Editorial

La esperanza que salva

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La Navidad está a la vuelta de la esquina, en un mundo envuelto todavía en la incertidumbre de una pandemia no resuelta, que sigue cebándose con millones de vidas, directamente por los contagios y, de manera indirecta, por los efectos de la depresión económica adyacente. La amenaza latente del coronavirus, que pone en entredicho más que nunca las bases sobre las que se asienta este mundo globalizado, está menoscabando todavía más un valor fundamental como es la confianza.



Esta crisis de credibilidad queda especialmente al descubierto en aquellos que continúan dudando de la existencia de un virus que asola el planeta, a pesar de la evidencia de la cifra de fallecidos, o en quienes se empeñan en echar por tierra sin más la efectividad de las vacunas, agitando teorías conspiranoicas sobre los futuribles efectos secundarios de un suero que, sin duda, está salvando vidas.

Estos hechos son, a la vez, pista y síntoma de una cultura de la sospecha permanente que planea ya sobre cualquier institución, gremio o persona, incluida la propia democracia, amén de los políticos, la Iglesia, el migrante, la cajera del supermercado, los científicos… Todo hijo de vecino es presunto delincuente hasta que se demuestre lo contrario. Se cuestiona todo y a todos, con una convicción plena de un pecado original y permanente en un acto de fe sui géneris al que se suman tanto creyentes como no creyentes.

La duda, siempre abordada por pensadores y místicos como una oportunidad para crecer, hoy por hoy parece inclinarse como prueba para un negacionismo por decreto.

Hay demasiadas catástrofes globales, abusos generalizados y otras crisis personales que invitan a promover esta apostasía generalizada no solo contra Dios, sino contra la humanidad misma. Sin embargo, a pesar de este escenario que hay quien puede considerar apocalíptico, hay muchas más razones para creer en el otro y también en el Otro. Tantas como caminos se abren para emprender ruta hacia Belén, al castillo de Herodes o para perderse en la nebulosa de la indiferencia y la incertidumbre.

Salto de confianza

En el relato de Navidad que la escritora Espido Freire regala a Vida Nueva, uno de los personajes principales comparte esta reflexión: “Uno no cree hasta que necesita creer”. Da igual las evidencias, certezas o argumentos que se quieran ofrecer, dar el salto de confianza solo es posible cuando se contempla la realidad con ojos de fe. Es la mirada misericordiosa de un Dios que no se cansa nunca de creer en el ser humano, hasta tal punto de encarnarse en el más frágil de todos. Dios abraza a todos y cada uno con dolores de parto, con el llanto de un Niño que es signo de vida, de esperanza que salva, que nos salva.

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