Tribuna

Armida Barelli y Agostino Gemelli, dueto de emprendedores

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Pensando en la vida de Armida Barelli creo que podría irle bien el latinismo, ad impossibilia nemo tenetur, pero, al contrario, es decir, todos desean un imposible porque, si se empeñan de verdad, podrían conseguirlo.



La vida de esta mujer, excepcional en su aparente normalidad, está salpicada de episodios que un buen guionista señalaría como “inverosímiles”. Pero todo lo que sucedió puede documentarse. Nunca tuvo un céntimo, aunque a lo largo de su vida puso en marcha ambiciosas iniciativas partiendo de una falta total de financiación; tímida y apasionada por igual, fue también reservada y discreta.

Llegó a pronunciar hasta seis discursos al día para las jóvenes de su amada Juventud Femenina con el objetivo de hacerles comprender la importancia de un voto informado y consciente. Fue una trotamundos, dispuesta a ir a cualquier parte hasta cuando las fuerzas le faltaban. Fundó movimientos y redes sociales justo cuando en su vida planeaba la tentación de recluirse.

Y la lista de paradojas podría continuar. “¿Su arma secreta? Su conexión con el Más Allá”, puede leerse en un foro online estudiantes de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, una universidad que nunca hubiera nacido sin esta mujer.

La causa de beatificación de la “señora Barelli” centra la atención en este momento. Su fe fue sólida, no trivialmente sentimental y de ella a lo largo de los años han surgido éxitos inesperados y verdaderos milagros, no solo tras su muerte. No hay nada de ingenuo ni de dulcificado en su devoción al corazón de Jesús. El término “corazón” en la Biblia indica la sede de la voluntad, lo que ahora llamaríamos inteligencia afectiva.

Armida confió en la locomotora de la Gracia, se dejó llevar por lo que encontraba, fue fiel al método de no tener método e invirtió toda su energía en obedecer al presente. Estaba segura solo de unas pocas cosas grandes y vivió dispuesta a cambiar de rumbo o cambiar de sentido cuando la Providencia se lo indicaba.

Pasión por la vida

“Nunca solteronas, –promete a sus amigas a los 18 años–. Seré sor Elisabetta, misionera en China, o madre de doce hijos y la primera se llamará Elisabetta. Recordad todos que Ida Barelli será monja o madre, pero nunca solterona”. No quería vivir solo para ella, era su obsesión. Su pasión por la vida se ganó la confianza de un hombre de temperamento difícil, duro y autoritario (por decirlo suavemente) como Eduardo, alias Agostino Gemelli. Fue apodado, como era de esperar, el Terrible, no el Magnífico, por los profesores cuando se convirtió en rector de la recién nacida universidad.

El encuentro con el padre Gemelli le cambió la vida. O, mejor dicho, desvió la vida de ambos hacia caminos imposibles de imaginar antes con proyectos tan ambiciosos que rozaban la locura. Armida se enamoró perdidamente del carisma franciscano, –el mismo que ya había atrapado el corazón de Eduardo–, y entró en la Tercera Orden con el nombre de Elisabetta (en homenaje a la santa húngara como siempre había deseado en sus sueños de niña).

Y comenzó a trabajar en simbiosis con el padre Gemelli junto a sus amigos Olgiati y Necchi, cuyos nombres ahora adornan aulas y calles en torno a la universidad milanesa.

“Hay que entender que, en 1921, hace cien años, cuando se inauguró la universidad, Armida no era solo una recaudadora de fondos. Nacida en 1882 en una familia de clase media, recibió su formación en el prestigioso colegio suizo de las monjas franciscanas de Menzigen. Era políglota como pocas en la época y llegó a dudar de seguir al padre Gemelli en la ambiciosa fundación de la universidad. No se sentía una intelectual, pero el Sagrado Corazón de Jesús guiaba todas sus elecciones”, escribe Caterina Giojelli.

Ya no es “el capricho de la ciencia por la ciencia o la cultura por la cultura, sino todo por la religión”, le escribió Gemelli en 1919. No una fijación erudita sino un servicio al mundo, abierto a lo inesperado y a las sorpresas de Caridad con C mayúscula, que no reside de las nubes para arriba, sino que ha levantado su tienda entre los hombres. Al verla en acción el cardenal Ferrari le pidió que fundara la Juventud Femenina Católica.

Involucrar a las mujeres

Fue entonces cuando incansable señorita Barelli comenzó a viajar a lo largo y ancho de la península para explicar a las mujeres lo preciosa que era su contribución, para ayudarlas a estudiar, para motivarlas a trabajar y animarlas a involucrarse en la política o en el gran archipiélago de la sociedad civil, en la familia o en el lugar de trabajo.

Pobre en todo (incluso en tiempo y salud), Armida se convirtió en un imán que atrajo miles de donaciones y produjo otros efectos, como el repentino cambio de opinión del conde Ernesto Lombardo, en un principio escéptico sobre la viabilidad del proyecto, que acabó firmando un cheque con muchos ceros para financiar la futura universidad (el millón que se necesitaba para la compra del edificio en via Sant’Agnese).

Armida apoyó con su trabajo, día tras día, el trabajo de Eduardo Gemelli, quien eligió el nombre de Agostino, Agustín, para emular la determinación y profundidad de pensamiento del Santo. Barelli escribió al final de la guerra: “Sabed que se les ha concedido el voto a las mujeres. Es un ejercicio de actividad política nuevo para nosotras: debemos prepararnos y debemos comprender cuáles son los principios sociales de la Iglesia para poder ejercer nuestro deber de ciudadanas. Las mujeres somos una fuerza en Italia”.

Armida supo bien que la riqueza (la real) está en los ojos de quien sabe ver el mundo con la mirada de un niño. “Qué maravilloso es el destello del sol sobre el agua del mar. Son miríadas de diamantes que el Señor regala hasta a los más pobres”, repetía de niña durante las vacaciones del trabajo en la imprenta de sus padres. Diamonds are a girl’s best friend, pero solo si son joyas que no hace falta comprar, si recuerdan al hombre su horizonte eterno, y gratis, como la luz que refleja el mar.

*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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