experimentar esa ausencia con tanto énfasis, ese vacío, con ese dolor, es necesario que antes haya estado llena. La memoria de la presencia de Cristo en su juventud y en algunos momentos de su vida ha sido tan fuerte que siente añoranza de ese amor, lo reclama cada día, a cada momento. Ese sufrir la ausencia de Dios, que San Juan de la Cruz llamó noche oscura, es un anhelo tan constante en la experiencia de Carmen, como la ha sido en Teresa de Calcuta [1] o en Teresita de Lisieux. Echa de menos lo que tuvo tan dentro y tan constante. Predomina esa honda aridez espiritual que criba constantemente su día a día y que, como se puede comprobar en estas páginas, destila siempre un profundo y sincero amor a Jesús [2]. Pero a pesar de esta aridez ella “habla” como una esposa enamorada a su esposo: (cito) Gracias por tu amor. Ya no lo esperaba, y dulcemente me enamoras. Casi puedo decirte que te amo. Te amo por ti mismo, ya que tanto me has hecho conocerte. Gracias, Jesús, bello como el Líbano. Esbelto como el cedro (nº 122). Otro día: me amas inmerecidamente que me haces llorar, me conmueves delicadamente (nº 128).   

Es un dato importante considerar la propia visión que Carmen tenía de la santidad, que nos obliga a una revisión del concepto simplista que a veces tenemos de la santidad. Muchas veces se nos ha presentado un modelo de santidad en clave de ética perfecta, haciendo aparecer a los santos con características edulcoradas de perfección moral. Claro está, que Dios concede sus dones y una especial fortaleza a las personas por Él escogidas, pero la historia nos muestra que se trata de otra cosa.  

Camino de santidad

La lectura nos invita a cambiar el paradigma de lo que supone un camino de santidad: no tiene que ver, tanto, con una mentalidad segura de sí misma, ni con una idea de perfección moral, o de impecabilidad, o gracia estática, sino con una acción de Dios en la historia siempre dinámica, siempre renovada, que toma la fragilidad del hombre al que ama precisamente por su flaqueza y lo posee, dándole sus propias notas. Carmen, por una parte, presenta su realidad desnuda, vulnerable, pero con su mirada siempre puesta en aquello que pueda constituir la voluntad de Dios para ella cada día. Su combate espiritual es una permanente apelación a la ayuda divina para sus imperfecciones, para su mutismo, para sus complejos, para sus momentos de debilidad [3]. Por otra, su vida aparece retratada como un holocausto continuo, aceptado y querido como la única misión a la que Dios la llama. El sufrimiento me pone en el umbral de la santidad, sin otro deseo que el ser tuya en todo. Jesús mío, ayúdame (nº 519). El sufrimiento me lleva a sestear en tu Cruz dulcísima, dolorosa, Jesús, Tú abrirás mi boca. (nº 522). Desde su juventud, la experiencia de ser expulsada de la orden a la que perteneció es relatada en cada encuentro como una vivencia desgarradora, pero como un momento privilegiado de encuentro con el Único. La atención permanente para escrutar en la historia y los acontecimientos la voz de Dios, y no confundirla con la suya propia, se convierte en un itinerario vital. Lo único que le importa es descansar en los tiempos y la historia que Dios le va marcando. 

Reza con los Salmos, piensa con la Escritura, recita sus oraciones día y noche, se desahoga siempre con Cristo. Lo llama siempre “amado”, en cada uno de sus comentarios o anotaciones Le implora ayuda: por la mañana invoca su nombre, anhela su rostro al despertar queriendo saciarse de su semblante, y se despide de Él, por la noche, diciéndole que le ama, o dándole las “buenas noches”. Hasta en su frágil descanso interrumpe en medio de la noche [4], como en una presencia continua, como un confidente, consolándola, apaciguándola, amándola. Cito de sus Anotaciones: “Señor, en vísperas de persecución, no deseando ya nada de esta vida. Pobre y sin nada, me viene el deseo íntimo de tu presencia única. LA SANTIDAD, Señor, deseos escondidos de santidad, de sacrificio, de llenar el día de tú presencia (nº 77). “Ayúdame a sacrificarme continuamente” [5] (nº 78), a “aceptar no hablar…” (nº 70). La santidad no es, precisa en algunos números, el perfeccionismo: “No impecabilidad. Es otra cosa: una elección que se constata en el combate en la historia. Demoler el orgullo. Vigilancia, oración, Saber estar, VIVIR” (nº 102). 

