¿Nuevos caminos para la conversión ambiental en un mundo en crisis?


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En estos días, apenas en pocos meses, la vida nos ha cambiado de manera drástica y determinante como consecuencia de la pandemia producida por el Covid-19 que asola nuestra tierra.



Es imposible no sentirse vulnerable ante esta situación, sobre todo por la incertidumbre de su verdadero alcance, por las implicaciones que tendrá para nuestra vida futura que con certeza experimentará cambios de forma y de fondo, y por las mujeres y hombres que serán impactados por ella en las semanas, meses, y años por venir. Principio de incertidumbre.

Ante esto, es imprescindible hacer una lectura de la realidad desde los ojos de nuestra fe, para los que somos creyentes, y ofrecer a otros-as nuestra experiencia de sabernos seguidores frágiles, pecadores redimidos, de un proyecto de Reino aquí y ahora en el que somos llamados a ser cocreadores. Un proyecto que al final creemos que, a pesar de nuestras limitaciones y de nuestro horizonte tan corto, habrá de dar paso a una sociedad nueva de justicia, fraternidad y solidaridad. En donde lo que antes fue considerado despreciable o excluido, sea la piedra angular para tejer la vida nueva. Principio de fragilidad.

Queremos mirar la realidad sin ingenuidad, es decir, sin miradas idealizadas o alienantes que están atrapadas en una realidad inexistente, sino con la certeza de sabernos llamados a ser partícipes dando una respuesta firme y consistente con la fe que profesamos, según nuestra realidad y posibilidades particulares; según tiempos, lugares y personas (clave de discernimiento en la tradición de San Ignacio). Principio inconformidad esperanzadora.

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Esta pandemia es una invitación a creer irremediablemente en este Dios creador, y en su promesa de acompañarnos, asumiendo nuestro propio papel de cocreadores, hasta salir adelante de esta situación.

Esta es la tienda de campaña que Dios ha instalado entre los hombres. Acampar con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desparecido. Y dijo el que estaba sentado en el trono: Yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió: Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de confianza”. Apocalipsis 21, 3-5

Con estas premisas, queremos aproximarnos al ciego Bartimeo, modelo pedagógico para la conversión hacia el cuidado de la casa común en una humanidad rota.

La ceguera de Bartimeo como expresión de nuestra propia ceguera como humanidad

Si algo es evidente e incuestionable para el corazón que se deja tocar por la realidad, es que esta pandemia nos ha hecho conscientes de nuestra fragilidad y de nuestras enormes equivocaciones acerca del modo en que hemos decidido vivir como sociedades. Nos damos cuenta del fracaso en las relaciones de unos con otros, es decir, en esta pandemia constatamos lo tremendamente ciegos que habíamos estado… y seguimos estando en varios niveles.

La predominante “cultura del descarte”, en la que la lógica de la dominación (del usa y tira) se ha aplicado para tantos núcleos esenciales de la vida, incluso para las relaciones humanas, nos ha llevado de muchas maneras a un punto de posible no retorno en la ruptura del equilibrio ecosistémico, a un creciente dinamismo fratricida, y a un cierto vacío espiritual. Estamos ciegos de tantos modos, en un mundo en el que parece que vamos perdiendo la conexión con el sentido de misterio, por tanto, con lo sagrado que se expresa en todo lo creado.

Hoy los datos científicos son irrefutables cuando argumentan que la crisis climática, una verdadera emergencia ambiental actual, es resultado de factores antrópicos. Somos responsables de esta situación, tal como lo afirma ‘Laudato si” repetidamente. De hecho, el mayor pecado ecológico, y la causa principal de esta crisis, se explica sobre todo por la inequidad planetaria actual, y por el modelo de crecimiento ilimitado y de acumulación voraz que domina a la sociedad global.

Hemos llegado a un punto sin precedentes en el que 26 corporaciones familiares concentran la misma cantidad de riqueza que todo el 50% más pobre del planeta, es decir, los más de 3.700 millones más pobres. El 1% de la población planetaria concentra más del 80% de la riqueza planetaria. Y, simultáneamente, hoy estamos consumiendo el equivalente a 1.6 planetas sobre la base de nuestra huella ecológica global frente a la capacidad de carga planetaria.

