Tribuna

¿Cancelación vs Apertura?

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Trinidad de la Comunión y Apertura

Apertura cotidiana

Cuando los espacios donde estamos se perciben como escasos en aire, abrimos las ventanas para que ingrese un poco de aire fresco. Cuando viajamos en auto, tren o bus, y el ambiente está condensado, buscamos la manera de abrir las ventanillas para refrescar. Cuando nos sentimos agobiados, cansados, etc., buscamos salir e ir a un lugar (a ese lugar dónde nuestra vida tiene una experiencia de reinicio), aunque sea a la casa de una amistad, para abrir un poco la vida a otras vivencias.



Cuando sentimos que la rutina nos aplasta, buscamos abrir espacios para recrearnos y pensar nuevos rumbos, itinerarios…. Reinventarnos. En fin, cuando todo parece concluir, se abren nuevas posibilidades existenciales, porque la apertura es una condición fundamental para vivir, es la causa y consecuencia de la vida.

Toda comunidad (política, nacional, provincial, religiosa, laboral, etc.) que busque renovarse tendrá siempre la actitud existencial de la apertura. Algunas por necesidad, otras por convicción. La postura contraria a la apertura no es la cerrazón sino la “cultura de la cancelación”.

Cultura de la cancelación

Dicha idiosincrasia es un neologismo que se implementa para evidenciar la postura por medio de la cual se rechaza, cancela, censura, boicotea, excluye, a personas, ideas, temas, etc., que no cuadran con lo “políticamente correcto” o pautado. Como ya afirmamos, no es algo nuevo, sino que es una implementación menos belicosa de una actitud sectaria.

Indagando en la historia, podemos encontrar en la Grecia Antigua la implementación del “ostracismo” por medio de la cual a quienes eran considerados “malos o muy malos” se los excluía de la Polis y se los enviaba al destierro con un óstracon (del griego: ὄστρακον óstrakon). Cada cultura tuvo y tiene esa mentalidad de ostracismo o exclusión contra todo aquello que se lo considere peligroso o “no es aceptable” dentro de lo convenido. La cancelación propone “el problema es el otro y, por lo tanto, hay que excluirlo”.

La particularidad de esta cultura de la cancelación es que no es algo “manifiesto” como lo era el ostracismo griego. Sino que, entre bambalinas, reuniones reservadas o “de castas”, etc., alguna autoridad ofendida intima o postula frente a sus camaradas que tal persona, idea, tema, etc., ya no es ni deberá ser considerado como parte de nuestra grey. Luego vienen investigaciones secretas, alejamiento sistemático, poco o nulo diálogo con todas las personas que estén en esa “cancelación”. Obviamente los “cancelados” por lo general, no se enteran de esto, solo padecen un “ostracismo” sin saberlo.

Hace ya unos días, precisamente el 10 de enero de 2022, Francisco (actual obispo de Roma) expuso ante diplomáticos una severa crítica a esta cosmovisión social: “como tuve oportunidad de afirmar en otras ocasiones, considero que se trata de una forma de colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación, que invade muchos ámbitos e instituciones públicas. En nombre de la protección de las diversidades, se termina por borrar el sentido de cada identidad, con el riesgo de acallar las posiciones que defienden una idea respetuosa y equilibrada de las diferentes sensibilidades” (Francisco – Discurso ante diplomáticos – 10/01, 2022).

Algo que se suele afirmar ante discursos como estos, es pensar que lo dice “para otros”, pero no olvidemos que también es un líder religioso y, por lo tanto, muchas “instituciones públicas religiosas” pueden caer (si ya no lo hicieron) en esta cultura de exclusión.

La alteridad

En el sustrato de toda exclusión se encuentra el gran tema de cómo nos vinculamos con los demás. El sociólogo, Zygmunt Bauman, menciona en su libro “Modernidad Líquida”, dos maneras muy estereotipadas de “enfrentar la otredad”: la antropoémica y antropofágica.

