Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Recibir la vida a puerta gayola


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Disculpen los antitaurinos. No voy a defender o atacar nada. No nos distraigamos por ahí. Solo quiero valerme de este lance clásico como una metáfora: recibir la vida “a puerta gayola”.



Para quienes no lo sepan, esperar al toro ‘a porta (o puerta) gayola’ es un modo bastante espectacular de recibir al toro en la plaza. El torero se arrodilla (aunque puede hacerlo también de pie) justo en la puerta de chiqueros, es decir, frente a ese callejón oscuro por donde va a salir el toro. Los más clásicos dicen que el diestro debe esperar mirando al cielo y mostrando el pecho abierto. Como si no tuviera miedo. Como si en esa situación, cuando no sabes qué va a venir ni cómo, tus fuerzas todas no temblaran por dentro. Lo más peligroso de este lance es justamente eso: que el toro puede deslumbrarse en un primer momento al salir a la plaza y, además, es imposible para el torero prever por qué lado embestirá, que trazas tiene, por qué lado será mejor entrarle…

Por eso es infrecuente. Se reserva para momentos excepcionales. Como en la vida. La mayor parte del tiempo, gracias a Dios, vamos lidiando los días lo más conscientes posible, escuchando a Aquel que hemos elegido como voz amiga para nuestra vida, siendo humildes dueños de nosotros mismos, disfrutando con calma cada pase. Pero hay otras veces, pocas, que la vida se torna silenciosa y densa, no necesariamente triste. Momentos en que sabes que algo viene con la fuerza de un toro bravo pero no puedes prever mucho más: solo prepararte para recibirlo. Y ahí tienes que elegir: esperar tras la barrera, templar ánimos, sopesar, ver cómo se mueven las cosas… O recibir a puerta gayola.

No te engañes: no se trata de no tener miedo. Al contrario. Te asustas tanto que tienes que decidir si el miedo manda en la decisión o no permites que actúe por ti. Los valientes siempre tienen miedo, igual que los cobardes. Ahí no reside la diferencia. Los valientes temen pero han descubierto algo mayor que alimenta su esperanza y su fe y su amor. Y ese triple motor vital es imparable:

“¡Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde!” (Jn 14,27).

Dignidad y coraje

Una anotación taurina más: la puerta gayola estéticamente es espectacular porque en el momento en que el toro se abalanza sobre el torero y se levanta, alza el capote dibujando volantes sobre su propia cabeza. La belleza ayuda siempre a vivir con dignidad y coraje. Más de lo que tenemos en cuenta, creo.

También lo canta Joaquín Sabina en ‘Resumiendo’:

Nos tocaba crecer y crecimos, vaya si crecimos
Cada vez con más dudas, más viejos, más sabios, más primos (…)
Sobre nuestras cabezas silbaban calumnias, payolas
Mano a mano las fuimos driblando a puertita gayola

No sé si los toros son “fiesta” nacional. Pero la vida sí lo es. ¡Vive!, ¡disfruta!, ¡arriesga!, ¡llora con la misma verdad que ríes! Es bastante más agotador y peligroso (como la puerta gayola) pero también mucho más bello y espectacular.

Y cuando llegan las dudas, a mí me viene bien recordar esta frase de F. Mauriac: “Es la fe que otros ponen en nosotros la que nos señala nuestra ruta”. Nunca se puede torear solo. Ni el mejor de los diestros. Benditos “otros” que se fían y nos quieren y así nos acompañan.