Carisma
Portada Carisma Sagrados Corazones
NOVIEMBRE 2019

Sagrados Corazones: contemplar, vivir y anunciar

La Congregación de los Sagrados Corazones nace en Francia en 1800, en plena Revolución Francesa, donde dos personas, Enriqueta Aymer y Pedro Coudrin, se sienten llamadas a reparar el mundo desde el Amor. Son sus historias de vida y su posterior unión las que dan a la Congregación una identidad propia y universal.

La Buena Madre (1767–1834) procede de la nobleza y de las costumbres de la alta sociedad. En los tiempos convulsos de la Revolución arriesgó su posición y su fortuna protegiendo en su casa a sacerdotes perseguidos. Delatada, fue llevada a la cárcel, donde su vida cambió para siempre desde una fuerte experiencia de entrega a Dios. Tras salir de prisión, fue descubriendo en la adoración ante el Santísimo su llamada a entregarse por entero a Dios y a los demás.

El Buen Padre (1768-1837) crece en una familia sencilla de entorno rural. Entra en el seminario en 1789, y unos años más tarde, ya como sacerdote clandestino, tiene que refugiarse y esconderse en un pequeño granero durante cinco meses. Después de ese tiempo de fuertes experiencias, sintiéndose llamado por Dios, decide salir y arriesgar su vida para poder seguir entregándola a otros.

El encuentro entre ellos y la unión de la llamada de Dios sobre cada uno, hace nacer una Congregación marcada para siempre por la escucha activa a Dios y a la realidad, la entrega radical a pesar de las dificultades, la vida de adoración, la entrega a los hermanos y hermanas, el servicio a los más necesitados, el celo apostólico y la fuerte vinculación a la Iglesia.

Palabras que dan la clave

  • Corazón. Los Sagrados Corazones sentimos que el corazón está íntimamente conectado con Otro Corazón más grande, medida para la aventura del vivir. A pesar de las batallas de dentro, la ecología del corazón se abre paso con la oración, la adoración, la escucha de la Palabra, el silencio, el acompañamiento, las buenas lecturas, la fiesta de la reconciliación, el banquete de la Eucaristía y un buen tiempo de retiro de calidad.
  • Adoración. Mirándolo a Él nos centraremos en lo realmente valioso. De aquí partirán el resto de miradas, asegurándose un enfoque evangélico. Queremos “saborear” la presencia eucarística de Jesús en nuestra agenda cotidiana. No tenemos ni que decir ni que preguntar nada. Solo estar en su presencia, para que Él cure nuestras heridas y nos ame. En esta relación confiada, ponemos delante a todas aquellas personas y situaciones de descarte, en el silencio del corazón.
  • Reparación. Reparar es aprender a mirar, descubrir lo malo mezclado con lo bueno, infiltrado para quitar fuerza a la esperanza y dinamitar las energías para destruir la lógica del amor. No olvidemos que la propia Iglesia necesita de reparación.
  • Celo. El celo habla de pasión, de creatividad, de ser incansables. Nos lanza a luchar por los inmigrantes, los refugiados, por una economía que no deseche a las personas. Nos llama a liberar a los que están ahogados en la soledad, el anonimato o el individualismo. Nos emplaza a un mundo donde todos, mujeres y hombres, grandes y chicos, están invitados al banquete de la mesa compartida.
  • Fraternidad. La familia es escuela para empaparse de los mejores valores e ir seleccionando las vivencias para la mochila que nos acompaña en nuestra vida. Nuestra familia, a veces caracterizada por una cierta improvisación, quizá a causa de ese celo por estar metidos en muchas causas, es rica en humor, en unas relaciones que hacen crecer a la persona en libertad, identidad y compromiso. Por lo que no extraña que nos sintamos “los más felices del mundo”.

Descargar suplemento completo (PDF)

Lea más: