Editorial

La fe en el closet de los candidatos

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En la fotografía, el candidato se ve y se siente como un extraño entre el vocerío y gesticulaciones de aquella asamblea religiosa. Mientras se repiten en coro aleluyas y amenes, él se ve silencioso y ajeno. Mientras ellos levantan los brazos, él tiene entrelazadas sus manos a la altura de su cintura. Pero aquella asamblea será suya a la hora de votar. Eso dijeron entonces los voceros de su campaña.

La idea de hacer suyos los votos de los feligreses de las 1.540 sedes de iglesias cristianas dispersas en Bogotá fue de su padrino electoral, el expresidente Uribe, reconocido como el colonizador de esos centros religiosos en los que habría obtenido un millón de votos.
En vísperas de las elecciones del pasado 30 de octubre, los tres candidatos mayoritarios a la alcaldía de la capital se confesaron en materia religiosa.
Fueron cautelosos. Ninguno manifestó creencias personales, ni una adhesión a credo alguno. Cualquiera de los tres hubiera tenido la misma actitud de Peñalosa en la foto descrita inicialmente: un respetuoso extraño en la asamblea.
Políticamente correctos al reconocer que las iglesias pueden ser aliados valiosos “para enseñar a vivir mejor” (Peñalosa), “para la crianza de los niños” (Petro), “para mantener una libertad de cultos” (Parody).
¿Cercanos o distantes frente a lo religioso? Todos pusieron distancia, obedientes a la posición liberal que manda poner tierra de por medio frente al tema. “El culto religioso, en mi casa. Soy católica, mi familia es católica, pero de acuerdo con la Constitución debe haber separación de Iglesia y Estado” (Parody). “De acuerdo con la Constitución, nadie será molestado por razón de sus creencias” (Petro). “Tengo respeto por todas las iglesias” (Peñalosa).
Pero con excepción de Parody, los otros dos candidatos mantienen el pudor o la conveniencia política de no proclamar convicciones religiosas propias.
¿Es conveniente o dañina esa mentalidad pudorosa frente a lo religioso?
Oídas las posiciones de los tres, Peñalosa y Parody aparecen como fieles creyentes en el dogma liberal de la separación de Iglesia y Estado y, por tanto, el fenómeno religioso les será ajeno, salvo para la ocasional ayuda sobre asuntos sociales.
Petro ve en la Iglesia una potencial aliada para la educación de los niños, para las tareas de reparación a las víctimas y para adelantar acciones de perdón y reconciliación.
En cambio Peñalosa creyó que el voto de las iglesias podría darle el triunfo como se lo había dado a su padrino electoral; mientras Parody parecía desdeñarlo.
Lo cierto es que al final los pastores que vieron en Peñalosa un potencial aliado, quedaron con las manos vacías, y los que temían una victoria de Petro tuvieron que aceptarlo con resignación cristiana.
Y los candidatos, atados al pudor de lo religioso, parecen en mora de descubrir que la fe, como la luz, no se puede ocultar en los closets de la corrección política, porque es de su naturaleza iluminarlo todo. VNC