Editorial

Taizé: el motor de la fraternidad real

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El próximo Adviento, el hermano Matthew, un anglicano de 58 años, se convertirá en el prior de la Comunidad de Taizé, que en los últimos dieciocho años ha estado liderada por el hermano Alois. El relevo es fruto de un sereno proceso personal y comunitario de discernimiento. Además de ser un signo de desapego a la autoridad, este cambio pone de manifiesto el buen hacer del prior saliente, que supo bandear el inesperado y trágico fallecimiento de su fundador, el hermano Roger, y apuntalar un carisma que, sin duda, es más global que nunca y más necesario si cabe que cuando surgió, entre los escombros de la II Guerra Mundial.



A menudo Taizé se presenta como un laboratorio del ecumenismo, como si lo que se vive en este enclave de la Borgoña fuera una burbuja aislada del mundo real, dando a entender que la unidad de los cristianos es una quimera que solo puede producirse en un marco idílico. No es así. En sus ocho décadas de historia, esta fraternidad se ha revelado como escuela y motor de formación y liderazgo en el diálogo, desde la audacia y la frescura que da la juventud, para acercar a todas las confesiones cristianas, superando las barreras doctrinales y sin fórmulas de pastoral prefabricadas, solo desde la contemplación y el encuentro sin ambages.

Y sin pretensiones más allá, es decir, sin buscar crear estructuras paralelas. Así lo reitera el hermano Matthew en entrevista con Vida Nueva: “No queremos crear un movimiento, ni quedarnos con los jóvenes”. Es decir, lo que pasa en Taizé no se queda en Taizé, sino que se convierte en lanzadera de quienes se sienten llamados a hacer realidad el Reino de Dios en el aquí y el ahora, en la realidad en la que se mueven. A la par, ha sido y es comunidad de puertas abiertas y en salida. No solo para acoger al que llega, sino para coger las maletas año tras año y convertir a ciudades de todo el planeta en capitales de encuentro y oración.

Anhelo de reconciliación

Con sus flaquezas y tropiezos compartidos con otras realidades eclesiales, como la crisis de los abusos, nadie duda hoy de que Taizé podría presumir –y no lo hace– de ser una de las propuestas cristianas más proféticas nacidas del convulso siglo XX y que, vacunada de cuotas de poder y alérgica a tribunas preferentes, sabe estar atenta a los signos de los tiempos y actuar con docilidad ante el viento fresco del Espíritu.

No se han dejado llevar por obsesión revisionista alguna ni proclamas disparatadas, teniendo como única bandera el ecumenismo del silencio y del servicio. Así lo han percibido los millones de jóvenes de varias generaciones que han bebido y vivido ese anhelo de reconciliación entre los discípulos de Jesús que lleva consigo el compromiso ineludible para construir esa fraternidad universal que hoy abandera Francisco.

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