Inequívocamente la santidad es entendida como anonadamiento, kenosis, desaparecer para que el otro sea, servicio al otro. Obviamente esto solo puede ser posible con la experiencia pascual. Sin la resurrección de Cristo no sería más que una historia bonita. Carmen vive personalmente la Resurrección como un acontecimiento fundante que traslada a todos los ámbitos de su vida: desde su profuso estudio, de la mano del Padre Pedro Farnés, de la Pascua judía, a su amor por la eucaristía, pasando por referencia continua a la física (no olvidemos que estudió Químicas) de la Transfiguración.  

La oración

Para la santidad la oración es una necesidadCarmen desde muy joven fue una mujer piadosa, que se deleitaba en la eucaristía, en la oración contemplativa, y en el devocionario, luego el Salterio, y siempre en las Sagradas Escrituras. Todos sus libros de oración, la Biblia, han quedado desgastados y llenos de anotaciones, porque la oración en Carmen era un combate diario y permanente: utiliza el lenguaje de la lucha e incluso, cuando tiene momentos de paz habla de treguaJesús mío, sólo la oración me parece tiempo bueno. Ninguna otra cosa más me interesa. … y me parece perder tanto tiempo fumando…. (nº 227); Un día de tregua” (nº 342). Mar revuelto. … noche de oración en el jardín. Jesús mío son las cinco de la mañana. Noche de oración, de dolor, de insomnio, sufrimiento, de energía… También te doy gracias, Señor, que has estado tan cerca de mi toda esta locura de dolor. Que me has reanimado. (nº 344). El día a día es una auténtica salmodia, personalizada, traducida a la historia y contextuada (nsº 323 y 355) Y, a veces, … de rodillas (nº 587).  

Cristo es el único que le hace ver luz donde ella solo ve tinieblas: Veo todo a tu luz, y todo cambia de valor (nº 8). Lo mismo en el nº 12. Tu das la luz y cambia todo, y el nº 222. Tu aparición me cambia la muerte en vida. 

Se constata una permanente lamentación de su pequeñez, de su ignorancia, de su “nada”, de su pobre contribución a la evangelización, pero no desesperada, porque siempre acaba con una recitación de jaculatorias casi idénticas, su oración continua: Jesús mío, te amo… dotando de sentido escatológico su no-ser.  

Ven hoy señor Jesús

Ve en Jesús la encarnación de Dios con categorías hebraicas: repite una y otra vez atributos de YHVH extraídos del ÉxodoTú eres, Señor, despierta mi oído a tu voz: “Yo soy, Yo soy. No temas”. Tú eres, Señor. Yo te he visto. Recuérdame la historia, tu presencia, tus apariciones, tu Palabra encarnada tantas veces en toda su riqueza y potencia. Si Tú no estás aquí, todo entonces es mentira (nº 527). 

El Shemá envolvía a todo el ser … Es una recitación que se transforma en carne. Algo que le pasa a Carmen: yendo de viaje, al levantarse, al acostarse. Había interiorizado, personalizado y cristianizado esta recitación hebrea.  

A la evocación diaria del SHEMA [6] sigue la palabra HOY [7]…. Describe el hoy escatológico, como si fuera cada día el último. Por eso Carmen siempre acaba igual: VEN, amado, mío, ven hoy señor Jesús (nº 665). El hoy.  El presente, no hay futuro. (nº 704). Vivir el hoyDios, siempre las mismas lamentaciones… Por qué cuando estoy bien no sé escribir (nº 665).  

