Editorial

La cultura del encuentro frena a los fanáticos

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Una matanza en la redacción de una revista satírica francesa a manos de jóvenes yihadistas. Un piloto jordano quemado en una jaula a manos del Estado Islámico. La brutal ofensiva de Boko Haram en Nigeria. El fanatismo que se esconde detrás de cada uno de estos lamentables ataques interroga, inquieta. Además, ha vuelto a despertar la sombra de la sospecha de relacionar este fenómeno con todos los musulmanes y con el islam en su conjunto.

La lectura manipulada que el islamismo extremista hace del Corán para justificar la persecución y el martirio no puede ni mucho menos llevar a tomar el todo por la parte. Sobre todo cuando el texto coránico nace como mensaje de salvación que sabe de misericordia.

De ahí que resulte apremiante que quienes ostentan la voz y el liderazgo de las comunidades musulmanas en cada rincón del planeta condenen sin paliativos estos episodios violentos. Que no se cansen de denunciarlo de forma enérgica y constante, como primera herramienta a su alcance, para eliminar cualquier duda sobre una posible tolerancia hacia los fanáticos.

A los partidos políticos también les corresponde velar por los ciudadanos y garantizar los derechos y libertades del Estado de Derecho frente a este terrorismo emergente. Por primera vez en toda la legislatura, Gobierno y oposición han firmado un pacto de Estado para frenar esta amenaza real con medidas que buscan acotar la financiación de estas prácticas, penalizar la propaganda a través de Internet o perseguir la figura de los llamados “lobos solitarios”.

Ojalá fuera la antesala de otros muchos acuerdos que, sin duda, revertirían de inmediato en una sociedad más cohesionada y que confiara en el buen hacer de la clase política por encima de intereses electoralistas. Por una vez, han ido por delante y de la mano. Han cumplido con una parte para atajar el problema: poner los medios legales a su alcance para garantizar la seguridad de la ciudadanía.

Pero la irrupción del yihadismo en Occidente no se acotará únicamente desde la coerción y la norma. Una verdadera integración del que llega se revela como el factor indispensable. Esta convivencia exige un esfuerzo de apertura a todas las partes implicadas.

En esta tarea, la educación y la lucha contra la pobreza resultan vehiculares para acabar con unas bolsas de exclusión que, sin dudarlo, ejercen de caldo de cultivo para jóvenes desnortados que ven en estos grupos radicales su única escapatoria y refugio.

Solo una cultura del encuentro en lo cotidiano puede revertir esta tendencia. Así se edifica el diálogo interreligioso y se allana el camino de la paz.

En barrios como El Raval o Lavapiés, la Iglesia no solo trabaja, colabora y ayuda para que musulmanes llegados de África y Asia no se sientan fuera del sistema. Religiosos, sacerdotes y laicos comparten la vida como pilar básico para una integración real que rompa con cualquier discriminación y reduzca los riesgos de convertir la diversidad en diferencia y la diferencia en gueto, principal baza de las mafias yihadistas para sus captaciones. El encuentro reduce las distancias, supera prejuicios y borra la ignorancia que conduce a la violencia.

En el nº 2.929 de Vida Nueva. Del 14 al 20 de febrero de 2015

 

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