Carisma

Hermanas Trinitarias: una puerta siempre abierta

El Instituto de Hermanas Trinitarias fue fundado en Madrid el 2 de febrero de 1885 por Francisco de Asís Méndez Casariego y Mariana Allsopp González Manrique para la liberación de la juventud necesitada. Es un Instituto de Derecho Pontificio aprobado por el Papa León XIII el 11 de abril de 1901.



Los fundadores

El Padre Méndez nace en Madrid el 21 de junio de 1850. Es ordenado sacerdote en 1874. Por su amplia labor pastoral conoce a fondo la realidad de las jóvenes que vienen a Madrid buscando trabajo y promoción y acaban vendiendo su cuerpo para sobrevivir. A muchas de ellas las confesaba cuando acudían a la iglesia de la Encarnación, de la que era párroco. En torno al Palacio Real, cercano a la citada parroquia, estaba el famoso cuartel de la Montaña, que albergaba hasta 3.000 soldados, con los que hacían negocio las casas de prostitución.

Las jóvenes víctimas acudían a la iglesia más cercana, único lugar donde podían salir con cierta libertad, y le contaban sus dramas al sacerdote, pidiéndole consejo y ayuda para salir de donde estaban. Algunas contraen enfermedades incurables; las visita en el Hospital de San Juan de Dios, de donde era muy difícil salir para reinsertarse. Pero, ¿cómo acabaron así? Algunas son engañadas en las estaciones donde les prometen un trabajo digno que nunca llegó; otras caminan errantes por las calles mendigando o vendiendo baratijas, expuestas a múltiples peligros.

Las conoce también en las escuelas dominicales, donde se encuentran semanalmente las jóvenes que trabajan internas en casas, con pocas posibilidades de progresar. Pide a Dios una luz, que recibe en julio de 1876, cuando está en oración en el sótano de la iglesia. Pero la confirmación definitiva, y el impulso para abrir esta puerta de esperanza, le llega compartiendo su sueño con Mariana el 10 de enero de 1982.

Mariana Allsopp nace en Tepic, México, en 1854. Vino a España con 9 años, junto a sus cuatro hermanos, pues al fallecer su madre, el padre decide confiar su educación a la familia materna, que vive en Madrid. Recibe una educación exquisita. Cuando conoce al padre Méndez, está buscando una Congregación para ser religiosa, pero ninguna le satisface. Frecuenta entonces las escuelas dominicales, donde se inicia en el apostolado con las jóvenes necesitadas. Pero es en sus visitas al Hospital de San Juan de Dios, cuando, de forma conmovedora, se encuentra con el sufrimiento de tantas mujeres marginadas de cualquier posibilidad de progreso.

El dolor de estas jóvenes, y su futuro incierto, va a cambiar su vida. Su entorno privilegiado le hacía ver el contraste de suertes, y la injusta situación de quienes estaban al otro lado. Se aviva en su corazón el deseo de implicarse personalmente en las vidas de estas hijas de Dios cautivas. Cuando comparte con el padre Méndez sus inquietudes, el joven sacerdote comprende por qué Dios le ha hecho esperar. Y le cuenta la inspiración que recibió del Señor.

Marina refiere así este momento: “Mientras me hablaba, se descorría un velo ante mí y mi corazón palpitaba de consuelo. Cuando terminó, sin vacilar, contesté: ‘Yo tomaré parte en esa fundación’”. Mariana hizo su profesión en 1890 y, con el nombre de Sor Mariana de la Santísima Trinidad, se consagró al Señor el 26 de mayo de 1907. Las visitas a los hospitales y cárceles refuerza en ella la convicción de lo importante que es un hogar para las jóvenes, que tengan acceso a la cultura y aprendan un oficio para ser libres. El 21 de mayo de 2022, el papa Francisco la declaró venerable.

Misión

Los fundadores, interpelados por una sociedad que margina a los más débiles, percibieron la esclavitud en la que vivían muchas jóvenes condenadas a la miseria por ser pobres y mujeres. La sociedad miraba con recelo a estas muchachas errantes que, buscando su sitio en el mundo, encontraron su perdición. Pero Francisco y Mariana solo veían en ellas el amor herido, muchos talentos prisioneros, infinidad de posibilidades truncadas que hay que rescatar. En el silencio de su oración escuchan los gritos desgarrados que claman libertad. En su interior se aviva un fuego que les transforma: es el fuego de la liberación, o celo por la salvación, que más tarde traducen en un cuarto voto.

Los fundadores leyeron el Evangelio en clave de salida, y así entendieron la misión trinitaria: “Salir por las calles y plazas de Madrid, ir a los cruces de los caminos, pues para liberar a estas jovencitas, para ir a buscarlas, para recibirlas siempre, estáis las trinitarias”, nos decía el padre Méndez. M. Mariana, antes de abrir la primera casa, programa así la misión: “No esperar a que vengan o las traigan, sino salir a las estaciones a buscarlas cuando llegan de los pueblos sin tener casa segura donde albergarse”.

