Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Tres relaciones y formas de relación


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Una vida sin relaciones no la puede vivir el ser humano. Sin ofender, pero no es una verdad meramente filosófica, psicológica evolutiva, sociológica, biológica, clínica, sino también teológica, profundamente teológica. De hecho, la profunda reflexión teológica establece esta conexión profunda entre la creación en general, la singular voluntad de crear al ser humano a imagen y semejanza, y lo que vamos afirmando de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, siempre entre el temor y el temblor. Sea como sea que se llegue a esta comprensión de la vida, la relación es constitutiva y constituyente, aunque no siempre sea integral e integradora.



Primera relación

En una primera relación, a nadie se le escapa, estamos existencialmente abiertos a la donación del otro. Somos receptores, necesitados y exigentes. Demandamos, porque nos va la vida en ello. Quien tenga bebés cerca ya sabe de qué hablo. Pero no es propio de bebés. Quizá la vida adulta nos lo vuelve a recordar con fuerza. No solo estamos abiertos a que nos pasen cosas, cualquier cosa, sino que también queremos que nos ocurran algunas, necesitamos de otros para que ocurran. Y pedimos.

Moralizar rápidamente el tema y condenarlo a no existir o no tener cabida en la relación o en la vida espiritual es un error. Como todo, debe ser ordenado. No negado. Vivido en plenitud. Los niños, los jóvenes, los adultos, los ancianos, cada uno tendrá su ritmo. Cada persona, a decir verdad, debe hacerse cargo de qué quiere, qué desea, qué pide, que reclama del otro. Negarlo es una estupidez. Ponerlo a la luz, una bendición. Aunque al otro le cueste aceptarlo. Y, como siempre, estaremos en deuda con quien responda. A quien recibe esto no se le puede olvidar jamás: la gratitud.

Segunda relación

La segunda relación, más bien ética, establece un diálogo con el otro en el que paso a ser donante. Sin miramientos bajos, sin falsa humildad. Entrego lo que tengo, doy lo que he recibido, pero poseo y he hecho mío. Le ocurre al profesor, tanto como al padre. Pero en las relaciones cercanas también a quien da consejo, al que aporta una palabra. No digamos quien se sacrifica por otro, cuya etimología viene a ser algo así como que da algo a Dios o pone a disposición de Dios algo. ¿Tanta puede ser nuestra entrega? ¿Cuál es el límite de nuestro sacrificio posible?

La palabra “solidaridad”, tan mal usada, hace referencia desde la antigüedad más a una relación fraterna, entre iguales vinculados entre sí, que a la asimetría en la que el donante da lo que tiene. Juan Bautista da lo que tiene. María igualmente. Jesús, cuando leemos con cuidado el Evangelio, no pocas veces se agacha. Y no es poco lo que da. El sabio comparte sabiduría sabiamente. El dispuesto se desgasta enérgicamente por la pasión que le mueve, que no siempre se renueva. ¿Tanto tememos la entrega que no somos capaces de verla como normal? En familia, lo es.

Otra cosa es, efectivamente, que otras dinámicas que no son de servicio se metan por medio. Pero una cosa no quita la otra.

Tercera relación

La última relación diría que es en la que lo anterior pasa a un segundo plano. Se ha nombrado de muchas maneras, pero efectivamente en el amor, aunque usemos lenguajes de donación, lo fundamental está en otro orden de realidad. De confianza, de unidad, de relación profunda. Una vez que esta relación se da, que las personas han participado por tanto de un auténtico encuentro, lo demás pasa a ser secundario. Tanto formas como contenidos, porque queda enmarcado en algo más potente. A mí me resuena vivamente la consideración de la DSI sobre la prioridad de la persona. Hay relaciones donde, efectivamente, lo primero y lo esencial es la persona. Y los sacrificios, las entregas, las necesidades, los deseos, los anhelos, las heridas y todo lo demás, queda a un lado, de verdad queda a un lado, porque aquella relación tiene sentido por sí misma y da sentido a todo lo demás. Independientemente de lo que se pueda juzgar desde fuera.

Entiendo que todos, con cierta experiencia de vida, sabrán que esta unidad requiere tiempo y una especie de milagro, llamado amor, que suspende el juicio, abre a la escucha, concentra la atención y anda valientemente sin excesivos miramientos, porque ha encontrado asiento seguro para caminar, no solo refugio inexpugnable en el que revolverse y encorvarse.

Sea como sea, lo que sé es que las personas hacen camino. Y encuadrar o encuadrarse es un absurdo. La esperanza, y esto también lo sé, en ocasiones plantea lo imposible y lo realiza con nuestra complicidad, tantas veces secreta y discreta, silenciosa y paciente.