Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Una propuesta de modelo inmersivo de enseñanza religiosa


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Cuando los lenguajes están quemados, el arte tiende puentes para hablar y escuchar lo que ya no se puede o sabe decir. Los lenguajes de le belleza comunican con una profundidad que alcanzan a lo más profundo del alma. Nada comunica más hondo que lo sublime. La belleza no es solamente la apariencia bonita de lo que se dice, sino que cuando hablamos o escribimos también forman parte de la belleza genuina la bondad con que decimos las cosas, las actitudes que manifiesta, la sinceridad que transmiten.



A lo largo de la historia miles de excelsos artistas han creado obras que comunican a Dios y por muchas palabras que pongamos unas tras otras para explicar a Dios con muchos discursos, en muy raras ocasiones lograremos transmitir con la transparencia, apertura y elevación que logran las grandes obras de arte.

Quien no se conmueva con el ‘Mesías’ de Händel, el ‘Réquiem’ alemán de Brahms, los cánones de Taizé de Jacques Berthier, el ‘Réquiem’ de Karl Jenkins o ‘La Misión’ de Ennio Morricone, es difícil que tenga oídos para escuchar cualquier otro tipo de palabra transmitida incluso por el mejor libro escolar de religión. A propósito de ‘La Pasión de San Mateo’ de Bach, el propio Friedrich Nietzsche afirmó que “uno que completamente ha olvidado el cristianismo aquí lo escucha como evangelio”.

Ladrones de tiempo

Quizás nuestro mayor trabajo educativo sea abrir la capacidad contemplativa para recibir en los niños, adolescentes y jóvenes, cuyos sentidos están siendo embotados por las múltiples pantallas, el consumismo, el ruido, la aceleración, ansiedad y distracción sistémica a que son sometidos. Quizás simplemente deberíamos devolvernos las horas que nos sustraen tantos ladrones de tiempo.

Comprender a fondo el significado de una buena selección de 25 universos de música sacra a lo largo de toda la educación primaria y secundaria haría una labor de profunda y duradera evangelización que no se consigue con el mejor catecismo.

Junto con la música nos encontramos a miles de artistas plásticos que han creado las más cautivadoras obras de pintura, escultura, vidrieras, tapices, novelas gráficas o arquitecturas, junto con los cineastas o fotógrafos espirituales. A ello podríamos sumar los poetas cuya obra religiosa llega a los interiores que la didáctica nunca puede asomar.

Las creaciones de todas las artes forman un desbordante ‘corpus’ que no solamente es capaz de comunicar lo más sagrado, sino que tiene un reconocimiento público absoluto. Ninguna madre o padre de familia objetaría que sus hijos aprendan intensa y exhaustivamente todo lo posible sobre obras culturales de tan formidable profundidad y universalidad.

Junto con ese enfoque estético de la transmisión de la Fe, nos encontramos otra dimensión que también tiene un indudable reconocimiento social, que son todas las narraciones bíblicas y de la historia de la santidad, desde las beguinas medievales hasta Martin Luther King, las apasionantes aventuras de Pedro Páez, la claridad de Francisco y Clara de Asís, o el coraje de la Rosa Blanca de Sophie Schöll. Ya tan solo ser socializado en las historias universales de la Biblia, a través de tantos medios artísticos, narrativos, teatrales o contemplativos como hay, constituye un programa completo.

Junto con ello, existen muchos relatos profundamente cristianos de los escritores y escritoras que han buscado expresar en novelas, cuentos, fábulas y otros medios la Fe. Necesitamos un gran programa que haga vivir a los niños y jóvenes las narraciones bíblicas porque la fuerza performadora que tienen las historias no puede ser lograda por ningún otro medio de transmisión.

Educar alma a alma

Sin duda el mayor medio de evangelización es el lenguaje de hechos, la acción, el amor que damos a nuestros estudiantes, la amabilidad, la compasión, el acompañamiento: el “alma a alma” que decía San Ignacio de Loyola era el mayor modo de enseñar. Ese “educar alma a alma” es lo que está en peligro con la excesiva e inútil carga burocrática que hacemos pesar sobre nuestros maestros y profesores, a quienes deberíamos liberar para que puedan poner todos sus sentidos concentrados en esa labor tan extraordinaria, desafiante y delicada labor que es tan difícil como el amor y que es tan fácil como el amor. Nada transmite tanto a Dios Amor como saberse amado y experimentar con toda su fuerza, autenticidad y dimensiones el amor a los demás.

En el “lenguaje de hechos” ocupa un importante lugar la amplia dimensión de la celebración, en la que hallamos una experiencia que integra una dimensión estética y simbólica, junto con gestos y actos de cada persona y la comunidad. Es crucial interiorizar los hábitos del corazón de las liturgias, las bendiciones, la oración y tantos signos con los que expresamos lo inefable y la alabanza, los dramas y alegrías más profundos del corazón como el perdón o la gratitud.

No solamente educamos una sensibilidad, sino que recibimos la Fe explicada y razonada en las propias palabras de Jesús y tal como la han contado tantas personas sabias a lo largo de la historia, teólogos, filósofos y personas que han puesto voz y razón a la Fe y experiencia religiosa. Todos estamos de acuerdo también en la necesidad de enseñar la fe de una forma honda y completa, proporcional a la edad de cada estudiante.

Captar y contemplar

Pero mi énfasis está en la enorme oportunidad de transmisión masiva y profunda que realiza un enfoque inmersivo de la Fe a través del arte y las narraciones. Ello implica no solamente exponer al alumnado a las obras directamente, sino una ascesis de sensibilización y desarrollo de capacidades para captar y contemplar cada vez más profundamente.

