Editorial

Lo cristiano no aporta minusvalía

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Publicado en el nº 2.629 de Vida Nueva (Del 27 de septiembre al 3 de octubre de 2008).

Con frecuencia encontramos en la actualidad pública o publicada, cuando se rastrea en el perfil de algunos personajes con relevancia social, que un número no muy amplio, pero sí considerable, muestra sus convicciones cristianas sin reparos o actúa desde ellas mismas. Los hay en todos los ámbitos de la vida pública, desde la política a la economía; desde la cultura al espectáculo. El más reciente ha sido el perfil de Carlos Dívar, candidato a presidir el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo. Poco conocido en los ámbitos de la prensa publicada por haber pasado desapercibido en su trabajo rutinario, como si lo que no se publica no existiera, uno de los aspectos que destacaban en su trayectoria, según los encargados de presentarnos su perfil, son “sus profundas convicciones religiosas y su pensamiento cristiano que no molesta a nadie”, como si el ser cristiano fuera una minusvalía más que una plusvalía en el quehacer cotidiano del profesional. Otros personajes de la vida política, cultural, económica o social ya han manifestado sus convicciones religiosas y lo han hecho no sólo sin miedos ni reparos, sino con plena conciencia testimonial.

El cristianismo, si tiene algo de propio y que afecte a su misma esencia, es precisamente su carácter testimonial. La ciudad en lo alto de un monte o la luz en lugar destacado está para que se vea. El cristiano no puede tener una fe de alcoba, escondiendo su práctica y vivencia en el mero ámbito de la privacidad. La fe es personal, pero tiene una incuestionable dimensión comunitaria, una vivencia que se desarrolla de manera natural en el ámbito de lo público y lo profesional, no como imposición frente a otros, sino como oferta gratuita que brota del mismo talante ejemplar que debe aportar su presencia y actuación. 

La presencia del cristiano en el mundo y su testimonio es, hoy por hoy, el gran reto. No puede esconderse la fe. Tampoco imponerse. Cada vez son más los cristianos que, al ocupar cargos públicos o de responsabilidad social no esconden su fe cristiana, sino que la exponen con naturalidad sin que, como en algunos ámbitos pueda creerse, éso le reste valor a su profesionalidad o se convierta en un lastre. La fe no aporta minusvalía; si acaso, plusvalía ética y moral. La oferta de la fe, el tono de esperanza y un profundo ejercicio de amor es posible en los que, por su responsabilidad, están en el candelero como la luz del Evangelio.

Y esto es cada vez más necesario y serio. El cristiano está en el mundo y en él trabaja y actúa desde su amor y empatía con el mundo, desde su experiencia con Jesucristo, que es la que le impulsa a la transformación de sus estructuras según los criterios de las Bienaventuranzas. Encarnar este espíritu no es, ni mucho menos, una minusvalía, como si la fe perteneciera a épocas pretéritas, ni es un elemento a superar. La aportación desde lo positivo y lo esperanzador ha de ser para el cristiano un excelente ejercicio. 

El Pliego que Vida Nueva presenta en este número pretende servir a esa tarea, por la que hay que avanzar alentando a los laicos a la presencia dinamizadora en el corazón de las gentes.