Editorial

España necesita algo más que paciencia

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chica con mensajes Sí se puede pero no quieren manifestación contra los desahucios

EDITORIAL VIDA NUEVA | Más de seis millones de personas en paro; casi dos millones de hogares en donde no entra ningún dinero procedente de un salario; más de la mitad de nuestros jóvenes, es decir, de nuestro futuro como sociedad, sin empleo, con lo que eso significa también de retraso en procesos existenciales, como el abandono del hogar paterno, la formación de una familia, etc.; más de la mitad de los desempleados lo son ya de larga duración, una situación que mina aún más el ánimo de quienes la padecen…

Son solo algunos de los datos que nos acaba de dibujar la Encuesta de Población Activa (EPA) de este primer trimestre de 2013, un tremendo mazazo para la conciencia social de un país al que, además, le acaban de decir que las cosas no van a mejorar a medio plazo, que la reforma laboral solo ha traído más colas ante las oficinas del Inem, que en ellas seguirán agolpándose cada vez más personas al menos hasta el año 2016… y que, ante todo esto, hay que tener un poco de “paciencia”. Es como si molestase el lamento sordo de la indignación que asoma por las esquinas.

Con este desolador panorama, no resultan descabellados los reiterados análisis de expertos que hablan ya a las claras de una dualización de nuestra sociedad, una fragmentación social entre una masa productiva y otra que vive a expensas de un sistema de protección social que hace aguas por todas partes, cuando no directamente de la solidaridad que le ofrecen instituciones como Cáritas.

La España que salga de esta crisis no solo será
más pobre, más vieja, más precarizada y menos formada,
sino que estará atravesada por la desigualdad.
Se puede hacer más, poniendo a la persona en el centro,
antes de que el tratamiento acabe con el paciente.

En el A Fondo de esta semana, nos hacemos eco de uno de estos análisis. Un estudio serio y riguroso que pone negro sobre blanco lo que ya es claramente perceptible en nuestras ciudades y pueblos, y que nos ratifica en que la España que salga de esta Gran Recesión será muy distinta de la que entró en ella hace un lustro, todavía narcotizada por los vapores de una bonanza económica que tenía los pies de barro y que nadie se preocupó, cuando habría sido menos doloroso, de reconducir hacia un sistema productivo que mirase más hacia el futuro que hacia el calendario electoral de turno.

La España que salga de esta crisis no solo será más pobre, más vieja, más precarizada y menos formada, y por tanto menos competitiva, sino que estará atravesada por la desigualdad de sus ciudadanos, con unas instituciones por las que se siente poco apego y respeto, con muchos de sus jóvenes marcados por la frustración y el desencanto, con un claro retroceso en derechos que parecían intocables, con un sistema político cada vez más inestable y radicalizado…

Por eso, sería muy importante que todos los actores sociales –también la Iglesia, de la que no solo se espera caridad, sino también claridad que ilumine hacia el necesario cambio en la forma de entender las relaciones económicas, y atenta a los efectos de la erosión en la convivencia social– tomasen conciencia de estos desafíos, para dejar a un lado –aparte de rencillas partidistas– el cortoplacismo y poner en el centro –de verdad, no solo de palabra– a las personas. Se puede hacer –cada vez hay más economistas críticos con la política de la austeridad a ultranza– antes de que el tratamiento acabe con el paciente.

En el nº 2.846 de Vida Nueva. Del 4 al 10 de mayo de 2013

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