Un modelo de enseñanza inmersiva de la religión debería crear un ambiente en el que los estudiantes vivieran dentro de creaciones estéticas de máximo valor para la espiritualidad cristiana; que estuvieran permanentemente sumergidos en obras visuales y música sacra. No se trata de que un día escuchen una pieza, sino que durante todo un curso estén inmersos en el universo musical de un par de compositores y convivan con reproducciones de las obras plásticas de otro par de artistas (incluso que puedan hacer actividades para reproducir dichas obras o incluso decorar entre todos el aula al estilo de ese artista visual, sea El Greco, el Maestro de Tahull o Chillida).

Combinar dos músicos y dos plásticos permite variar (por lo cual hay que buscar cierta diversidad entre ellos para que sean claramente discernibles). Cuatro universos artísticos por curso formarían un ‘corpus’ de más de medio centenar de autores a lo largo de los cursos de infantil, primaria y secundaria. No se trata de ver muchos estilos y obras diferentes, sino de vivir inmerso en una selección de cuatro universos por curso. Eso va formando una sensibilidad y un discernimiento capaces de captar otras obras y creadores que escuchen en los distintos medios o en las distintas celebraciones colegiales y parroquiales.

Un valor añadido

Imaginemos la profundidad con que se vincularían a Bach los niños y niñas de primero de Educación Primaria que estuvieran durante todo un año absorbiendo su música de un modo natural, en una edad en la que se empapan de todo su entorno e incorporan lo que les rodea para desarrollar su interior. Bach pasaría a formar parte de sus entrañas, sería parte sustancial de la circulación que nutre su mente y corazón.

Tiene la virtud de que los padres no solo no serían renuentes a esa dimensión imprescindible de los centros católicos, sino que sería un valor añadido para educar en dichos centros. En centros de enseñanza de titularidad estatal, las clases de religión consiguen menor inmersión, pero también es una gran oportunidad durante las horas de que disponen. Que suene de fondo esa música mientras hacen otras actividades hace que paulatina y cotidianamente vayan empapando los sentidos, memoria y corazón de los estudiantes de unos y otros centros. Me imagino el positivo apego o vínculo que se podría crear si esos alumnos vivieran inmersos durante todo el curso musical y visualmente en contacto íntimo con la más alta belleza que alaba y razona a Dios a través de las inteligencias múltiples.

Imaginemos la internalización, formación y evangelización que supondría vivir inmerso y comprender un programa que como el siguiente estuviera incorporado a las aulas del segundo ciclo de Educación Infantil y Primaria:

  • 1º Infantil. Karl Jenkins y Harlem Gospel Choir. Gaudí y James Tissot.
  • 2º Infantil. Maurice Duruflé y Arvo Pärt. El Greco y la catedral de tu diócesis.
  • 3º Infantil. Händel e Hildegarda de Bingen. Imaginario de las catacumbas de Roma y las vidrieras de Alfred Manessier.
  • 1º Primaria. Bach y Morricone. Chagall y Chillida.
  • 2º Primaria. Brahms y Berthier. Andréi Rubliov y Arcabas.
  • 3º Primaria. Gregoriano de Silos y Vivaldi. Maestro de Tahull y Rubens.
  • 4º Primaria. Mozart y Charles Gounod. Fray Angelico y Bouguereau.
  • 5º Primaria. Josquin des Prez y John Coltrane. Miguel Ángel y las vidrieras de la Santa Capilla de París.
  • 6º Primaria. Coro Ortodoxo de Moscú y música procesional. Gregorio Fernández y el imaginario de los templos de Miguel Fisac.

Pueden ser esos artistas u otros, sin duda. No se trata de una historia de la música y las artes visuales. Tampoco importa que los alumnos olviden el significado preciso de una música que vieron años atrás. No se trata de que en sexto puedan explicar a Bach o El Greco, sino que más bien se busca que empape y forme parte de sus cuerpos, que se incorpore orgánicamente en cada persona, que haya un vínculo encarnado en el gusto y la familiaridad.

Participación masiva

Se podría reforzar con la participación de los padres. Las editoriales podrían facilitar a los padres una colección de libros infantiles ilustrados sobre cada creador, y el colegio podría facilitar a través de las plataformas digitales convencionales las listas de música que en cada curso se van a escuchar en clase, para que se oiga también en casa o en el coche, y los padres puedan disfrutar con sus hijos y explicarles la música y significado, o disfrutar de la visualización de los artistas plásticos con los libros o juegos de postales. Se lograría una participación masiva de los padres en una evangelización que considerarían muy útil culturalmente, mucho más asequible para poder participar y mucho más compatible y compatible por todos, creyentes o incluso no.

El patrimonio artístico cristiano es gigantesco y tiene un obvio potencial educativo en todas las dimensiones, y también en el sentido de trascendencia y la evangelización. La formación religiosa escolar —tanto en las asignaturas específicas como en el conjunto de la actividad del aula— tiene en la enseñanza religiosa artística inmersiva —junto con la narrativa, celebrativa, servicial, moral o teológica— un gran campo para expandirse, compartir el proyecto mejor con los padres y civilizarnos y evangelizarnos más profundamente.

Un entusiasmante proyecto que ojalá fuera realizable proyecto piloto en algún centro pionero o que alguna editorial se lanzara a fomentar como línea. Ojalá.