¿Qué hace la Iglesia contra la violencia de género?

Numerosas instituciones eclesiales dan un paso adelante en lucha contra esta lacra

JOSÉ LUIS PALACIOS | La llamada violencia de género ha rasgado definitivamente la cortina que mantenía la inmundicia guardada en el ámbito privado para saltar a la arena pública. Los colectivos de mujeres más sensibles, así como las propias administraciones, la han convertido en una prioridad. No es para menos; según las estadísticas, cada semana muere una mujer en España, cuando no más, a manos de su pareja.

En 2010, los juzgados tramitaron cerca de 135.000 denuncias relacionadas con este tipo de agresiones dentro del ámbito doméstico, y en los últimos cinco años ha habido 150.000 condenas por ese motivo. Las medidas legislativas, judiciales y preventivas chocan una y otra vez con una cultura que, con la boca pequeña, encuentra justificaciones para mantener todavía relaciones de dominación.

Para la teóloga Lucía Ramón, autora de Queremos el pan y las rosas (Ediciones HOAC), “la violencia que sufren las mujeres en el hogar o a manos de sus parejas obedece a una lógica. Es un comportamiento que tiene su legitimidad sociológica en una cultura como la nuestra, que ha justificado durante siglos la discriminación de la mujer como algo natural y le ha prescrito un lugar subalterno en el orden social. Una cultura que considera la violencia como una forma legítima de resolver los conflictos y que asocia la violencia a la masculinidad”.

El lazo morado es el símbolo de lucha contra la violencia de género

El papel de los COF

La Iglesia española ha emprendido un meritorio esfuerzo, más cuanto que ningún colectivo ni entidad ha encontrado la manera de cortar de raíz un mal que parece endémico, por contribuir a resolver este fenómeno.

En los más de 70 Centros de Orientación Familiar (COF) vinculados a la Iglesia se ofrece atención psicológica y terapia familiar profesionalizada, a veces gratuitamente y otras a precios muy modestos, más por interés terapéutico que por afán recaudatorio. Se trata de unos dispositivos muy útiles para mediar en los conflictos de pareja o sostener a familias en precario, actuando a veces también para apoyar a las víctimas de maltrato doméstico.

El subdirector de la Comisión Episcopal de Familia y Vida, Fernando Simón, no entra a analizar las causas profundas de la violencia doméstica, aunque apunta a la deficiente formación humana de muchos novios que dan el paso al matrimonio como un factor más que impide que los conflictos de pareja no se resuelvan con madurez. “Hay cierto emotivismo en las relaciones humanas que desatienden valores como la fidelidad, la ternura, el perdón…, tan necesarios para sortear juntos las dificultades de la vida en pareja”, mantiene Simón.

El discurso de la Iglesia

La obligada labor asistencial de la Iglesia no parece suficiente para desterrar la percepción, todavía muy generalizada, de una institución que sigue sin tomar todo lo en serio que debería la erradicación de la violencia machista. Entre otras cosas, porque no se conoce lo que sí hace, pero también por ciertas exageraciones de su discurso público.

La secretaria técnica y directora del Master en Asesoramiento e Intervención Familiar del Instituto Universitario de la Familia de Comillas, Ana Berástegui, coincide en señalar que “puede que el discurso contra la violencia de género no haya sido absorbido completamente por toda la Iglesia, pero es evidente que hay un sentimiento generalizado que rechaza y condena la violencia dentro de la familia”.

En su opinión, no se puede decir sin más que la Iglesia no se ocupe de este problema: “La violencia contra las mujeres preocupa a la Iglesia, en general. Las Cáritas diocesanas, parroquias, órdenes como las trinitarias, las oblatas y las adoratrices están muy volcadas en combatir cualquier tipo de agresiones contra las mujeres”.

Ante una realidad tan compleja y resistente, algunos personajes relevantes de la Iglesia optan por entrar en matices dialécticos que pueden no ser bien comprendidos por la opinión pública.

El factor religioso, ¿agravante o liberador?

Sobre si la religión puede resultar una circunstancia personal que impida a las víctimas salir del círculo de la violencia, Berástegui aclara que “no hay suficientes datos, ni estudios sobre este tema que puedan indicar que la vivencia de la fe, en este caso la cristiana, sea o no un factor que agrave el problema de malos tratos en la pareja. En realidad, tanto a nivel social como eclesial, todos somos muy novatos e inexpertos. Hay que darse cuenta de que es un fenómeno del que hemos tomado conciencia todos relativamente hace poco tiempo”.

Monserrat Davins, coordinadora de la Unidad de Atención a las Mujeres Maltratadas de la Fundación Vidal i Barraquer, vinculada a la Universidad Ramon Llull de Barcelona, apunta más a un problema de imagen y mensajes públicos y, tangencialmente, a la falta de recursos de la Iglesia, que a la falta de sensibilidad ante esta lacra social.

“La Iglesia es muy amplia y hay muchos modos de trabajar –asegura Davins–. Le ha sido muy difícil adaptar su estilo discursivo a nuestra época; hay un desfase y puede que esas maneras antiguas no ayuden en la actualidad. Hay grupos y colectivos que hacen un trabajo estupendo, que hacen todo lo que pueden, aunque resulte que lo posible no es suficiente. Desde luego que convendría hacer más, pero la realidad de las entidades que nos dedicamos a esto es muy precaria”.

A favor de las víctimas

Esta psicoterapeuta se refiere a las adherencias históricas que todavía hoy pueden pesar en la imagen de la institución católica: “La Iglesia no es la causante directa de que se produzcan situaciones de violencia conyugal y familiar”. Aunque admite que, “históricamente, puede haber fomentado una agresividad sepultada y es cierto que, indirectamente, ha mantenido a las mujeres en una posición relegada. No podemos negar que la Iglesia ha sido una institución patriarcal, y se ha aliado con el poder civil que ha fomentado el patriarcado”.

Aunque el factor católico siga siendo para ciertos sectores de la población “parte del problema y no de la solución”, lo cierto es que la vivencia profunda de la fe ha demostrado sus efectos liberadores.

A esta constatación se acoge el responsable diocesano de la Pastoral Familiar de Barcelona, Manel Claret, quien sentencia que “debemos recordar que el sentido último de la religión no es olvidar, sino reconstruir a la persona y, desde ahí, la Iglesia debe intervenir”.

En el nº 2.758 de Vida Nueva (reportaje íntegro para suscriptores).

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