  • “La primera consistía en vomitar, expulsando a los otros considerados irremediablemente extraños y ajenos: prohibiendo contacto físico, el diálogo, el intercambio social y todas las variedades de commercium, comensalidad o connubium. (…) Las formas superiores y refinadas son la separación espacial, los guetos urbanos, el acceso selectivo a espacios y la prohibición selectiva de ocuparlos.
  • La segunda consiste en la denominada desalienación de sustancias extrañas: ingerir, devorar, cuerpos y espíritus extraños para convertirlos por medio del metabolismo, en cuerpos y espíritus idénticos, ya no diferenciables, al cuerpo que los ingirió (Bauman, Zygmunt, 2021, pág. 109).

a) Teología de la Comunión – Apertura

Desde la fe cristiana creemos y proponemos la Comunión – Apertura. Por ella, estamos abiertos a la existencias de los otros y sus realidades, aceptando que los otros sean tales. Esta “espiritualidad y pedagogía” tiene su origen en la Trinidad, porque ella es comunión donde el Amado (Hijo), es distinto al Amante (Padre) y al Amor (Espíritu Santo), son distintos y relativos entre sí (CEC. 254 – 255), se “relacionan y referencian el uno al otro”. El Padre es Abba de Hijo, y el Hijo es hijo del Padre, así como el Espíritu Santo es el amor tan personal y único de los tres entre sí. Porque, “se podría decir que este es un “orden relacional” que se establece a partir de la identidad distinta de cada Persona: uno es Padre, el otro es Hijo –relacionalmente ordenados entre sí por la paternidad y la filiación‒ y el otro es Espíritu Santo, ordenado relacionalmente a Quienes lo espiran” (Fazzari, Jorge, 2017).

Desde esta comunión es que toda la Creación se manifiesta como apertura como bello, bueno (Gn. 1)… Dios pronuncia una palabra y las cosas existen (Gn. 1, 1 – 2, 4b), exhalando su aliento el ser humano se convierte en un “ser viviente” (Gn. 2, 7).

Los creyentes en la Trinidad profesamos esta fe porque hemos experimentado que el amor “abre y crea”, porque ella “solo crea por amor y bondad” (CEC, 1997, n° 293), porque el amor es extático, es decir, de un interior a un exterior, de sí mismo a otros (Aquino, Tomás de – STh I – II, 1998) (q. 98 a 3). Y a la vez dinámico, vigoroso y fuerte. Por tal motivo, podemos decir que Dios crea ex – amore (desde el Amor) afirma el Concilio Vaticano II  porque el ser humano “Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva” (Concilio Vaticano II – GS, 1965) (N° 19). El amor es reconocer la alteridad, valorizando su propio ser. Por tal motivo, el amor no es intimista y egocéntrico.

b) Apertura, Kairos de la Trinidad

Esta teológica apertura se hace Kairos (tiempo oportuno/tiempo de Dios) cuando se abre el sepulcro sacando el obstáculo de la piedra, y la vida se transforma en plenitud y presencia resucitada del Verbo (Jn. 20, 1). Es el Rabboni quien, siguiendo la pedagogía de Padre/Madre, abre inteligencias, corazones de los discípulos, de los discípulos entristecidos (Lc. 24, 13 – 49), que estaban encerrados en sí mismos (Jn. 20, 19). En Pascua es donde la apertura se evidencia como proceso que se evidencia; la Palabra “se hace carne y habita entre nosotros” (Jn.1, 14), desde el día que una mujer tuvo la apertura de un Sí por medio del cual Dios tiene rostro humano y asume toda la humanidad, y nace en un pesebre, en un “no-lugar” (Bauman, Zygmunt, 2021).

Esta pedagogía de la Trinidad, la testimoniamos con la llegada del Otro Paráclito haciendo de la comunidad naciente una apertura a otros que son más otros: los excluidos (viudas, huérfanos, desposeídos, extranjeros, etc.). En el libro de los Hechos de los Apóstoles podemos encontrar algunos indicios evidentes que las comunidades cristianas eran “abiertas” y que los ministerios estaban “ordenados a la realidad” (Hchs. 6), que los extranjeros son incorporados (Hchs. 8, 26 – 40) incluso hasta incluir a Saulo (Hchs. 9), se puede leer que hay quienes le reprochan a Pedro el haber ingresado a la casa de gente “impura” (Hchs. 11, 1 – 18).

La Apertura, tanto sea a la trascendencia como a otras personas porque ellas son sacramentales (Boff, Leonardo – Los sacramentos de la vida, 1991, pág. 106). Los Padres de la Iglesia abrieron la fe a la filosofía. Las órdenes mendicantes reabrieron la iglesia a los pobres y marginados. Tomás de Aquino abre la reflexión teológica e incorpora a Aristóteles. Juan XXIII abrió una ventana e invitó al Concilio Vaticano II. Juan Pablo I, abrió la iglesia a la sonrisa y a la sencillez. La apertura genera constructores de nuevos períodos de la historia, siendo un verdadero soplo del Espíritu, con la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible (Concilio Vaticano II – GS, 1965) (N° 1). La fe que surge de la Trinidad es católica: universal, abierta, comunión, sinodal.

Cultura de la comunión y apertura

Surgidos desde el seno de la Trinidad, los seguidores de Jesús vivenciamos y compartimos un estilo de vida (espiritualidad) amplio y diverso, donde cada carisma enriquece y nutre la existencia de los otros. Cuando nos amurallamos (Francisco, MV, 2015, n° 4) y homogeneizamos la propuesta, nuestra evangelización se vuelve estéril y rutinaria. Por eso, desde la presencia de la Trinidad actuante en nuestra vida, es que nos animamos a mencionar algunos caminos para vivir la Cultura de la comunión y apertura en este tiempo:

a) Proyecto liberador de Jesús

El primero que proponemos es orientar la vida desde y hacia la Buena Noticia del Proyecto liberador de Jesús para todas las creaturas. Este proyecto lo podemos contemplar desde la Pascua, en la Encarnación, las Bienaventuranzas, la pedagogía del Reino de Dios y en la vida cotidiana (Curia, Christian – Te creo, 2013, págs. 31 – 60).

b) Mistagogía

La mistagogía es “la que habrá de proporcionar la verdadera idea de Dios que, en lugar de disminuir, aumenta en la medida que se le va descubriendo mejor, a medida que Dios se acerca a nosotros en su amor que se da a sí mismo” (Rahner, Karl, 1966). Comprender que vivimos en y desde un Misterio de Amor que nos desborda, abraza e incluye. La comunidad mistagógica es la que introduce partiendo de signos cotidianos que ayudan a bucear y ahondar el Proyecto liberador de Jesús. Por lo tanto, esta comunidad deja de hablar de si misma porque el centro de la Evangelización es la Buena Noticia del Reino y la vida de los demás.

c) Fraternidad

Un tercer criterio que mencionamos es la dimensión social de la fe, porque “el seguimiento de Jesús es personal, pero no individual, es formar parte de una comunidad” (Codina, Víctor, ¿Ser cristiano en Europa?, 2020, pág. 22). Entonces nos preguntamos ¿de qué comunidad? En primera instancia de la humanidad, porque la Ecclesia asume todos los gozos y esperanzas de las personas, sostiene y fortalece todo lo bueno, bello y noble que hay en las culturas, viviendo al estilo del Nazareno que “se hizo verdaderamente uno de los nuestros” (GS 22).

El ámbito social de la fe nos hace repetir que el camino es el amor para compartir, ofrecer, servir, levantar al caído y ayudarlo en su propio desarrollo, siguiendo los consejos evangélicos de vestir al desnudo, visitar el preso y enfermo, etc., pero sobre todo humanizando a la comunidad de fe, porque antes de ser cristianos somos seres humanos y si una expresión religiosa nos impide desarrollar nuestra humanidad, será necesario revisar las maneras y medios que utilizamos para expresar lo que creemos. Más que pedir escondernos en las llagas, tendríamos que suplicar que ellas nos impulsen amar dando vida curando las heridas y conteniendo al herido.

La Alteridad es estar en Cristo como asamblea atenta a signos de los tiempos como manifestaciones de la presencia de Dios en lo cotidiano. Ser creyentes, en primera instancia, es estar unidos, desde la caridad y solidaridad, a las personas. Una comunidad mistagógica y abierta es la que acompaña desde las vidas y es capaz de suscitar o hacer resonar el eco (catequesis) de un anuncio salvífico de parte de Cristo, porque como decía Ireneo de Lyon, Padre de la Iglesia: “nada carece de importancia a los ojos de Dios. Todo es signo de Dios” (Lyón, Ireneo de – Adversus Haerses, 2004) (IV; 21, 3), porque “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres no aisladamente sino constituyendo un pueblo” (Concilio Vaticano II – LG, 1965) (n° 9).

d) Universalidad

Para este cuarto criterio que proponemos, es necesaria la ruptura con la perspectiva de ghetto y de cancelación. Podemos ver en la Historia de la Iglesia, muy a menudo, que, desde los primeros discípulos hasta la actualidad, hay tendencias que presentan a la fe cristiana como una mera religión y con características de una élite.

