Editorial

El sacerdocio laical es real

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Rafael Cob, obispo del vicariato ecuatoriano de Puyo, ha conferido el ministerio de la Palabra y de la Eucaristía a cinco cristianos de comunidades quichuas asentadas en el interior de la selva. Entre ellos, hay dos mujeres que se convierten en las primeras ministras en la historia de la Iglesia, después de la reforma del Código de Derecho Canónico de enero.



Han pasado seis meses, y ahora este misionero español y vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) toma la delantera sin alharacas, con una ceremonia que ni se toma con premura ni pretende ser avanzadilla. Simplemente, se da oficialidad –que no es poco– a una labor pastoral que estos laicos venían haciendo. O lo que es lo mismo, se bendice el liderazgo en el servicio de estos celebradores de la Palabra y dinamizadores de sus comunidades.

Además, el ‘sí’ que dan estas dos mujeres indígenas y la confianza depositada en ellas por su pastor no hablan de un gesto aislado de cara a la galería, en tanto que se da en un Nazaret amazónico, sino que atestiguan un convencimiento real de la corresponsabilidad de los seglares, a quienes no consideran meros técnicos, apoyos o último recurso frente a la falta de curas o monjas.

Rafael Cob, obispo del vicariato ecuatoriano de Puyo

De esta manera, se borra todo clericalismo y cualquier prejuicio sobre la presencia femenina en el altar, sin temor a que pueda verse como peligrosa amenaza o concesión. Quien a estas alturas lo piense, poco conoce de la indudable capacidad de entrega de esa mayoría eclesial que son las mujeres y que, afortunadamente, no se pierden en peleas por primeros puestos protagónicos, sino que simplemente reivindican su papel en la Iglesia, desde el respeto a su dignidad y con una conciencia incuestionable de que el verdadero poder es el servicio.

Hacer realidad la sinodalidad

Mientras en unas latitudes del planeta los episcopados se embarran en discusiones teóricas e ideológicas de diferente cuño, y otros tantos obispos parecen anestesiados dejando la vida pasar ante la conversión misionera personal y colectiva que se promueve desde Roma, en América Latina no solo se toma nota, sino que se van tomando decisiones sobre el terrero, signos inequívocos de docilidad para hacer realidad la sinodalidad.

Al estrenar los ministerios femeninos, la Amazonía ofrece, sin buscarlo, una lección profética desde la sencillez, humildad y pobreza de un pueblo que, con una fe inquebrantable y despojada de intereses, conforma una Iglesia que se sabe samaritana, en salida, para ponerse al encuentro de tantos que necesitan de Jesús, compartiendo sus dones y considerando a los laicos como adultos en la fe, como auténticos discípulos desde el convencimiento del sacerdocio real recibido en el bautismo.

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