Ya consolidada la misión nos pide: “Vayamos a la cárcel a consolar a las que lloran sus crímenes, visitemos los hospitales… Presurosas acerquémonos al puerto donde arriba la emigrante, víctima de algún engaño, y ofrezcámosle nuestras casas. Acudamos a la hora en que los trenes llegan, y busquemos en medio de los viajeros a la inexperta joven que abandona su humilde hogar por buscar una colocación que muchas veces es causa de su ruina”.

Desde sus orígenes, el Instituto ha seguido abriendo puertas de esperanza en diversos lugares del mundo, para la juventud y mujer necesitada: las que han caído y las que están en peligro.

El hilo conductor de la pedagogía trinitaria está en la confianza sin límites en las jóvenes, sea cual sea su condición y circunstancias, así se expresa en el lema que abandera todos nuestros proyectos: “No importa lo que han sido, sino lo que pueden llegar a ser”. Para los fundadores, una trinitaria ha de ser como una madre que cree en las posibilidades de sus hijas, que acoge, sostiene, protege y confía hasta el extremo, dando una y otra oportunidad.

El Carisma trinitario es un carisma de liberación. Las esclavitudes varían según los tiempos y lugares. Pero en el fondo tienen la misma dinámica: ponen en peligro la dignidad y los derechos fundamentales de las personas. La respuesta de las Trinitarias también es la misma: estar al lado de la juventud necesitada, promoviendo sus derechos y valores, contribuyendo a su promoción y dando oportunidades. En sus 138 años de historia, el Instituto ha seguido ampliando su presencia por donde el Espíritu le ha llevado, actualizando el apostolado según las situaciones, necesidades y esclavitudes de cada tiempo y lugar. Hoy continúa adaptándose allí donde estamos presentes, tratando de escuchar los signos de los tiempos.

La institución por dentro

La misión trinitaria requiere una Comunidad que encarna lo que anuncia. Nuestras comunidades viven de manera sencilla, humilde y entregadas a su razón de ser: encarnar el amor de Dios Trinidad. El alimento que sostiene a la comunidad es la Eucaristía, donde se expresa y realiza lo que somos: Unidad de Amor que acoge y se da, se multiplica y se extiende. La oración, la convivencia, el compartir, la humildad, el perdón y el trabajo en un proyecto común prolongan la Eucaristía en la vida cotidiana.

Desde esta experiencia es posible vivir ese amor entrañable con la juventud necesitada, expuesta a tantas esclavitudes. El Espíritu imprime en el interior de cada hermana un sello: la confianza absoluta en Dios y sus criaturas. Sin esta confianza, no podemos ser trinitarias. En las constituciones leemos que nuestra norma de vida es el amor, y así como las hermanas no pueden llevar a cabo su misión si no aman a las jóvenes, tampoco si no tienen fe y confianza plena en sus posibilidades. Un amor y confianza que empieza en la comunidad, entre las hermanas con las que compartimos vida, fe y un proyecto común.

No se eligen los miembros de una comunidad, pues son convocadas. Deciden vivir sin nada propio. Lo que ganan con su trabajo lo ponen en común. Disciernen juntas la vida, y los signos de los tiempos. Ninguna actúa por su cuenta. Oran antes de tomar una decisión. Comparten una misma fe. Se reúnen para rezar todos los días antes de empezar el trabajo y ponen en común lo que son, renovando su libre decisión de ser para los demás. Se comprometen a amar a quienes no conocen. No hacen acepción de personas.

Anteponen el perdón y el dar otra oportunidad. Se cuidan unas a otras. No se miden con el mismo rasero, pues cada una tiene su edad, su cultura, sus condiciones, su carácter, su historia y talentos propios, que ponen en común. Y todas son útiles y necesarias en el proyecto de vida que comparten. Como personas humanas, débiles y limitadas, son también frágiles y se equivocan. Pueden ser cabezotas, enfadarse y dejarse llevar por alguna pasión que hiere. Por eso celebran con alegría el perdón y confiesan que se necesitan. El amor les permite comenzar de nuevo cada día.

Hoy las comunidades son de pocas hermanas, algunas mayores, de diversas procedencias, con limitaciones también. Pero son el alma de la obra trinitaria. Dios se complace en estas comunidades pobres, sencillas, frágiles y humildes, que tienen su mirada fija en el Señor de la historia. El padre Méndez dice que la comunidad está llamada a ser “un cielo anticipado”, o un retrato del cielo.

La trinitaria ha de contemplar a Dios hasta descubrir “su retrato” grabado en su mente y en corazón. Lo que está impreso en el alma nos define y da color a todo lo que hacemos. Esta es nuestra espiritualidad, ese sello interior que se refleja en el modo de vivir, de estar en el mundo, ese aire de familia por el que somos reconocidas, y con el que comunicamos nuestro parecido a Dios.

Las Constituciones expresan los rasgos propios de la espiritualidad trinitaria que impregnan nuestra vida: acogida, hospitalidad, cercanía; comunión, presencia, libertad; ternura, entrañas de misericordia, paz; diálogo entrañable, confianza sin límites, incondicionalidad; familia, promesa, un futuro de esperanza. Nacimos para hacer visible estos rasgos de Dios con nuestra vida, en comunidad y en nuestras obras.

Descargar suplemento Carisma Hermanas Trinitarias: una puerta siempre abierta

Lea más: