Carlos Malfa: “Pironio es todo de Dios”

Así lo expresó el exsecretario del cardenal en la Misa de Acción de Gracias por su beatificación, en el Santuario de Nuestra Señora de Luján

Este domingo se realizó, en la Basílica de Luján, la Misa de Acción de Gracias por la beatificación del cardenal Eduardo Pironio. El obispo de Chascomús y excolaborador del flamante beato en la diócesis de Mar del Plata, Carlos Malfa, en la homilía destacó la figura.



La celebración estuvo presidida por el cardenal Fernando Vérgez Álzaga, acompañado por el cardenal Gregorio Rosa Chávez, de El Salvador; y el arzobispo de Caracas, cardenal Baltazar Porras. También estuvieron presentes el nuncio apostólico, Miroslaw Adamczyk, el arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Eduardo Scheinig; el de Bahía Blanca, Carlos Azpiroz Costa op; y el obispo de de Nueve de Julio, Ariel Torrado Mosconi

Malfa aseguró que los obispos argentinos reconocieron rápidamente en Pironio el modelo de pastor, de vida evangélica y de fidelidad a la misión que le fue confiada en la Iglesia nacional, latinoamericana y universal. Por eso, pidieron al papa Juan Pablo II la introducción de su causa. Y agregó: “Y comenzamos a rezar confiados en la confianza de que sería Dios mismo quien iba a mostrar su santidad a través de las gracias que concediera por su intercesión. Y Dios lo hizo”.

Luján, su casa

Asimismo, comentó que para el cardenal, Luján era el corazón espiritual de la Argentina. “Al vernos aquí nos estaría diciendo que siempre en la casa de la Madre se experimenta más hondamente el amor del Padre que nos hace hijos, se escucha más dócilmente la palabra del Hijo que nos hace discípulos y se recibe más profundamente la fuerza del Espíritu Santo que nos hace testigos”, aseguró.

Malfa destacó que en esta Casa acontecieron los momentos más importantes de su vida: fue ordenado sacerdote y obispo, a donde siempre volver, donde quiso ser enterrado, donde fue beatificado y donde ahora veneramos sus restos. De aquí también se despidió de Argentina cuando san Pablo Juan Pablo II lo convocó a Roma. Este hijo fiel, siempre volvió a su pueblo y a su patria.

Todo de Dios

Expresó que hay motivos para agradecer el ministerio del beato: la frescura y la alegría fecunda de su temprano sacerdocio, los caminos de fe, esperanza y paz que recorrió en la Iglesia y en el mundo; la transparencia de su alma; el reconocimiento de los signos de los tiempos y de las necesidades de tantas personas que fue encontrando en su largo ministerio.

“Hoy nos es posible contemplar una vez más su ser profundamente humano y todo de Dios. Muchos de los que estamos hoy aquí, y tantos que espiritualmente están unidos a esta celebración de acción de gracias, lo hemos conocido. Hemos sido contemporáneos, colaboradores, discípulos, familiares, amigos. Otros lo conocen o conocerán por el testimonio de alguna persona o por sus escritos. ¿Cuántos tuvimos la certeza, la gracia, el don de haber compartido un tramo de nuestra vida con un santo de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, como dice el papa Francisco?”, se preguntó Malfa.

Testigo y promotor

Después de reconocer que la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, mencionó el texto del p. Lucio Gera sobre su entrañable amigo: “A medida que pasa el tiempo percibimos que su figura crece, se hace más luminosa y significativa… Para poder ver las cosas pequeñas hay que acercarse a ellas, pero para ver las cosas grandes hay que alejarse de las mismas”.

Malfa remarcó que esto ocurre con hombres de la talla humana y espiritual de Pironio, testigo de la luz que es Jesucristo. El beato fue un hombre del concilio y un artesano de su recepción en América Latina. Cultivó su visión de la Iglesia de la Pascua, ni triunfalista, ni poderosa, sino una Iglesia de cruz y de esperanza, de pobreza y de contemplación, de profecía y de servicio. Una Iglesia misterio de comunión misionera en medio del mundo”, afirmó.

Para el Cardenal el único camino de un cambio verdadero pasa siempre por el corazón de las bienaventuranzas evangélicas. En aquella luminosa meditación para tiempos difíciles, recordó que estos momentos exigen fortaleza en dos sentidos: firmeza, constancia, perseverancia, y compromiso activo, audaz y creador.

“Ahora la Iglesia nos regala a un intercesor”, resaltó Malfa. Y aludió especialmente a los jóvenes con quienes el Beato tuvo una sintonía singular, en un confesionario, en las calles, o con su palabra en las catequesis o ante la multitud. “En el atardecer de su vida, entregó a los jóvenes lo más valioso, su vocación, con la convicción de que no hay mayor alegría en la vida que descubrir el sueño de Dios para cada uno, el sentido radical de nuestras vidas: ‘Me he sentido extraordinariamente feliz de ser sacerdote, y quisiera transmitir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy como mi mejor testamento y herencia’”.

Pidió. finalmente, pedirle al Beato que interceda por tantos jóvenes que buscan saber para quién y para qué vivir, qué buscan y esperan futuro, sentido, proyecto y dignidad.

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