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Señor Jesucristo


Un libro de L. W. Hurtado (Sígueme, 2008), recensionado por Jacinto Núñez Regodón

 

Señor Jesucristo. La devoción a Jesús en el cristianismo primitivo

Autor: L. W. Hurtado

Editorial: Sígueme

Ciudad: Salamanca

Páginas: 832

 

(Jacinto Núñez Regodón) El lector de lengua española dispone, por fin, de la obra de Larry W. Hurtado, publicada en 2003. Hace tres años, el autor había hecho la presentación de la misma en un acto académico celebrado en la Facultad de Teología de Salamanca, invitado por el Grupo de investigación sobre los orígenes del cristianismo. Aquella presentación, así como el diálogo posterior con los profesores Jorge J. Fernández Sangrador, Santiago Guijarro y Jacinto Núñez, han quedado recogidos en la revista Salmanticensis (2006).

L. Hurtado ofrece una tesis bien definida sobre lo que él llama “devoción a Jesús“. Esa devoción, derivada de la certeza de Jesús como alguien divino, se habría dado desde el principio, a la manera de una eclosión, y no sólo en algunos, sino en todos los grupos de seguidores de Jesús. Bajo el término “devoción” se incluyen tanto el mundo de las creencias como la praxis religiosa derivada de aquéllas. Para Hurtado, la exégesis se ha ocupado mucho del desarrollo de la cristología, pero ha descuidado el análisis de las prácticas devocionales y el culto público de los primeros grupos cristianos. 

El campo de exploración se ajusta a un arco temporal bien determinado, el que va del año 30 al 170 aproximadamente. La opción de situar el término ad quem entre mediados y finales del siglo II es debida a que el discurso cristiano sobre Jesús, que hasta ese momento se había servido del lenguaje y las categorías conceptuales de la tradición bíblica y del judaísmo, iba a emplear, a partir de entonces, un lenguaje y unos conceptos que trascendían el humus judío original.

El autor reconoce que recoge el testigo de la obra de W. Bousset, Kyrios Christos, aparecida en 1913. Ambos trabajos coinciden en un análisis histórico que toma en serio el contexto y en un enfoque que considera tanto el mundo de las creencias como la praxis devocional. Sin embargo, Hurtado llega a preguntarse “cómo un estudioso tan erudito pudo cometer semejantes errores” (p. 43). La respuesta estaría en una equivocada premisa “evolucionista”, según la cual en el nacimiento del cristianismo se habría tratado de un desarrollo de lo simple a lo complejo, de lo judío a lo gentil y de una cristología baja a una cristología alta, que se sirvió de un pensamiento pagano para posteriores creencias y formulaciones.

Tras la Introducción (pp. 19-46), la obra se estructura en diez capítulos, el primero de los cuales, con el título “Fuerzas y factores” (pp. 47-103), propone los cuatro elementos que modelaron la devoción a Jesús: a) el monoteísmo judío; b) el impacto, con el consiguiente efecto polarizador, que produjo en sus discípulos y en la gente el ministerio histórico de Jesús; c) las intensas experiencias religiosas que tuvieron los discípulos después de la resurrección; d) la confrontación con el entorno religioso, tanto la polémica con el judaísmo como el enfrentamiento con la práctica pagana dominante. Resulta especialmente interesante el estudio del monoteísmo judío: la devoción a Jesús se integró en el marco de su relación con el Dios uno del Antiguo Testamento, que es ahora el Padre de Jesús. Los datos neotestamentarios son unánimes en mostrar que determinadas funciones o descripciones y, particularmente, títulos que estaban reservados a Dios/Yahvé en el AT se predican ahora de Jesús. Es el caso de Kyrios. Hurtado llama “binitarismo” a este esquema de relación de Jesús con Dios.

Los capítulos restantes siguen un criterio cronológico. El 2 se ocupa del “Primitivo cristianismo paulino” (pp. 105-186), dentro del que se estudia el “culto binitario”, a saber: la oración, la invocación y confesión de Jesús, el bautismo en su nombre, la cena del Señor y los himnos litúrgicos. El capítulo 3 estudia “El judeocristianismo de Judea” (pp. 187-254), a propósito del cual se dice que tenía ya una imagen trascendente de Jesús y un destacado sistema de veneración a él; a continuación, en el capítulo dedicado a “Q y la primera devoción a Jesús” (pp. 255-300), el autor defiende que Q no representa una forma anómala, sino que tiene también una imagen “elevada” de Jesús; en el capítulo 5, “Libros sobre Jesús” (pp. 301-398) se presentan los evangelios sinópticos como una prueba evidente de la centralidad de Jesús y la devoción a él; en el capítulo 6, con el título “Cristología en el cristianismo joánico” (pp. 399-486), se defiende que la tradición de Juan subraya aún más la condición divina de Jesús y sus orígenes celestiales; finalmente, el capítulo 7, cuyo título es “Otros libros primitivos sobre Jesús” (pp. 487-552), presta especial atención al evangelio de Tomás.

Los tres capítulos finales están centrados en el s. II. El capítulo 8 se ocupa de aquellos textos de las ultimas décadas del s. I que conducen a la protoortodoxia del s. II (pp. 553-588); en el capítulo 9, se muestran algunos personajes y movimientos que han dado lugar a lo que el profesor Hurtado llama “diversidad radical”, es decir, la heterodoxia (pp. 589-636). Finalmente, el capítulo 10 describe las categorías más importantes de la autocomprensión del cristianismo protoortodoxo.

Importante y sencilla

El autor ha confesado su intención de ofrecer una obra que, por una parte, suponga una aportación suficientemente importante como para que los expertos deban leerla y, a la vez, suficientemente sencilla como para que cualquiera seriamente interesado pueda leerla (p. 10). Lo ha logrado. Unos y otros disfrutarán de un trabajo de envergadura, bellamente editado, de lectura amena aun dentro de su especialización. El experto advertirá, sin duda, que en una obra tan rica en datos y apreciaciones hay unas cosas que están mejor justificadas que otras. Pero la impresión final es que el L. W. Hurtado ha logrado desmontar, en gran medida, el presupuesto “evolucionista”, según el cual la fe en Jesús se abrió paso poco a poco y lentamente, y justificar su tesis de que las creencias y prácticas devocionales en torno a Jesús se dieron desde el principio, a la manera de una explosión, iniciando un proceso en el que los elementos fundamentales permanecieron invariables.

En el nº 2.643 de Vida Nueva.

Actualizado
09/01/2009 | 12:02
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