El texto de Mateo nos presenta la tentación de la madre de Santiago y Juan, que quiere privilegios para sus hijos (Cf. Mt. 20, 20 – 24). En el evangelio según Marcos podemos encontrar la intolerancia de los apóstoles ante quienes no eran del grupo (9, 38 – 41). El proyecto lucano nos brinda dos citas en las que podemos vislumbrar, por un lado, el deseo de un grupo para castigar a otros por no recibir a Jesús (Lc. 9, 51 – 56) y, el de la controversia sobre un rito para ser parte a quienes provenían de otra cultura, que se expresó en el denominado concilio de Jerusalén. Allí tanto Pedro, Santiago y la iglesia entera recordaron las maravillas de Dios que no busca segregar a personas (Hchs. 16). Pablo le reprocha a Pedro el separarse de las personas por tradicionalista (cf. Gal. 2, 11 – 14), atribuye el título de algunos a todos, incluso a quienes no podían serlo: se llama apóstol, y denomina así a una mujer (Cf. Rom. 16, 7). Frente a los que le ponen condiciones a Dios para elegir, el apóstol de los gentiles recuerda que los parámetros divinos son un poco locos porque toma como bueno y sabio lo que otros rechazan (cf. 1ª Cor. 1, 18 – 31).

Durante los primeros cuatro siglos, la iglesia fue perseguida por no ser parte ni de una religión oficial ni de una mega estructura imperial y opresora. A partir del siglo IV hasta nuestros días, hay muchos acontecimientos en los que una parte de la iglesia asume el rol de ser aduana y prohibir, perseguir y proscribir a quienes no forman parte según sus pautas. Superar esta mentalidad de ghetto, de uniformidad y de cancelación es un desafío para todos y cada uno de los que somos santos por la acción de la Trinidad en nosotros. La universalidad nos exige estar abiertos a los signos de los tiempos y los indicios de la presencia del Tres veces Santo en el mundo y en otras personas. Continuar el camino iniciado por Juan XXIII en el diálogo ecuménico e interreligioso, para seguir descubriendo como el Espíritu está presente en cada uno de ellos y, desde esa apertura, aprender de los demás.

e) Diálogo esperanzado y conviviente

El diálogo y la convivencia son claras señales de la apertura a lo trascendente y a las demás realidades. Para ser conscientes del valor único e irrepetible, que ontológicamente tenemos, necesitamos de otras creaturas, que nos ayuden a auto valorarnos y que nos impulsen a relacionarnos con algo o alguien trascendente. Y esta experiencia es sexuada.

La vida humana tiene placeres físicos – corporales y físicos – espirituales. Escuchar, hablar, leer, mirar, tocar, sentir, percibir, etc., tienen una dimensión corporal porque experimentamos en el cuerpo diferentes sensaciones al estar en contacto con otros seres humanos y sus realidades, en mutua interacción. Por tal motivo, por medio de la sexualidad vivimos una apertura pluridimensional: a Dios, a los demás, a uno mismo, a la naturaleza.

Plegaria comunitaria

Bendita seas Trinidad de la apertura y comunión,
porque tu ternura y grandeza se manifiestan siempre,
y de una forma maravillosa en las vidas abiertas a percibirte
porque por amor te abrís y creas,
porque constantemente nos impulsas, como nuevas auroras,
a abrir las puertas de par en par para ir hacia el huérfano, la viuda,
los sufrientes, marginados, excluidos,
desprotegidos, desposeídos, las personas que están tristes, solas, desanimadas.

Bendita seas, Trinidad creadora,
porque con la apertura que viene de vos nadie se siente solo,
todas las personas son valoradas,
porque Jesús “siempre se muestra misericordioso con los pequeños y los pobres
con los enfermos y los pecadores,
y se hace cercano a los oprimidos y afligidos.
Él anuncia al mundo, con palabras y obras,
que tú eres Padre y que cuidas de todos tus hijos. (CEA, Misal Romano Cotidiano, 2011, pág. 973)

Te suplicamos, que la apertura pascual continúe impulsándonos
a vivir como una comunidad abierta, fraterna, universal,
mistagoga de libertad, de justicia y de paz,
una comunidad que injerta en Cristo,
dialoga con el mundo
y así todos encuentren en y con nosotros
motivos para seguir esperando y descubriendo el gusto de vivir.