Los jóvenes y la cuestión sexual


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En nuestra sociedad hipersexuada, donde se utiliza el sexo para vender cualquier producto y se propone como solución a todas las preguntas de la vida, ¿cómo se puede pensar en evitar cuando se afronta el tema de los jóvenes, como propone el próximo Sínodo? La definición de la propia identidad sexual y la búsqueda de un equilibrio en la forma de vivir el sexo son de hecho un problema central y que preocupa a los jóvenes de hoy, creyentes o no, y que sigue siendo un elemento importante de su discernimiento interior, a la vista la elección de su vocación.

Es un proceso de discernimiento que necesariamente procede de manera diferente si es un niño o una niña, que vive hoy en día, sólo desde el punto de vista de su relación con la sexualidad, situaciones diferentes y conflictivas. Es un tema que no debe ser tratado desde lo abstracto, ya que se convertiría de inmediato en un catálogo de reglas, una moral que tiene pocas posibilidades de ser compartida de verdad.
Para ello, puede ser útil leer el libro “Una juventud sexualmente liberada (o casi)”, escrito por una sexóloga, Thérèse Hargot, que se hace llamar nieta de la revolución sexual, casada y madre de tres hijos. Una feliz excepción en el panorama actual, que plantea una crítica de la ideología sexual políticamente correcta que afecta a la vida de sus compañeros y de sus alumnos, que van desde diez por dieciocho años.
Hargot señala que hoy “cree que debe vivir una vida sexual y afectiva liberada de las prohibiciones, de las reglas y de las instituciones, pero en realidad ha de cumplir, sin ser consciente, con ese “hay que”, “debe” y “es normal” propio de esta época, como si fueran nuevos mandamientos”.

Porque en una sociedad donde la necesidad de seguridad se ve agravada por la desorientación general, este tipo de norma resulta tranquilizadora, sobre todo en la adolescencia, y por esa razón, “lejos de ser una prueba de la libertad, el discurso de los adolescentes sobre la sexualidad es el envasado”.
La primera realidad que la sexóloga belga revela sin piedad a nuestros ojos es el uso de la pornografía, que por desgracia su uso generalizado y extendido constituye, especialmente para los hombres, el primer camino para conocer  la sexualidad, el primero y, a menudo, el único modelo.

Casi siempre suele sugerírselo alguien más mayor, lo que constituye una especie de violación, “una violación del imaginario”. Esta práctica afectará a las relaciones que tengan con las mujeres, en tanto que las lleva a considerar objetos de places, y a menudo provoca que en años posteriores genere dependencia del consumo de la pornografía e incluso se vean incapaces de dominar sus impulsos sexuales.
Por otro lado, la banalización del sexo aumenta el peso de lo sentimental, por lo que la pareja se concibe sólo como medio para gozar, o lo que es lo mismo, se convierte en un refugio seguro en el que uno espera para ser sanado, salvado . Vivimos inmersos en lo emocional, creando a edades muy tempranas relaciones  que se rompen a las primeras de cambio, sin dejar espacio a la inteligencia y la voluntad. De la pareja, en definitiva, se espera demasiado y demasiado pronto.
Pero el mayor problema para los jóvenes de hoy identificado por Hargot es la definición de la orientación sexual. De ahí se pregunta: “¿Cómo determinar su propia identidad cuando está de acuerdo con sus deseos?”. Definirse de acuerdo a los deseos sólo puede dar lugar a confusión, y la dignidad humana acaba siendo pisoteada si se piensa que la búsqueda existencial, propia y necesario de la adolescencia, descansa sólo en la experiencia sexual. Así pues, la autora muestra el problema de los jóvenes ante las cuestiones fundamentales de la filosofía existencial, empezando siempre por los asuntos concretos que ven en su realidad.

Las enfermedades de transmisión sexual, el aborto, la anticoncepción, relaciones con los padres, todos los problemas centrales en la vida de los jóvenes, son abordados por esta especialista con una atención constante a la diferencia entre hombres y mujeres, con la intención de liberarlos de un condicionamiento peligroso – el ideológico – para su crecimiento. Pero para indicar un camino diferente es necesario conocer cuál es la situación de la que se parte: conocer su realidad. Este libro, que reflexiona desde experiencias concretas y de preguntas de jóvenes reales, representa una sugerencia valiosa.