Demasiados gobernantes y corporaciones expresan que la extracción y la explotación desmedida de los bienes de la creación, los mal llamados “recursos naturales”, es necesaria para poder alimentar a quienes tienen hambre; pero, hoy en día el 46% de la población planetaria se encuentra en algún grado de pobreza, y existen 900 millones de personas viviendo en situación de hambre, cuando al mismo tiempo se desperdician entre el 35% y 40 % de los alimentos que producimos a nivel global. Estas cifras, solo por mostrar algunas, dan cuenta de la evidente ceguera en la que hemos vivido.

Dios nos ha dado la tierra como don y como tarea, para cuidarla y para responder por ella; nosotros no somos sus dueños. La ecología integral tiene su fundamento en el hecho de que “todo está conectado” (LS 16). Por ello ecología y justicia social están intrínsecamente unidos (cf. LS 137). Con la ecología integral emerge un nuevo paradigma de justicia, ya que “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). Documento Final Sínodo Amazónico, No. 66

Bartimeo asume su ceguera, grita su anhelo por el encuentro con el Señor, y abandona los apegos que le impiden ponerse en camino

La crisis confirma que lo que hemos hecho necesita un camino de reconciliación y de conversión.

El grito de Bartimeo representa el grito de toda esta generación, y el de la hermana-madre tierra. Es el clamor de la humanidad, toda, que gime con dolores de parto ante la incertidumbre de esta crisis ecosistémica planetaria, junto a la crisis producida por el Covid-19.

Una pandemia en la que los números de deforestación, la quema de reservas naturales y de tierras indígenas, la regresión en políticas ambientales y de conquistas jurídicas de pueblos originarios, y casos de violencia contra los defensores de la casa común han aumentado en la Amazonía, y en otros lugares. La ceguera humana y la capacidad fagocitadora de muchos grupos de poder que no entienden de límites, no se han puesto en cuarentena.

El grito de Bartimeo es un llamado exaltado para pedir compasión, es decir, que otros puedan sentir lo que nosotros estamos sintiendo y así acortar distancias para sabernos genuinamente acompañados en este dolor. Es la búsqueda de un nuevo modo de relacionarnos; uno en el que predomine el sentido de misericordia, y en el que se desarrolle una verdadera capacidad de comunión con la tierra como verdadera hermana y madre, tal y como versaba el cántico de las criaturas de San Francisco de Asís.

La reconciliación con lo creado, siguiendo la conversión de Bartimeo:

  1. comienza con el proceso de sabernos ciegos, fracasados en el mandato para que todos y todas, y todo lo creado, tengan vida y vida en abundancia;
  2. continúa con el grito descomunal de pedido de auxilio al sabernos incapaces y responsables de haber roto el equilibrio planetario, hasta el punto de no saber ya cómo detener esta crisis;
  3. prosigue con el acto inesperado de, al sabernos llamados por Jesús, reconocer que estamos en el piso, y por pura fe nos ponemos de pie para intentar emprender los nuevos caminos desconocidos;
  4. y culmina al abandonar los viejos modos que no coinciden con el proyecto de un cielo nuevo y una tierra nueva, uno que hoy debe reflejar un cambio radical en el sistema societal que está intrínsecamente podrido al ser generador de exclusión, y productor de muerte cotidiana para los más pobres, preferidos de Dios, los bienaventurados.

Para seguir a Jesús, debemos lanzar esa manta que representa nuestros apegos y ser verdaderamente in-diferentes, al estilo ignaciano, para ser dignos receptores del mensaje del Cristo vivo. Con esta pandemia tantas cosas han cambiado en un plazo de algo más de un par de meses, y muchas cosas nunca deberían volver a ser igual.

¿Qué superflua seguridad, la cual pensábamos era esencial, debemos abandonar como Iglesia y como sociedad en general (siguiendo el ejemplo de Bartimeo que lanza esa manta, la cual era posiblemente su única pertenencia), para disponernos a lo verdaderamente nuevo para una verdadera reconciliación con la tierra?

