Editorial

Violencia de género e igualdad de las mujeres

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Cada semana muere una mujer a manos de su pareja. Es la media que arrojan las estadísticas. Se disparan las noticias de violencia de género en nuestra sociedad. Es verdad que se han dado pasos muy significativos para luchar contra esa lacra y que las leyes han mejorado, poniéndose al servicio del más débil y creando organismos que ayuden a erradicarla. Vida Nueva, ante la contumacia de unos hechos tan graves, se asoma en este número a esa lacerante realidad.

En el nivel teórico, las legislaciones son claras y las estructuras para evitar esta violencia van configurándose con la finalidad no solo de ayudar a las víctimas, sino también de crear plataformas que ayuden a erradicar las causas de tanto sufrimiento. Sin embargo, no es tarea fácil.

La Iglesia tiene en este ámbito una gran responsabilidad. La defensa de la dignidad e igualdad de las personas está en su mismo ADN y, por fidelidad evangélica, no puede renunciar a ella. La Iglesia puede y debe colaborar con quienes, desde el compromiso por el bien común, trabajan en este campo y luchan en favor de la igualdad de género.

Son muchas las instituciones eclesiales que acogen diariamente a las víctimas y tratan de restañar sus heridas ofreciendo el consuelo y cultivando la esperanza. Hay instituciones eclesiales que también están llevando a cabo una intensa labor profética para seguir denunciando las inercias sociales y educativas de todo tipo que están en la génesis de esa violencia. Cuando proclama el evangelio de las Bienaventuranzas y llama felices a los que buscan la paz, incluye a quienes luchan para desterrar estas actitudes que se ceban con los débiles, en este caso, mujeres indefensas.

Pero tampoco puede, ni debe, la Iglesia renunciar a su labor educadora. Dentro de ella, son muchos los espacios dedicados a formar a las jóvenes generaciones. Es ahí donde ha de plantarse la semilla de una civilización de la no violencia, pero también del respeto a la mujer, asegurándole el lugar que demanda su dignidad de persona. No vale estar contra la violencia de género si no se erradican las causas que hacen que muchas mujeres vivan en condiciones injustas en el trato y en el reconocimiento, incluso eclesial. Los derechos humanos también han de vivirse en el seno de algunas instituciones religiosas y, por supuesto, en el ámbito de las familias.

La voz de los últimos papas se ha alzado reivindicando la dignidad de la mujer. A la Iglesia le toca ahora no solo proclamarla, sino hacer real la igualdad de trato. Y surge, de nuevo, el tema de lugar de la mujer en la Iglesia. Si todos los estamentos sociales trabajan internamente para erradicar la desigualdad y recuperar su dignidad, la tarea será más eficiente.

La Iglesia tiene asignaturas pendientes con las mujeres, su dignidad y el reconocimiento de facto de muchos de sus derechos. Devolverles el sitio que su dignidad merece ayudaría a erradicar mucha violencia. No está bien denunciar las agresiones con una voz y, con otra, impedir el ejercicio de derechos como personas. La justicia es la base de la paz, y la defensa de los últimos, un deber. Y aquí, por muchas razones históricas, que hay que erradicar, las mujer es la más indefensa.

En el nº 2.758 de Vida Nueva (del 18 al 24 de junio de 2011).

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