Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Las familias, más pobres ante la pandemia


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El vigésimo segundo informe sobre vulnerabilidad social de Cruz Roja Española ha puesto el foco sobre ‘La crianza en la Primera infancia’. Con ese título, las autoras Rosario Romera, Aurea Grané y Pilar Gil estudian la situación de las familias con hijos pequeños menores de 6 años que son atendidas por la entidad. Lo hacen mediante una encuesta realizada en verano de 2020 a 1.002 hogares de toda España. Obviamente no es representativo de la población general, pero es una aproximación veraz a cómo están pasándolo las familias más vulnerables durante esta pandemia Covid-19.



El perfil de estas familias con hijos menores de 6 años muestra rasgos de exclusión social extrema. Un 90,1% son trabajadores pobres, el 20% está trabajando en economía sumergida, hay un 55% de desempleo (49,5% en larga duración de más de un año) y el 39,2% de estos hogares tiene a todos sus miembros en paro. El 70% tiene bastante o mucha dificultad para llegar a final de mes porque sus ingresos medios son 762 euros por unidad familiar, de los cuales 282 euros proceden de ayudas. El 83,8% de estos hogares sufre pobreza extrema. La mitad de las familias ha sufrido un agravamiento de su situación económica por causa de la pandemia.


Esta “precariedad genera sentimientos de angustia por las dificultades de afrontamiento de los gastos básicos, especialmente de sus hijos e hijas, y obliga a priorizar la cobertura de necesidades materiales básicas sobre otras necesidades relevantes en relación al desarrollo infantil” (p.15), dice el informe. Las condiciones de vida en estas familias con hijos tan pequeños se encuentran sometidas a una presión terrible: el 41% reside en viviendas insalubres, el 52,2% padece pobreza energética y el 31,3% no logra comer proteínas ni en, al menos, tres de las comidas de la semana. El 73% no podría pagar un dentista para sus hijos y el 76% no podría adquirir unas gafas o audífonos. 

Pobreza_CaritasLa desigualdad sexual en las familias es acusada desde la perspectiva de la atención de los hijos. El 55% de las mujeres dice que en parte no logran incorporarse al mercado laboral porque tienen que cuidar a sus hijos y el 65% de los padres varones cree que no tiene que dedicar más tiempo a dicho cuidado paternal. Los cuidados son con frecuencia muy demandantes pues el 31,2% de estas familias son numerosas –tres o más hijos–. Solamente en el 29,4% de las familias hay un cuidado biparental de los niños y hay un 31,4% de familias monoparentales, principalmente de madres.  

No es extraño que tres cuartas partes de las familias encuestadas estén sufriendo un fuerte estrés general. El 57% de los padres siente un desánimo profundo, el 53% tiene problemas para conciliar el sueño, el 36% ha sufrido una pérdida de confianza en sí mismo, al 33% le cuesta tomar decisiones, el 27% siente que no es útil. 

La mitad de los padres reconoce que sus hijos captan visiblemente ese estado de preocupación y padecimiento que atraviesan y les afecta. En palabras de las autoras, “la calidad del bienestar emocional de los padres y madres es deficiente como base para sustentar el bienestar emocional de sus hijos e hijas y ser fuente de apego seguro para ellos” (p.17). El personal de Cruz Roja es testigo del grave perjuicio que causa esta situación en el bienestar y desarrollo emocional de los menores. Estas situaciones impactan en la salud: el 22% de las madres sufre alguna enfermedad crónica, situación en que se encuentra también el 18% de los padres varones. 

El problema de las pantallas

Un elemento problematizador de la situación de los niños es el abuso de las pantallas. La encuesta ha sido acompañada de una serie de entrevistas grupales que dejan testimonio de esta dificultad añadida. “todos los días, si no es dibujos [animados], la Play, si no es el móvil, es la Play, es los dibujos, todo para él. No le pongo horarios de nada” (p.110), dice una madre identificada con el nombre de Sofía. Otra madre llamada Desi reconoce que le dice a su hijo de tres años: “Venga, toma para que te estés tranquilo”, porque es la única manera que no se le escucha. A ver, es que depende el día. Hay días que una hora, otros días más. Los fines de semana mucho tiempo, por la mañana, por la tarde y por la noche” (p.111).

Las pantallas se han convertido en un suministro permanente de tranquilizantes para los niños de modo que no haya que estar atendiéndolos y rebajar las tensiones relacionales que padecen estos hogares –en su mayoría muy pequeños y sin suficiente intimidad–, pero el abuso provoca problemas mucho mayores.

En resumen, el estrés que las condiciones de exclusión y pobreza extrema sufren las familias, deteriora los vínculos, desanima a los sujetos y produce impactos internos y tempranos en los niños de consecuencias que tendrán alcance a lo largo de su vida. Los niños del Covid están siendo golpeados psicológicamente y ven cómo sus familias pierden empleo y se empobrecen. Algunos niños sufren ambas pérdidas combinadamente, son los niños que más están perdiendo. Solamente un modelo sistémico que ponga su enfoque en fortalecer la vinculación de la familia como comunidad cuidadora y equitativa logrará revertir parte de esos males que la pandemia del coronavirus no ha hecho sino intensificar.