Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

¿Milagro eucarístico? ¡El tuyo!


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El milagro de la Eucaristía tiene entrada y salida. De entrada, consiste en que Jesús se queda entre nosotros como alimento en nuestro peregrinar. De salida, debe consistir en que los que participamos de ese alimento, hechos nosotros mismos eucaristía, presencia viva de Cristo en el mundo, debemos transformar la realidad según el modelo de la Eucaristía.



Vamos a aceptar, con gozo y gratitud, el vocablo eucaristizar, empleado por las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, fundadas por el obispo san Manuel González García, en el lema de su centenario: “Nacidas para eucaristizar”. “Eucaristizar el mundo” debe ser el carisma propio de todo cristiano. Y explico qué entiendo yo por eucaristizar.

  • En la eucaristía nos llamamos y tratamos como hermanos. Eucaristizar el mundo implicará construir la fraternidad universal, no solo con quienes van a misa y comparten nuestra fe: ¡Fratelli tutti!
  • En la misa, pedimos perdón y nos arrepentimos. ¿Por qué no hacer lo mismo en casa, en el trabajo, en todas partes? Perdonar y ser perdonados, vivir la reconciliación permanentemente.
  • En la eucaristía escuchamos la Palabra de Dios. ¡Pero Él nos habla también a través de nuestros amigos y familiares, en los acontecimientos y circunstancias de la vida! ¿No tendremos que hacer de la escucha del otro una actitud continua para escuchar en él al Otro con mayúscula?
  • En la Eucaristía celebramos el sacrificio de Cristo que entrega su vida por amor; vivimos su muerte y resurrección. Eucaristizar la vida consistirá en vivirla y entregarla totalmente por amor.

  • En la Eucaristía damos gracias a Dios. Eucaristizar nuestra vida significará ser agradecidos y no cansarnos de pronunciar ese vocablo mágico: ¡Gracias! Y si es con una sonrisa, mucho mejor.
  • En la misa tenemos –o deberíamos tener– momentos de silencio, en los que la intimidad con Jesús pueda expresarse y agrandarse. Eso mismo deberíamos buscar a lo largo de nuestra jornada: momentos de silencio que sean verdaderamente nutritivos y reconstituyentes.
  • De la Eucaristía somos enviados. Si hemos sido eucaristizados, debemos ser y vivir como apóstoles misioneros.
  • La Eucaristía es el banquete sacramental del Reino de Dios. ¡Toda nuestra vida debe ser un servicio a ese Reino, que es de paz y justicia, de libertad y de vida, de verdad y de amor!

Vivir todas estas actitudes, no solo durante la misa, sino en lo cotidiano, es eucaristizar nuestra persona y nuestra realidad, hacer del mundo y de la historia una perfecta y total Eucaristía: el Reino de Dios.

Definitivamente, todos hemos nacido para eucaristizar. ¡Este es el milagro eucarístico que cada cristiano tenemos como misión!

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