Editorial

Cuando el amor es visceral

Compartir

Este Papa es como los viejos marinos, impasibles cuando la tempestad amenaza romper las velas y hundir la embarcación. Los marineros corren, gritan, se agitan, mientras en el timón el viejo piloto irradia serenidad. A lo largo de su vida ha sorteado tempestades que le han enseñado que siempre hay una salida.

Amoris laetitia no es una tempestad, pero la han querido transformar en eso los que señalan, escandalizados, que Francisco desconoce a sus predecesores. Según estos lectores de su Exhortación Apostólica, el Papa debería limitarse a repetir lo dicho por los papas anteriores.

Hubo un papa, Nicolás V, que en 1452 autorizó al rey de Portugal a combatir a los sarracenos y a esclavizarlos; y otro Papa autorizó la esclavitud en los estados pontificios; para Gregorio XVI en 1832 era absurdo y erróneo hablar de libertad de conciencia; y más cercano a nuestro tiempo, Pío IX en el Syllabus llamó un peligroso error la libertad religiosa que el Concilio Vaticano II consagró.

Un Papa no puede limitarse a repetir a sus predecesores. Ha recibido un tesoro vivo, que siempre está en desarrollo y en producción de las novedades del Espíritu.

En su homilía del pasado 28 de abril en la capilla de la casa Santa Marta, Francisco previno contra el miedo ante las novedades del Espíritu y propuso la nueva sinodalidad para toda la Iglesia, que consiste en reunirse, escucharse, discutir, rezar y decidir. Una especie de conjuro contra los fantasmas que pueden inmovilizar a la Iglesia; que de hecho la inmovilizan.

Dio un ejemplo de esa sinodalidad al responder la carta en que el teólogo Hans Küng le proponía mantener la discusión sobre el dogma de la infalibilidad. El propio teólogo manifestó su alegre sorpresa ante el tono fraternal, la disposición a la escucha y la aceptación de la discusión del tema que Francisco no considera cerrado. “No temamos las discusiones acaloradas”, dijo Francisco en la capilla de la residencia Santa Marta y con esto dejó atrás expresiones como la que considera asunto cerrado y no discutible el dogma, y sospechoso de herejía al que duda y hace preguntas.

La Iglesia se transforma y se renueva por medio de la misericordia

Ese apego a la letra, esa renuncia a explorar nuevas posibilidades de la doctrina, apareció entre los lectores de la Amoris laetitia. Puesto que no encajaba en sus categorías sobre el amor matrimonial y la familia, intentaron restarle autoridad porque el documento no se clasificaba como encíclica, por tanto la Exhortación papal dejaba todo igual.

Otros lectores encontraron allí la gran novedad pastoral: no hay por qué encerrar la vida matrimonial dentro de unas normas previas en las que no hay cabida para para la vida singular de las personas y de las parejas; se trata de abrirse a otros modos de discernir y de actuar, distintos de aquel enunciado autoritario e inapelable dictado desde los púlpitos y los confesonarios, que no tiene en cuenta la vida que todos los días se reinventa.

Ante este pronunciamiento, que les arrebata a sacerdotes y obispos migajas de su poder, vino la acusación: la de Francisco es una moral de situación, es un imprudente abandono de la doctrina.

Desde la condena de Pío XII a la moral de situación hasta hoy, la conciencia de la humanidad y el desarrollo doctrinal han avanzado hacia el reconocimiento de que las normas universales no lo abarcan todo y necesitan enriquecerse con la consideración de las singularidades.

El talante renovador y transformador de Francisco se manifestó también en su actividad para darles transparencia a las gestiones financieras en el Vaticano. Ante los 893 avisos de actividades sospechosas en el banco del Vaticano, en los últimos 3 años, Francisco ha multiplicado la cooperación bilateral con entidades internacionales, que eran cuatro en 2012 y que al finalizar 2015 llegaron a 360.

Todo es parte de un proceso transformador y renovador que busca poner a la Iglesia al día del Evangelio. Esa puesta al día pasa por el meridiano de la misericordia. Cada una de las acciones y palabras de Francisco revelan, para sorpresa del mundo y de la propia Iglesia, todo el potencial renovador que hay en ese amor visceral de Dios que es la misericordia.