Bartimeo pide la conversión (poder ver), emprende el camino para alcanzarla, y discierne nuevos modos para más amar y mejor seguir al Señor

Estamos en la necesidad de reaccionar como una sola humanidad. La vida nos da una oportunidad inédita para repensar nuestro futuro desde las cenizas que han producido, y siguen produciendo, esta pandemia y la emergencia climática que ha alcanzado un punto casi irreversible. Es momento de reconocer las raíces de nuestra existencia como humanos miembros de esta tierra, de la cual provenimos y de la cual dependemos para nuestra continuidad.

Esta frase del ‘Popol Vuh’, libro sagrado de los Mayas, puede darnos luces para emprender este discernimiento a partir del reconocimiento de nuestro barro-humus como el origen de nuestra existencia finita, y como el elemento del que Dios mismo se vale para el acto de nuestra creación a su imagen y semejanza en la tradición cristiana:

Arrancaron nuestros frutos, cortaron nuestras ramas, quemaron nuestros troncos, pero no pudieron matar nuestras raíces.

Cuando Jesús nos pregunta ahora, igual que a Bartimeo: ¿qué quieres que haga por ti?, lo que está en juego es el futuro mismo. ¿Qué respondemos ante esta pregunta?, ¿Qué responde la Iglesia ante esta interpelación que nos obliga a mirar dentro y no a justificarnos en el mucho hacer?, ¿Somos capaces de asumir lo que implica poder ver un horizonte más allá de estas crisis y ponernos en camino siguiendo los pasos de Jesús con audacia y profecía en el cuidado de la casa común?

Nuevos caminos para asumir la conversión hacia el cuidado de la casa común: cuatro trípodes

Camino de conversión personal y comunitaria:

  1. Metanoia. Conversión radical del corazón. Sólo quien se transforma por dentro puede asumir plenamente el llamado de Dios. Es ir a lo más íntimo del interior y dejarse transformar enteramente y desde la raíz para disponerse a lo que sea la voluntad de Dios. Abrazar nuestro principio y fundamento para que todo el resto se acomode en función de éste, incorporando en esto el reconocimiento de nuestra procedencia del humus: la tierra de la que venimos y de la que dependemos.
  2. Alteridad. Reconocer que el misterio de la vida, y la presencia concreta de Dios, solo se experimenta a través de los ojos del otro. El sentido más profundo del ser comunidad, expresado en la propia Trinidad, se encuentra en esta consigna de que a Dios se le puede experimentar en lo individual, pero sólo se le pueda vivir plenamente en el mundo de manera compartida. Una otredad en cuanto a opción preferencial por el Cristo presente en los otros, especialmente los más excluidos, y un llamado a reconocer a la hermana-madre tierra como un alter, como verdaderamente otra.
  3. Parresia. ser capaces de interpretar los signos de los tiempos, para encontrar el llamado particular que Dios mismo nos hace como Iglesia para ser colaboradores en la construcción del Reino. Develar y denunciar las causas que producen el pecado estructural; no sólo quedarnos en los diagnósticos. Asumir, recuperar o desarrollar el don de la profecía en el cuidado de la casa común como elemento imprescindible del ser creyente hoy.

Camino de conversión sinodal:

  1. Pastoral (‘Evangelii gaudium’). Llamado a una verdadera salida misionera; a salir de nosotros mismos para experimentar la alegría del Evangelio que lo cambia todo en aquellos que se encuentran con Jesús. Es dejar que con Cristo nazca y renazca la alegría para dar rostro a una Iglesia misionera renovada siguiendo este mandato de salir de sí misma, con el anhelo de ser evangelizadores con Espíritu y para el cuidado de nuestra casa común.
  2. Cultural (Decreto Ad Gentes – CVII, Documento Final del Sínodo Amazónico y Querida Amazonía). Nuestra conversión debe ser también cultural, hacernos al otro, aprender del otro. Estar presentes, respetar y reconocer sus valores, vivir y practicar la inculturación y la interculturalidad en nuestro anuncio de la Buena Noticia… Sólo una Iglesia misionera inserta e inculturada hará surgir las iglesias particulares autóctonas, con rostro y corazón propios, enraizadas en las culturas y tradiciones propias de los pueblos, unidas en la misma fe en Cristo y diversas en su manera de vivirla, expresarla y celebrarla (Documento Final Sínodo Amazónico No. 41 y 42).
  3. Sinodal (‘Episcopalis communio’). Atender el ‘sensus fidei’, por el cual “la totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres” (EC. 5). Y, en ese sentido “es necesario al respecto tener bien claro que las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general […] necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado. De ese modo, se muestra cómo el proceso sinodal tiene su punto de partida y también su punto de llegada en el Pueblo de Dios” (EC. 7).

Camino de conversión ecológica integral:

  1. Lo que le pasa a nuestra casa común y la raíz humana de la crisis (‘Laudato si”, capítulos 1 y 2). La “rapidación” de los cambios y el deterioro que estos producen afectando la calidad de vida de gran parte de la humanidad. Contaminación y cambio climático, como resultado de la cultura del descarte. Pensar el clima como bien común, atender la cuestión del agua y el agotamiento de los bienes de la creación, así como la desigualdad en su acceso. Pérdida de biodiversidad, deterioro de la calidad de vida e inequidad planetaria. Denunciar el poder tecnocrático, y la crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno.
  2. Ecología integral como categoría multidimensional (‘Laudato si”, capítulo 4). Todo esta íntimamente relacionado, y los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial. Ecologías: ambiental, económica, social, cultural, de la vida cotidiana, el principio del bien común y la justicia entre generaciones.
  3. Un programa para la acción y un cambio de paradigma ecológico en los ámbitos educativo y espiritual (‘Laudato si”, capítulos 5 y 6). Caminos de diálogo sobre el medio ambiente para salir de la espiral de la autodestrucción en espacios de política internacional, en ámbitos locales y nacionales, en la transparencia de los procesos de toma de decisiones, en la política económica para promover la plenitud humana y en el diálogo fe y ciencia. Reflexionar sobre el origen común y la pertenencia mutua, y sobre un futuro compartido por todos para promover otro estilo de vida, crear otro modo de educación ambiental para la conversión ecológica, animar el gozo y la paz en una sobriedad feliz. Promover signos sacramentales y un modo celebrativo para la conversión ecológica.

Camino de conversión espiritual (claves de Teilhard de Chardin)

  1. Una mística encarnatoria. “No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales teniendo una experiencia humana”. La comunión con la creación tiene sentido en el ser humano por el hecho mismo de su origen y su destino.
  2. Interconexión plena. “Cuanto más penetramos en lejanía y profundidad en la Materia, tanto más nos confunde la inter-relación de sus partes. Cada elemento del cosmos está positivamente entretejido con todos los demás. Es imposible romper esta red. Imposible aislar una sola de sus piezas sin que se deshilache toda ella. El Universo se sostiene por su conjunto”. Todo está relacionado.
  3. Amor total para una comunión con todo lo creado. “Poder decirle literalmente a Dios que uno lo ama no solamente con todo su cuerpo, con todo su corazón, con toda su alma, sino con todo el Universo en vías de unificación: he aquí una oración que no puede hacerse más que en el seno del espacio-tiempo”. Una esperanza cósmica universal es la única que nos puede ayudar a salir de esta crisis en este lugar y en este momento.

A manera de cierre

“No tengo miedo al nuevo mundo que surge. Temo más bien que los Jesuitas tengan poco o nada que ofrecer a ese mundo. Poco o nada que decir o hacer, que pueda justificar nuestra existencia. Me espanta que podamos dar respuestas de ayer a los problemas de mañana. No pretendemos defender nuestras equivocaciones, pero tampoco queremos cometer la mayor de todas: la de esperar con los brazos cruzados y no hacer nada por miedo a equivocarnos”. Pedro Arrupe, SJ