Carisma
portada suplemento Carisma Canonización del P. Faustino Míguez 3053 octubre 2017

En la canonización del P. Faustino: fidelidad en el amor

En 1831, en una pequeña aldea de Galicia, comienza la historia de una gran amistad entre Dios y un niño de ojos abiertos, corazón sensible, manos acogedoras y pies de caminante: Manuel Míguez González que cambiará su nombre por el de Faustino Míguez de la Encarnación.

Amigo de Dios, P. Faustino lo siente y conoce como compañero de camino, que le guía y acompaña a lo largo de toda su vida. Su amistad le encamina en un principio a ser sacerdote, estudiando en el Santuario de los Milagros, seminario de aquella época, junto a su hermano mayor Antonio y otros jóvenes de la diócesis.

Sintiendo una nueva llamada, ahora a ser maestro y sacerdote, como escolapio, deja su tierra y su familia marchando a Madrid, fiado de este fiel amigo que es Dios que le conduce por nuevos caminos.

Esta profunda amistad le sostiene en los diferentes destinos a los que es enviado y en las constantes salidas a lo nuevo y desconocido: hacia Cuba, Sanlúcar de Barrameda, Monforte de Lemos, Celanova, El Escorial, Getafe. Le anima en las diversas misiones encomendadas y responsabilidades desempeñadas como profesor de profesores, rector, director de internos o confesor. Le acompaña y fortalece en las dificultades que afronta en su relación con las autoridades civiles y eclesiásticas, con sus superiores o hermanos de comunidad y con la clase médica en lo relativo a su actividad terapéutica con los enfermos. Y le mueve a salir al encuentro del otro, del niño que necesita su guía y su palabra, del enfermo que precisa su atención y consuelo, de la niña que carece de educación, de la religiosa que requiere su escucha y consejo.

Es una amistad que crece y se alimenta en el encuentro personal con Dios, en la intimidad de la oración; en el encuentro con el otro, en los niños a los que educó, en las religiosas a las que acompañó, en los enfermos a los que atendió; en la contemplación de la creación donde descubre su huella. P. Faustino se dirige a Él como Maestro, Padre, Buen Pastor, Creador, Misericordia, Amor… Es el Amigo que reconoce en la eucaristía o en la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Es el Amigo que aprecia en el vivir cotidiano con sus luces y sombras.

P. Faustino es samaritano de mirada atenta y profunda, capaz de descubrir, por dónde pasa la necesidad, la realidad que llama a su puerta. Samaritano de corazón sensible y compasivo, se deja tocar y conmover por el sufrimiento, el dolor y la injusticia. Es el hombre que se compromete hasta el fondo en la realidad en la que vive. No pasa de largo. Siendo joven, estudiando en el Santuario de los Milagros, ayuda en el estudio a un compañero con dificultades.

Allí donde es destinado, va respondiendo a las necesidades que se le manifiestan. Hoy es el reconocimiento oficial o la independencia pedagógica de un colegio, mañana el conocimiento de las propiedades medicinales de fuentes y manantiales o propiedades terapéuticas de las plantas, mejoras de las instalaciones del colegio, el alivio del dolor y sufrimiento de los enfermos, la atención de las niñas abandonadas e ignorantes… Para él, mirar y conocer es implicarse, dar respuesta y poner al servicio de los demás los dones que Dios le ha dado: su talento científico y sus conocimientos sobre medicina así como su formación y experiencia en educación.

El móvil y el pensamiento del P. Faustino al fundar el Instituto de Hijas de la Divina Pastora, no es otro que el calasancio: de la educación cristiana de la niñez y la juventud depende la transformación del mundo.

En palabras del P. Pedro Aguado con motivo de la aprobación del Papa del milagro, “su deseo de servir a los pobres le abrió los ojos para comprender la marginación de la mujer y provocó que impulsara y acompañara una asociación dedicada a la educación de las niñas. La intensidad con la que vivió su fe y su docilidad a la voluntad de Dios le llevaron a convertirse en fundador”.

Las Hijas de la Divina Pastora Calasancias nacimos de la respuesta generosa de P. Faustino, cuyo corazón vibró al son del corazón de Dios y escuchó el clamor de la mujer en Sanlúcar. Como calasancias descubrimos en la educación el camino para renovar y transformar la sociedad, desde un estilo pedagógico muy concreto, y como pastoras, buscamos y encaminamos a niños y jóvenes, al estilo del Buen Pastor, hacia Dios.

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