Del lamento a la alegría

Si bien es cierto que muchos días empieza con un lamento, también lo es que su vida es un salmo encarnado en una historia viva llena de acontecimientos de muerte y alegría, salpicados por horas o por días, en los que siempre acaba reconociendo la presencia de Cristo, o exultando… e interiorizando el hoy del que tanto habla: una buena cosa me has dicho: no pensar en futuros inmediatos; el presente, el presente, el presente. Jesús mío, hazte TÚ presente y eso sí me basta. VEN (nº 287). Jesús mío, todos los salmos te quiero decir a una, pues no sé hablar, mas cada palabra de turbación salmodia mis cuerdas interiormente (nº 688). Eucaristía, finalmente, escuchas mi lamento, Jesús mío…  

Siguiendo a Cristo con toda su mente, con todo su corazón, con todas sus escasas fuerzas. Se ve claro en esta “joven” de origen acomodado, joven rica del siglo XX, que acepta la llamada que rechazó el joven rico: “Si quieres ser perfecta, sígueme” [8] (Mt, 19, 21). La consecuencia de este seguimiento y de este hoy, desde la llamada del Amado, es la libertad. Ya no carga con el peso de sus decisiones, sino que sigue los pasos que le marca el Otro, dotándola de una libertad escandalosa por lo inusitado.  

Carmen había interiorizado Juan 19:30 y Hebreos 5:9. Se es perfecto dejándose inmolar. Carmen se inmola en la evangelización, en acatar la nada, en seguir sin resistirse. La perfección de la santidad consiste en no admitir otro culto u otro Dios que no sea Dios mismo, y que se expresa en un servicio desinteresado a Él. Un corazón unido perfectamente a la Palabra de Dios, y siguiendo la misión recibida del Padre, en obediencia al Espíritu, contra su voluntad, poniéndola en práctica. Lo que le pedía el Tentador era abandonar a Kiko y el Camino y crear su propio método de evangelizar, pues no quería otra cosa. Jesucristo fue el modelo a seguir: crucificada contra su voluntad por amor al Padre. Entendía que la Misión de implementar las propuestas del Concilio pasaban por renunciar a su propio proyecto y abrazar el que Dios le iba marcando desde que se encontró con Kiko en las barracas de Palomeras. Caracteres tan fuertes y dispares, con ideas y formación tan distinta, estaban siendo llamados a colaborar contra su voluntad en un itinerario que les superaba a ambos. 

Carmen Hernández, Camino Neocatecumenal

La libertad y el señorío de Carmen es un signo de este modelo de santidad. Ya Monseñor Olaechea, obispo de Valencia y fundador de la orden a la que Carmen perteneció, cuando la defendía de los ataques de sus superioras la describe como “salvajemente franca”. Esa libertad para hablar y defender la verdad, se pensase lo que se pensase de ella, en un mundo tendente a las medias tintas y a la hipocresía, nos habla de santidad, más allá de querer caer bien, o de edulcorar las cosas, su amor a la Iglesia y a Jesucristo le lleva a la imitatio Christi en este sentido de radicalidad en relación con la verdad, la libertad y la autenticidad. 

Carmen no murió en el 2015, sino el día en que decidió anularse en sus proyectos religiosos para seguir los caminos de la fe que Dios le trazaba en las barracas a través del Camino Neocatecumenal. Decidió libre y conscientemente anonadarse a la sombra de Kiko para dar luz a la Iniciación cristiana de adultos. Su lucha consistía en implantar la impronta del Concilio, tratar de que no se confundiese “Camino” con “Movimiento”, no por buscar la singularidad soberbia del Camino, sino porque pensaba en el neocatecumenado como un bien espiritual para toda la Iglesia, no para un grupo selecto de miembros: redescubrir las semillas del bautismo no regadas, no podadas, no cuidadas, para llevarlas a dar su fruto. 

Vio claro que a lo que la llamaba el Señor era a su servicio sacrificial particular por amor a la Iglesia y al Vaticano II. Fue la viva encarnación del kerigma. Ella inspiraba con su meditación y estudio, lo que luego Kiko sabía sintetizar y transmitir en una combinación inédita en la historia de la Iglesia de carisma y personalidades unidas por la Misión. A Carmen le tocó encarnar lo que tantas veces decían: “vivir para sí mismo es el verdadero infierno”, morir calladamente, para que otros vivan es lo que el cristiano adulto está llamado: “vida oculta en Cristo, aspirando sólo a las cosas del cielo” (Col 3,1-4) 

NOTAS

*Todas las citas están extraídas de la recopilación de sus diarios en el libro publicado Anotaciones (1988-2014), BAC, 2017.

[1] Me recuerda multitud de veces los comentarios de Santa Teresa de Calcuta en Ven, sé mi luz. Me maravillo ante Su gran humildad y mi pequeñez—mi nada. —Creo—que es ahí donde Jesús y yo nos encontramos. —El es todo para mí—y yo—Su pequeñita —tan débil—tan vacía—tan pequeña. MADRE TERESA, p.757

[2] Nº 695: “Inspiración, presencia, qué consolación, qué tranquilidad, qué alegría…Jesús mío, fuerzas, autoridad, libertad, gracias. Gracias, Jesús mío TE AMO”. Nº 197… “Tú eres mi único amor. Misterioso, grandioso, en la cruz, te amo. En medio de la oscuridad y del dolor. Tú eres mi único amor”.

[3] La conciencia de pecado de pecado es una constante en la vida de los santos y Carmen no va a despreciar esa autoconciencia: soy insoportable, odiosa, escorbútica” … (Nsº. 326 y 327, 390, 394, 447…) “reconocer mi cuerpo de esclavitud y de pecado… tú soportador de mis infidelidades”. (Nº 675). “mezquina”. (Nº 714). “Convencerse de pecado” (N º 729)

[4] Nº 112. “De madrugada me despierta tu amor dulcísimo. Te amo”. 296. Jesús mío, a la noche me visitas con la serenidad, como una paloma que trae la paz. Me emociona tu imprevista visita. No podía más Señor”.

[5] Algo que también le dice a los itinerantes: nº 131. “Subid con vuestro Isaac al Moria” (a los itinerantes). nº 414. “No resistirse al mal, y la evangelización… es la inmolación”.

[6] Tg. Pseudo-Jonathan a Dt 6, 6: corazón, vv.5-6; ojos, v.8; boca, v.7; -actividad de hablar-; mano y pies v. 8 –actividad de coger y caminar.

[7] Von Rad, Teología del Antiguo testamento, I, p 225. Cuenta un Midrash… «” Un día un joven encontró al profeta Elías y le preguntó: “¿Cuándo vendrá el Mesías?”, Elías le contestó: HOY: El joven estuvo todo el día esperando en la puerta de Hermosa de Jerusalén… Y toda la noche… ansiando la Paz que anuncia la llegada del Mesías. Pero el Mesías no llegó… Volvió a encontrarse con el profeta… que parecía estar. esperándolo… El joven le dijo: me has mentido. El profeta le sonrió y le dijo: No has escuchado bien mis palabras…: la paz llegará hoy si escucháis mi voz…”. Daniele Fortuna, Il figlio dell’ascolto, Paulinas, 310: epiousión= maná de hoy. (321) 221

[8]La ley fundamental Hebraica es la imitatio Dei así como se expresa en Levítico 19: “sed santos porque yo soy santo, dice el Señor vuestro Dios”. Según Daniele Fortuna, en El Evangelio según San Mateo, (página 122) la perfección requerida en Mateo 5, 48 implica el sacrificio de la vida sobre el modelo de Jesús. Confróntese Juan 19:30 y Hebreos 5.9. Se es perfecto dejándose inmolar. Carmen se inmola en la evangelización, en acatar la nada, en seguir sin resistirse, en el fondo, a este no –ser. La perfección consiste en no admitir otro culto u otro Dios que no sea Dios mismo, y que se expresa en un servicio desinteresado a ÉL. Un corazón unido perfectamente a la Palabra de Dios, y siguiendo la misión recibida del Padre, en obediencia al Espíritu, contra su voluntad, poniéndola en práctica. Lo que le pedía el Tentador era abandonar a Kiko y el Camino y crear su propio método de evangelizar, pues no quería otra cosa. Jesucristo fue el modelo a seguir: crucificada contra su voluntad por amor al Padre.