EDITORIAL VIDA NUEVA | Por toda la Iglesia universal se multiplican estos días los congresos, jornadas y seminarios en recuerdo del Concilio Vaticano II, cuyo cincuentenario nos disponemos a celebrar. Y aunque cada cual somete a tan histórica cita al filtro que más le conviene (el magisterio papal, el Catecismo o la nostalgia), casi todos coinciden en lamentar el posterior desaprovechamiento de ese nuevo Pentecostés que Roma vivió aquel octubre de 1962.
Las razones son muchas y muy diversas, aunque ya es hora de detenerse en las consecuencias, en concreto una: nuestra Iglesia se ha ido alejando progresiva y peligrosamente del mundo. Si algo debería llamarnos a reflexión en este tiempo de remembranzas del Vaticano II, es esa traición del espíritu conciliar.
Recuperarlo con urgencia sería la mejor manera de impulsar la nueva evangelización que durante este mes ocupa y preocupa a nuestros obispos reunidos en el Sínodo.
En el nº 2.819 de Vida Nueva. Del 13 al 19 de octubre de 2012
