Editorial

Invertir en Infancia Misionera

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La Iglesia española celebra el domingo 14 de enero la Jornada de la Infancia Misionera, una de las Obras Misionales Pontificias que continúa con el empeño intacto por lograr que los niños se sepan protagonistas de la evangelización. Con este fin nació hace 180 años la llamada Santa Infancia, de la mano del obispo galo Charles de Forbin Janson: “Un Ave María al día, una monedita cada mes”. O lo que es lo mismo, oración y acción. Ya entonces, se convirtió en la primera iniciativa global de atención a los menores en situación de vulnerabilidad, cuando ni asomaba el concepto de ONG ni se vislumbraba algo parecido a una declaración de derechos del niño.



La Infancia Misionera es hoy mucho más que una red social, puesto que se aleja de la mera limosna para concienciar a los más pequeños de su ser hijos de Dios y, por tanto, hermanos y corresponsables, tanto de quienes no conocen a Jesús en su entorno como de aquellos que carecen de las mismas oportunidades que ellos para vivir con dignidad.

Generación tras generación, la animación misionera –tanto en el aula como en la parroquia– se ha erigido como un resorte clave en el despertar vocacional de hombres y mujeres que se han puesto al servicio de la Iglesia y con una pasión por hacer realidad el Reino de Dios sin cláusula fronteriza alguna. El poso que dejan actividades como el testimonio de los misioneros en colegios y templos, Sembradores de Estrellas, los festivales y encuentros de la Canción Misionera, los campamentos y peregrinaciones, la cuestación del Domund y otras tantas iniciativas apuntalan la catolicidad y la sinodalidad.

Por eso, cabe preguntarse por las razones que llevan a que se rompa esta cadena de transmisión de la fe cuando se desemboca en la etapa de la juventud. La misión ‘ad gentes’ se desvanece en los planes de pastoral vocacional y se esfuma de la formación de los seminarios, limitándose, como mucho, a las experiencias temporales de verano, que siempre ayudan, pero que tampoco se ofrecen como prioritarias en las agendas eclesiales. Quizá, una envejecida Iglesia europea, de forma consciente o no, se haya dejado llevar por la errada idea de que toca salvaguardar las propias estructuras antes que ‘ceder’ talento al exterior.

Recursos y tiempo

Cuanta mayor cortedad de miras pastoral y misionera, más riesgo de encorsetamiento y oxidación. Por eso, no cabe despistarse ni aflojar a la hora de destinar recursos y tiempo para alentar la solidaridad material y espiritual, ese ‘Ave María’ y esa ‘monedita’ desde la niñez. Porque la Infancia Misionera, dos siglos después, emerge como una inversión de presente y de futuro para una Iglesia que sueña con ser misionera, en salida, pobre y para los pobres.

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