La larga sombra de Caravaggio

El museo Thyssen-Bornemisza muestra la influencia en Europa del pintor que renovó la pintura religiosa

'El sacrificio de Isaac’ (Caravaggio, 1603)

‘El sacrificio de Isaac’ (Caravaggio, 1603)

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Basta observar El martirio de santa Úrsula (1610) para comprender el extraordinario drama que fue la vida de Michelangelo Merisi, conocido como Caravaggio, nombre de la ciudad lombarda de la que procedían sus padres, aunque él nació en Milán en 1571. Fue su última obra, pintada poco antes de morir de paludismo en Porto Ércole, tras pasar por la cárcel en Palo, puerto cercano a la desembocadura del Tíber. Hay que fijarse en el extremo derecho del cuadro, un rostro con barba, escorado, mira con terror y fascinación al rey de los hunos, que acaba de alcanzar con una flecha a la joven Úrsula.

 ‘El martirio de santa Úrsula’ (Caravaggio, 1610)

‘El martirio de santa Úrsula’ (Caravaggio, 1610)

Es también el último autorretrato del pintor, que ha eliminado del cuadro todo lo superfluo del relato devocional y mira con espanto a la muerte –quizás augurándola–, a su propio sufrimiento por no poder volver a Roma y a los claroscuros –sus famosos juegos de luces y sombras– que también protagonizaron su vida. “Como de costumbre, el cuadro fue acogido con asombro por los contemporáneos de Caravaggio. Esta visión trágica del martirio, que realizó en Nápoles pocas semanas antes de su muerte, es el punto culminante de la última parte del recorrido de esta exposición”, explica Gert Jan van der Sman, profesor de la Universidad de Leiden y comisario de Caravaggio y los pintores del norte. Es la muestra con la que el Museo Thyssen-Bornemisza expone en Madrid hasta el 4 de septiembre 12 obras maestras de Caravaggio y una cuarentena de sus más destacados seguidores en Holanda.

Entre 1600 y 1630 se establecieron en Roma más de dos mil artistas, de los cuales la tercera parte eran extranjeros que convirtieron la Ciudad Eterna en un crisol artístico. Bajo la fe y el mecenazgo de la Curia vaticana, Caravaggio creó un nuevo estilo que, como expresó Roberto Longhi, descubrió “la forma de las sombras” y marcó un hito en la pintura del seicento italiano y de toda Europa. “Renovó los repertorios temáticos y mezcló el carácter de lo divino con lo humano, dotando a los personajes de una fuerza psicológica arrebatadora y diferente a todo lo anterior”, explica Dolores Delgado, conservadora de Pintura Antigua del Thyssen-Bornemisza.

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