Editorial

El muro populista de Trump

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Se abre un tiempo de incertidumbre global tras el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, con un respaldo más que significativo del votante católico.

Al igual que a la mayoría norteamericana, su mensaje populista caló entre los cristianos con una única proclama para este colectivo: agitar la bandera provida y en defensa de la libertad religiosa para auparle frente a Hillary Clinton, encasillada por su propio silencio al respecto en una perspectiva anticlerical y abortista. Los ataques del multimillonario hacia los inmigrantes, los desprecios hacia las mujeres o su cuestionada ética a la hora de declarar sus bienes a la Hacienda Pública no influyeron en los católicos frente al mantra de Una América grande de nuevo.

Toda vez que se ha confirmado la victoria de Trump, el presidente electo ha matizado alguna de sus propuestas más radicales, como el polémico muro con México. Sin embargo, no es menos cierto que se ha reiterado en su deseo de blindar los controles fronterizos y mantener las deportaciones. Es decir, permanece intacto su empeño electoralista de criminalizar al que viene de fuera para culpabilizarle de los males internos.

A la espera de que se inicie su mandato, la Iglesia norteamericana afronta una complicada encrucijada. Así lo manifiestan a Vida Nueva tanto el arzobispo de Los Ángeles y nuevo vicepresidente del Episcopado, José H. Gómez, como el obispo de la diócesis fronteriza de El Paso, Mark J. Seitz. Conscientes de que las urnas han dejado tras de sí un país dividido, su cautela se traduce en prudencia para no medir con una vara política al futuro presidente, pero sí situarse ante él desde la denuncia evangélica que plantea la Doctrina Social de la Iglesia.

Desde ahí no dudan en ponerse, como han hecho hasta ahora, del lado de los más débiles. Bajo el grito “No estáis solos. No os abandonaremos”, suscriben su compromiso en defensa de los derechos humanos de los sin papeles con quienes comparten vida y acción pastoral. Desde ahí, proponen abordar con profundidad y de forma poliédrica el problema a través de una política migratoria equilibrada.

Esta invitación a ir más allá de las recetas mesiánicas supone un desafío no solo para los obispos norteamericanos, sino para todos los actores nacionales e internacionales con los que tendrá que lidiar el presidente Trump. Sea en inmigración, en geopolítica o en materia económica, las soluciones salomónicas y unilaterales se tornan incapaces para resolver una realidad siempre compleja.

Claro que siempre resulta más efectista levantar un muro populista que proteja del otro –convertido en enemigo– que sentarse, dialogar, negociar y construir puentes.

Publicado en el número 3.012 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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